Es nuestro deseo compartir las sabias palabras de
nuestro querido Maestro y guía en el Sendero de regreso, René Guenon; acerca de
la relación existente entre la Iniciación y los Oficios. Tema que siempre está
en la palestra de cualquier conversación tradicional.
Que la luz que nunca se extingue brille sobre nuestro
muy buen Maestro Sheick Abd al-Wâhid Yahyâ
LA INICIACIÓN Y LOS OFICIOS
Frecuentemente hemos tenido ocasión de destacar que el concepto "profano" de las ciencias y de las artes, tal como se lo entiende hoy en día en Occidente, es de hecho muy moderno y presupone una degeneración con respecto a un estado anterior en el que unas y otras tenían un carácter totalmente distinto. Lo mismo puede decirse de los oficios, y, por otra parte, la distinción entre artes y oficios, o entre "artista" y "artesano", también es específicamente moderna, casi como si hubiera derivado de esta desviación profana y no tuviera sentido más que por ella. El artifex, para los antiguos, designa indiferentemente tanto al hombre que practica un arte como al que ejerce un oficio; ni artista ni artesano: en el sentido actual de las palabras, "artifex" es algo más que ambos porque, al menos originalmente, su actividad se vincula a principios de una orden mucho más profundo.
En efecto, en todas las civilizaciones tradicionales, cualquier
actividad humana es considerada, siempre y esencialmente, como derivando de los
principios, de tal modo que queda como "transformada", y en lugar de
quedar reducida a una mera manifestación exterior (como en definitiva la
considera el punto de vista profano), aparece como parte integrante de la
tradición, y constituye, para el artesano, un medio de participar efectivamente
en ésta. Aún desde el punto de vista simplemente exotérico es así: si
consideramos, por ejemplo, civilizaciones como la islámica o la cristiana de la
Edad Media, es fácil darse cuenta del carácter "religioso" que asumen
los actos más comunes de la existencia. Aquí, la religión no es algo que ocupe
un lugar aparte, sin ninguna relación con lo demás, como ocurre para los
occidentales modernos (al menos para quienes aún consienten en admitir una
religión); por el contrario, la religión penetra toda la existencia del ser
humano, o, mejor dicho, todo lo que constituye tal existencia, y en particular
la vida social, que está como englobada en su ámbito, si bien, en tales
condiciones, no puede existir en realidad nada "profano", excepto
para aquellos que, por una u otra razón, se encuentran fuera de la tradición,
caso éste que representa entonces una simple anomalía. Por otra parte, allí
donde no hay algo a lo que pueda aplicarse con toda propiedad el nombre de
"religión", hay de todas maneras una legislación tradicional y
"sagrada" que, pese a tener un carácter diferente, cumple exactamente
la misma función. Por lo tanto, estas consideraciones pueden hacerse extensivas
a toda civilización tradicional sin excepción. Pero esto no es todo: pasando
del exoterismo al esoterismo (usamos estos términos por comodidad, aunque no
convengan con igual rigor en todos los casos), constatamos generalmente la
existencia de una iniciación ligada a los oficios y basada en ellos, lo que
significa que estos oficios son susceptibles de un significado superior y más profundo.
Es nuestra intención indicar cómo los oficios pueden efectivamente proveer una
vía de acceso al dominio iniciático.
Lo que mejor permite comprenderlo es la noción contenida de lo que
la doctrina hindú llama swadharma, es
decir, el cumplimiento por parte de cada ser de una actividad conforme a su
naturaleza propia. Es también debido a esta idea, o más bien a su ausencia, que
se revelan con mayor nitidez las carencias de la concepción profana. De acuerdo
con ésta, un hombre puede adoptar una profesión cualquiera, e incluso cambiarla
a su gusto, como si la profesión fuera algo puramente exterior a él, sin el
menor vínculo real con lo que verdaderamente es, con aquello que le hace ser él
mismo y no otro. En cambio, en la concepción tradicional, cada uno debe
normalmente desempeñar la función a la cual está destinado por su propia
naturaleza, y no puede ejercer otra sin provocar un grave desorden que
repercutiría en toda la organización social de la que forma parte. Más aún, si
tal desorden se generalizara llegaría a producir efectos incluso sobre el medio
cósmico, ya que todas las cosas están ligadas entre sí de acuerdo a
correspondencias rigurosas. No insistiremos más sobre este tema, que sin
embargo podría muy fácilmente aplicarse a las condiciones del mundo actual,
pero destacaremos que la oposición entre ambos conceptos puede, al menos bajo
un cierto aspecto, referirse a los puntos de vista "cuantitativo" y
"cualitativo": en la concepción tradicional, las cualidades
esenciales de los seres determinan su actividad; en la profana, por el
contrario, los individuos son considerados como meras "unidades"
intercambiables, como si carecieran de toda cualidad propia. Esta última
concepción, relacionada íntimamente con las ideas modernas de "igualdad"
y de "uniformidad" (siendo ésta literalmente lo contrario de la
verdadera unidad, ya que implica la multiplicidad pura e "inorgánica"
de una especie de "atomismo social"), no puede sino desembocar
lógicamente en el ejercicio de una actividad puramente "mecánica" que
no permite la subsistencia de nada propiamente humano; y es ésta la situación
que desgraciadamente podemos constatar en nuestra época. Debe pues quedar bien
claro que los oficios "mecánicos" de los modernos, producto exclusivo
de la desviación profana, no podrían de ninguna manera ofrecer las
posibilidades de las que estamos hablando; a decir verdad, ni siquiera pueden
ser considerados como oficios, si se desea mantener el sentido tradicional de
esta palabra, que es por otra parte el único que nos interesa aquí.
No es difícil comprender que si el oficio es algo inherente al
hombre mismo, casi como una expansión o manifestación de su propia naturaleza,
puede servir, como dijimos hace un momento, de base para una iniciación, e
incluso que sea, en la mayor parte de los casos, lo mejor adaptado para tal
fin. En efecto, si el objetivo esencial de la iniciación es la superación de
las posibilidades del individuo humano, es evidente que ésta no puede sino
tomar como punto de partida al individuo tal cual es. De aquí la diversidad de
las vías iniciáticas, es decir, de los medios puestos en acción a título de
"soportes", en conformidad con la diferencia de las naturalezas
individuales, diferencia que por otro lado intervendrá tanto menos cuanto más
avance el ser en su vía. Los medios así utilizados no pueden ser eficaces si no
se corresponden con la naturaleza misma de los seres a quienes se aplican, y
dado que necesariamente debe procederse de lo más accesible a lo menos, del
exterior al interior, es normal que los medios sean adoptados de la actividad a
través de la cual una determinada naturaleza se manifiesta exteriormente. Es
evidente que dicha actividad sólo puede cumplir eficazmente tal función en
tanto que refleje realmente la naturaleza interior del ser; se trata entonces
de una verdadera cuestión de "cualificación" en el sentido iniciático
del término, "cualificación" que, en condiciones normales, debería
ser requerida para el ejercicio mismo del oficio. Llegamos así a la diferencia
fundamental que separa la enseñanza iniciática de la profana: lo que
simplemente se "aprende" desde el exterior tiene a este respecto un
valor nulo, puesto que de lo que en realidad se trata es de
"despertar" las posibilidades latentes que el ser lleva en sí mismo
(y éste es, en el fondo, el verdadero significado de la
"reminiscencia" platónica).
Las últimas consideraciones permiten además comprender cómo la
iniciación, tomando el oficio como "soporte", repercutirá al mismo
tiempo, y de alguna manera inversamente, sobre el ejercicio de este oficio. En
efecto, habiendo el ser realizado plenamente las posibilidades de las cuales su
actividad profesional no es más que una expresión exterior, y poseyendo de este
modo un conocimiento efectivo de lo que constituye el principio mismo de tal actividad,
cumplirá desde ese momento de forma consciente lo que antes no era más que una
consecuencia completamente "instintiva" de su naturaleza; y así, si
el conocimiento iniciático surgió para él desde el oficio, éste, a su vez, se
convertirá en el campo de aplicación de este conocimiento, del cual no podrá ya
ser separado. Habrá entonces una perfecta correspondencia entre lo interior y
lo exterior, y la obra producida podrá ser, no solamente la expresión a un
grado cualquiera y de una manera más o menos superficial, sino la expresión
realmente adecuada de quien lo concibió y ejecutó, lo que constituirá la
"obra maestra" en el verdadero sentido de la palabra.
Esto, como se comprenderá, está muy lejos de la pretendida
"inspiración" inconsciente, o si se quiere subconsciente, en la cual
los modernos quieren ver la señal del verdadero artista, considerándolo
superior al artesano, conforme a la distinción más que discutible a la que se
han acostumbrado. Artista o artesano, quien actúa bajo una tal "inspiración"
no es a fin de cuentas más que un profano. Sin duda, demuestra así que lleva en
sí mismo determinadas posibilidades, pero, en tanto no haya tomado
efectivamente conciencia de ello, incluso aunque se le considere lo que se ha
convenido en llamar un "genio", nada habrá cambiado; y, a falta de
poder ejercer un control sobre estas posibilidades, los resultados no serán
sino accidentales, lo que por otra parte se reconoce comúnmente al decir que la
"inspiración" a veces falta. Todo lo que puede aceptarse, por aproximar
este caso al de aquel en el que interviene un verdadero conocimiento, es que la
obra, que consciente o inconscientemente, deriva verdaderamente de la
naturaleza de quien la lleva a cabo, nunca dará la impresión de ser un esfuerzo
más o menos penoso, lo que implica siempre alguna imperfección por su
anormalidad: por el contrario, la obra extraerá su perfección de la propia
conformidad a la naturaleza, lo que implicará, por otra parte, de una forma
inmediata y por así decir necesaria, su exacta adecuación a la finalidad a la
que está destinada.
Para definir con mayor rigor el dominio de lo que puede ser
llamado las iniciaciones de oficio, diremos que pertenecen al orden de los
"pequeños misterios", refiriéndose al desarrollo de las posibilidades
propiamente inherentes al estado humano, lo que, si bien no representa el fin
último de la iniciación, constituye no obstante su primera fase obligatoria: en
efecto, es necesario que este desarrollo sea cumplido íntegramente antes de
poder superar el estado humano; pero, más allá de éste, es evidente que las
diferencias individuales, en las que se apoyan estas iniciaciones de oficio,
desaparecen por completo, y por lo tanto no podrían presentar ya papel alguno.
Hemos explicado ya en otras ocasiones que los "pequeños misterios"
conducen a la restauración de lo que las doctrinas tradicionales designan como
el "estado primordial"; pero, desde el instante en que el ser ha
alcanzado este estado, que pertenece todavía al ámbito de la individualidad humana
(y que constituye su punto de comunicación con los estados superiores),
desaparecen las diferencias que originan las diversas funciones
"especializadas", pese a que, o más bien justamente porque, todas
tiene igualmente allí su origen: es necesario remontar hasta esta fuente común
para llegar a poseer en toda su plenitud todo aquello implicado en el ejercicio
de cualquier función.
Si consideramos la historia de la humanidad tal como
la enseñan las doctrinas tradicionales, en conformidad con las leyes cíclicas,
debemos decir que el hombre, en sus orígenes, tenía plena posesión de su estado
de existencia, detentaba naturalmente las posibilidades correspondientes a
todas las funciones, con anterioridad a cualquier distinción. La división de
estas funciones se produjo en un estado posterior, ya inferior al "estado
primordial", en el cual no obstante cada ser humano, aun no teniendo sino
ciertas y determinadas posibilidades, poseía todavía espontáneamente conciencia
efectiva de las mismas. Fue sólo a partir de una fase de mayor obscuridad
cuando se perdió tal conciencia, y desde entonces fue necesaria la iniciación a
fin de permitir al hombre que vuelva a encontrar, con esta conciencia, el
estado anterior al cual ésta es inherente: tal es en efecto el primero de los
objetivos que la iniciación se propone más inmediatamente. Para que ello sea
posible, es necesaria un transmisión que se remonte, a través de una
"cadena" ininterrumpida", hasta el estado que se trata de
restaurar, y así, de escalón en escalón, hasta el propio "estado
primordial"; pero, puesto que la iniciación no se detiene aquí, y los
"pequeños misterios" no son sino la preparación a los "grandes
misterios", es decir, a la toma de posesión de los estados superiores del
ser, es preciso remontar más allá de los mismos orígenes de la humanidad.
Efectivamente, no existe verdadera iniciación, aún en el grado más elemental e
inferior, sin la intervención de un elemento "no humano", el cual es,
según hemos dicho en otras ocasiones, la "influencia espiritual"
regularmente comunicada por mediación del rito iniciático. Siendo así las
cosas, no cabe evidentemente investigar "históricamente" el origen de
la iniciación, cuestión que aparece entonces desprovista de sentido, así como
tampoco el origen de los oficios, de las artes y de las ciencias, consideradas
en su aspecto tradicional y "legítimo", pues todo ello deriva
igualmente, a través de múltiples pero secundarias diferenciaciones y
adaptaciones, del "estado primordial", que los contiene a todos en
principio, y que, por ello, se religan a los restantes órdenes de la
existencia, más allá de la misma humanidad, lo que, por otra parte es necesario
a fin de que puedan, cada uno en su rango y según su propia medida, concurrir
efectivamente a la realización del plan del Gran Arquitecto del Universo.
Artículo
aparecido originalmente en Voile d'Isis, abril de 1934.
Forma
el capítulo I de la 2ª parte de Mélanges, París, Gallimard, 1976, 1990.
René
Guenon
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