Publicamos
esta excelente entrada de la muy seguida y estimada página “Arsgravi”, dirigida
por el Maestro Raimon Arola; sobre el “Imam Escondido”.
El Imam escondido
Extractos
de un estudio de Carlos del Tilo sobre el simbolismo de la figura del Doceavo
Imam o el Imam escondido, basado en la obra de Henry Corbin. El artículo
completo puede encontrarse en “El libro de Adán”. Imágenes de la mezquita donde
fue enterrado el imam Alí, en Nayaf, Iraq.
Los
musulmanes chiítas, que se extendieron principalmente por las provincias de
Irán, dicen que si bien Mahoma fue el último profeta que reveló una ley
religiosa (sharî’a) –y en esto coinciden con los musulmanes
ortodoxos llamados sunnitas o tradicionales–, tuvo, no obstante, doce
descendientes llamados Imames. Estos Imames son los guías que inician a sus
adeptos y los conducen al sentido escondido (bâtin) de las revelaciones
proféticas (zhâhir). Es el Imam quien enseña el sentido esotérico de la
«letra» coránica, él guía a los fieles hacia el sentido espiritual, interior de
la revelación literal anunciada por el Profeta.
El zhâhir podría
compararse a lo que los judíos y cristianos llaman la «letra», mientras que el bâtin representa
el sentido espiritual o mesiánico. Así pues, si las revelaciones proféticas
contienen algo escondido, alguna cosa que el profeta no tenía la misión de
revelar, y corresponde al Imam enseñar esta gnosis: «Si el Imam mismo no os
ha guiado hacia estas cosas, si no tenéis la aptitud para comprenderlas, todas
las palabras que os dirijan desde el exterior llamarán en vano a vuestro oído».
(1)
El
primero de estos Imames fue Alí, «el Emir de los creyentes», primo del Profeta
y esposo de Fátima, su hija; su heredero espiritual. El segundo y el tercero
son hijos de Alí y de Fátima. A partir del cuarto Imam, la línea prosigue de
padre a hijo. Todos murieron en el martirio, excepto el último, el duodécimo,
que desapareció misteriosamente.
La
descendencia de estos doce Imames se encuentra atestiguada por numerosas
tradiciones oahâdîth. (2) Citemos por ejemplo aquella en que el profeta
Mahoma en persona declara: «Los Imames que vendrán después de mí serán
doce». El primero es ‘Alî ibn Abî Tâlib; el duodécimo es ‘el que
resucita’, al-Qâ’im, al-Mahdî, literalmente: ‘el guiado’, [y por eso es
al-Hâdî, ‘el guía’], «por cuya mano Dios hará conquistar los
Orientes y los Occidentes de la Tierra». Otro hadîth dice:
«Su número es el mismo que el de los meses del año; el mismo que el de los
manantiales que hizo manar la vara de Moisés al golpear la roca de Horeb; el
mismo que el de los jefes de Israel» […]
Entre
los enviados, o nabî’ mursal, los grandes Profetas son siete;
evidentemente, este número es simbólico como lo es también el número de Imames.
Siete Profetas enviados: Adán, Noé, Abraham, Moisés, David, Jesús y Mahoma, que
corresponden a las siete esferas planetarias tradicionales. Cada uno de los
siete Profetas enviados con un libro es seguido por doce Imames, del mismo modo
que los siete planetas se inscriben en los doce signos del Zodíaco.
La
imamología chiíta conoce los nombres de los Imames correspondientes a cada
Profeta. Citemos solamente a los primeros: Set para Adán; Sem para Noé; Ismael
e Isaac para Abraham; para Moisés, Aarón y Josué; para David y Salomón; para
Jesús, Simón Pedro y la cadena llega hasta Bohayrá o Bohira, el monje cristiano
que Mahoma encontró durante un viaje y que lo confirmó en su vocación
profética. Los doce Imames de Cristo, los doce apóstoles, se presentan
aquí sucesiva y no simultáneamente como en el cristianismo; representan la
transmisión del mensaje hasta que se manifiesta otro Profeta. […]
Como
dijimos antes, la función del Imam es transmitir lo esotérico de la misión del
Profeta. El Profeta representa la letra de la revelación y el Imam representa
su espíritu, pero no pueden en modo alguno estar separados uno del otro. La ley
religiosa positiva posee un sentido secreto, una verdad gnóstica, pero ésta ha
de apoyarse en la escritura profética. No se puede separar el contenido del
continente.
Esta
afirmación, fundamental en la imamología chiíta, concuerda perfectamente con lo
que los judíos enseñan con respecto al matrimonio de la tradición escrita y de
la tradición oral. La patrística cristiana también ha insistido en numerosas
ocasiones sobre este punto: «El espíritu no está separado de la letra, está
contenido y escondido en ella». […] El rechazo de la letra conduce al
delirio del sueño místico, pero el rechazo del espíritu mantiene al creyente en
la prisión farisaica de la historia, de los ritos y de las prescripciones
literales. No se pueden mantener separados el Cielo y la Tierra.
El
profeta Mahoma tuvo, pues, por sucesores espirituales a los doce Imames. Pero,
entonces, ¿podría decirse que no ha habido nadie después del duodécimo para
guiar al fiel chiíta y para iniciarle en la gnosis del Corán? Para
responder a esta pregunta, es necesario comprender lo que representa el
duodécimo Imam para la tradición chiíta. No nos es posible explicar aquí la
maravillosa historia de amor y encuentro entre la princesa cristiana Narkés,
hija del emperador de Bizancio y descendiente de Simón Pedro, y el joven Hasan
al-‘Askarî, undécimo Imam; cómo esta unión fue bendecida por el Señor Cristo y
por el profeta Mahoma, y cómo nació de modo totalmente extraordinario el
duodécimo y último Imam: la figura misteriosa, aquél al que llaman ‘el que
resucita’ (Qâim), ‘el guiado’ (Mahdî), ‘el esperado’, ‘la prueba’
o ‘el fiador de Dios’, el maestro invisible de este tiempo, el Imam escondido.
(3)
Después
de más de diez siglos, la figura del duodécimo Imam domina toda la conciencia
religiosa chiíta, que vive a la espera del momento final de resurrección de
todas las cosas, el momento de la parusía (5) del Imam, llamado por
esta razón ‘el que resucita’. (6) El mismo Imam afirmó en su último
mensaje antes de la «ocultación mayor»: «Se alzarán gentes que pretenderán
haberme visto materialmente. ¡Cuidado! El que pretenda haberme visto
materialmente antes de estos acontecimientos del final, éste será un mentiroso
y un impostor». (7) […]
En
cambio, el Imam nunca ha dejado de manifestarse en privado. «Muchos hombres –escribe
uno de los teólogos–, han visto la belleza perfecta de ese Elegido,
pero sólo lo han reconocido cuando él ya se había marchado». (8) El
Imam escondido también es «el Imam esperado» o «el Imam de este
tiempo»; así pues, está presente en el corazón de sus hijos, que de esta
manera no están sin guía. Él los ve, pero ellos no le ven. El sentido profundo
de la ocultación es que «son los hombres quienes se han velado a sí mismos
el Imam, quienes se han vuelto incapaces o indignos de verlo». Esperar al
Imam significa esperar su parusia. Por esta razón, cuando el fiel
chiíta nombra al Imam escondido, nunca se olvida de añadir: «¡Que Dios
apresure para nosotros la alegría de su venida!».
Éste
es el momento para subrayar la diferencia existente entre el Imam escondido de
los chiítas, es decir, el guía personal «invisible a los sentidos, pero
presente en el corazón», y el maestro que asume una función, por ejemplo,
la persona del shayj sufí (9) en su tariqat, o el gurú en
la India. El Imam escondido representa el iniciador. El sexto Imam afirmaba: «Nosotros
los Imames somos los sabios que instruimos; nuestros chiítas son los iniciados
por nosotros; en cuanto al resto, es la espuma arrastrada por el torrente».
(10) Algunos tratados chiítas lo identifican con Melquisedeq y también con el
Paracleto, (11) anunciado en el Evangelio: «Y yo rezaré al
Padre y él os dará otro Intercesor (Parakletos) para que esté
siempre con vosotros, el Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir, ya
que no lo ve y no lo conoce; pero vosotros lo conocéis porque mora cerca de
vosotros y está en vosotros. Yo no os dejaré huérfanos: volveré a vosotros.
Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis, ya que viviré y
vosotros viviréis. En ese día, sabréis que estoy en mi Padre, y vosotros en mí,
y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, éste es el que me
ama; y el que me ama será amado por mi Padre y yo lo amaré y me manifestaré a
él [...]. Os he dicho estas cosas mientras permanezco con vosotros. Pero el
Intercesor (Parakletos), el Espíritu Santo que mi Padre enviará en
mi nombre, él os enseñará todo». (Juan XIV, 16-26).
He
aquí la manifestación del Imam esperado. Existe también un versículo del Corán que
alude a este misterio: «Jesús, hijo de Maryam, decía: ¡Oh hijos de Israel!
He sido enviado por Dios a vosotros, confirmando la Torah que está en vuestras
manos y anunciando un Enviado que vendrá después de mí y cuyo nombre será Ahmad [‘el
muy loado, el gloriosísimo’; en griego: periklytos]» (Corán LXI,
6).
La exégesis islámica corriente
prefiere leer periklytos en lugar de parakletos en
el texto del Evangelioque acabamos de citar; periklytos significa:
‘el muy loado, el gloriosísimo’, cuyo equivalente en árabe es Ahmad o Muhammad,
(Mahoma). Así pues, según esta exégesis, el Paracleto anunciado por Jesús es el
profeta Mahoma. Mas, para la exégesis chiíta, la anunciación del Paracleto designa
al Imam de la resurrección, al Imam escondido, que también se llama Muhammad y
procede de la descendencia del Profeta, quien, por otra parte, habla de él como
de otro sí mismo. (12)
En
un hadîth, el Profeta se refiere al primer Imam designándolo como
su hermano y habla del duodécimo como si fuera su hijo. El interlocutor le
pregunta: «¡Oh Enviado de Dios!, ¿quién es tu hijo?». «Es el Mahdî [‘el
guiado’, que guía hacia Dios, uno de los nombres del Imam escondido], aquél en
vistas al cual he sido enviado como anunciador». (13) En otros ahâdîth el
Profeta también declara: «Si no le quedara a este mundo más que un día de
duración, Dios alargaría este día para suscitar en él a un hombre de mi
descendencia cuyo nombre será mi nombre y cuyo apodo será mi apodo [...].
Combatirá para volver al sentido espiritual, como yo mismo he combatido por la
revelación del sentido literal». (14) Y Henry Corbin añade: «El
Paracleto anunciado no será el que enuncia una nueva ley, sino aquel que
revelará el sentido interior, esotérico, de todas las leyes antiguas. Ahora
bien, el Profeta Mahoma trajo una nueva ley, mientras la misión que incumbe al
duodécimo Imam es la revelación del sentido escondido». (15)
Haydar
Âmolî, uno de los grandes maestros chiítas del siglo XIV y discípulo de Ibn
‘Arabî, comenta elhadîth del Profeta que acabamos de citar, donde
anuncia al Imam de la resurrección: «A esto mismo aludió Jesús cuando dijo:
Os traemos la letra de la revelación. En cuanto a su interpretación espiritual,
el Paracleto os la traerá al final de este tiempo». Ahora bien, el
Paracleto de la terminología cristiana es el Imam esperado (el Mahdî)
de los musulmanes chiítas. Lo más profundo del pensamiento del Profeta
es: «…que el Paracleto anunciado por Jesús no es otro que el duodécimo
Imam, invisible en el presente, anunciado por el profeta Mahoma; corresponde al
Imam-Paracleto, tal como lo han dicho tanto Jesús como Mahoma, al revelar el
sentido escondido de la revelación. [...]. Adosado al Templo santo de la
Ka’ba, el Imam proclama que cualquiera que desee dialogar con él con respecto a
Adán ha de saber que él, el Imam, es de entre todos los humanos el que está más
próximo a Adán. Y repite la misma afirmación acerca de todos los profetas: “Soy
el más próximo a Noé, a Abraham, a Moisés, a Jesús y a Mahoma. Soy el más
próximo al Corán, el más próximo a la tradición del Profeta”. O, todavía con
más fuerza, nombrando sucesivamente a la bi-unidad formada por cada profeta y
su primer Imam, dice: “Que aquel cuya conciencia esté fijada en Adán y Set
[hijo e Imam de Adán], sepa que yo soy Adán y Set”. Y sigue así: “Soy Noé y
Sem; soy Abraham e Ismael; soy Moisés y Josué; soy Jesús y Sham’ûn [Simón]; soy
Mahoma y el Emir de los creyentes [Alí, el primer Imam]; soy Hasan [segundo
Imam] y Husayn [tercer Imam]; soy todos los Imames. Quienquiera que haya leído
los antiguos libros de Dios, los libros de Adán, de Noé y de Abraham, la Torah,
los Salmos y el Evangelio, debe reconocerme, ya que todos estos libros hablan
de mí [...]. Soy aquel que en el Evangelio es llamado Elías”». (16)
También
está escrito en el Evangelio: «No os dejaré huérfanos, volveré a
vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis» (Juan XIV,
18-19). He aquí la parusia de Cristo, su retorno anunciado, la
venida del iniciador, la manifestación del que resucita; él es quien enseña el
verdadero sentido de la Escritura.
Conocer
el sentido de la Escritura supone estar iniciado en una gnosis, en
un conocimiento; por ello los Imames han dicho: «Aquel que nos conoce,
conoce a su Señor», haciéndose eco de la sentencia que dice: «Aquel que
se conoce a sí mismo, conoce a su Señor», y también: «Aquel que muere
sin conocer a su Imam, muere de la muerte de los inconscientes». Llega
en secreto al peregrino que camina en la noche de la búsqueda, y entonces se
levanta la aurora. Esta noche santa es llamada «noche del destino», de
la que habla la azara XCVII del Corán: «Son los versículos que
fueron recitados en el momento del nacimiento del Imam de este tiempo [el
duodécimo], precisamente porque él es esta noche». (17) He aquí el
texto: «En el nombre de Dios todo misericordioso, todo compasivo, en
verdad, lo hemos revelado en la noche del destino. / Y ¿qué es lo que te hará
saber qué es la noche del destino? La noche del destino vale más que mil meses.
/ Los ángeles y el Espíritu [el ángel Gabriel] descienden del cielo con el
permiso de su Señor, encargados de todo orden. / Es una noche de paz hasta el
amanecer».
Cuando
el Imam se manifiesta, el libro se abre, entonces el Corán ya
no es «silencioso», sino «parlante». Esto es la parusia del
Imam: devuelve el sentido perdido. Está escrito en los Evangelios:
«Entonces les abrió la inteligencia para comprender las Escrituras» (Lucas XXIV,
45). La parusia del Imam esperado es la Presencia divina;
para los cabalistas judíos es el Mesías que vuelve y enseña cómo se tienen que
leer las santas Escrituras.
¿Cómo
no estar sorprendido por la extraordinaria convergencia que existe entre la parusia del
Imam y la de Cristo después de su resurrección, por ejemplo, en su
manifestación a los discípulos de Emaús? (18) Leemos en el Evangelio: «Mientras
iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó y se puso a caminar con
ellos; pero sus ojos no podían reconocerlo [...]. Y él les dijo: “¡Oh, hombres
sin inteligencia y tardos de corazón para creer en todo lo que han dicho los
profetas!” [...]. Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas,
les explicó lo que de Él se refería en todas las Escrituras [...]. Ahora bien,
cuando se hubo sentado con ellos a la mesa, cogió el pan, dijo la bendición, lo
partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron; y
desapareció de su vista». (Lucas XXIV, 13-29).
Hemos
citado anteriormente estas palabras del Imam: «Quienquiera que ha leído los
antiguos libros de Dios, los libros de Adán, de Noé y de Abraham, la Torah,
los Salmos y el Evangelio, debe reconocerme, ya
que todos estos libros hablan de mí». ¡Que Dios apresure para nosotros la
alegría de su venida! […]
Por
último ofrecemos un fragmento de Henry Corbin que alude al retorno del Imam
escondido:
«Todo
ocurre como si la resurrección no pudiera ser anunciada de otra forma que
alarmando a todos aquellos que se apoderaron de “la cosa divina” o de “la causa
divina” para avasallar a los hombres movidos por sus ambiciones y para
secuestrar el destino personal de cada ser. Una tradición que remonta al v
Imam, Muhammad al-Bâqir, cuenta cómo el último Imam, ‘el Resurrector’, se había
encaminado hacia la ciudad de Kûfa. He aquí que de esta ciudad salió a su
encuentro un cortejo de varios millares de hombres; en él, sólo había gente de
mucha categoría: lectores profesionales del Corán, doctores de la Ley, etc., en
pocas palabras, todo lo que la piedad oficial ha podido constituir socialmente
como devotos autoritarios. Y todos se dirigían al Imam para rechazarle:
“No te necesitamos para nada. No necesitamos a un hijo de Fátima”.
Cuando
leí este texto por primera vez, intuí que ya había leído en otra parte unas
palabras con la misma resonancia lejana. Y así fue cómo ello me recondujo a la
célebre novela de Dostoievsky (19) en la que el gran Inquisidor, de regreso a
Sevilla, rechaza a Cristo la noche que había sido prendido, diciendo: “¿Por qué
viniste a perturbarnos? ¿Acaso tienes derecho a revelar aunque sea un sólo
misterio del mundo de dónde vienes? ¿Acaso habías olvidado que la quietud e
incluso la muerte son preferibles para el hombre antes que la libertad de
discernir el bien y el mal? Vete y no vuelvas más”». (20)
El
Corán es el Imam silencioso, el Imam es el Corán que habla.
NOTAS
(1) Henry Corbin, En Islam
Iranien. Aspects spirituels et philosophiques. ed. Gallimard, París,
1971-1972, 4 t. T. i, p. 7.
(2) Véase Al-Bujârî, Les
Traditions islamiques, ed. Maisonneuve, París, 1977, v. i, p. 2. Los
chiítas poseen un corpus de ahâdîth de los
Imames que ha permanecido prácticamente desconocido durante mucho tiempo en
Occidente.
(3) H. Corbin, op. cit., t.
iv, p. 309 y ss.
(4) Ibídem p. 323
(5) El término griego parusia significa
‘presencia’.
(6) ¿No viven los judíos a la espera de
la venida del Mesías y los cristianos a la espera del segundo advenimiento de
Cristo o de su parusia?
(7) H. Corbin, op. cit., t.
iv, p. 333.
(8) Ibídem p. 333.
(9) H. Corbin nos habla de la palabra
árabe çûfí: «Mientras los otros hijos de Adán se dedican a oficios
que les permitirán conquistar este mundo, Set se dedica totalmente al servicio
divino. El ángel Gabriel trae del paraíso una vestidura de lana (çûf)
verde, con la que reviste a Set. Los ángeles vienen a visitarlo y al volver al
cielo anuncian a los otros: “¡Hay uno vestido de lana (çûfi) que sobre
la tierra se dedica al servicio divino!”. Es así como, desde el profeta Set, la
designación de ‘vestidos de lana’ se da al grupo de los sufies».
Esta narración ilustra la explicación más común de la palabra sufí. Bîrûnî
ofrece otra, que acerca la palabra árabe çûfí a la griega sofos,
‘sabio’. H. Corbin, op. cit., t. iv, p. 443, n.º 91. Así pues, no
puede haber ninguna diferencia entre el verdadero sufí y el verdadero chiíta.
(10) H. Corbin, op.
cit., t. i, p. 117.
(11) Del griego parakletos, ‘defensor,
intercesor’; procede del verbo parakaleo, ‘llamar a sí’.
(12) H. Corbin, op.
cit., t. iv, p. 437.
(13) Ibídem,
t. iv, p. 304
(14) Ibídem,
t. iv, p. 305
(15) Ibídem,
t. iv, p. 438
(16) Ibídem,
t. iv, pp. 438, 440 y 442.
(17) Ibídem,
t. iv, p. 440.
(18) En sus orígenes,
el cristianismo alude claramente a esta parusia del Señor.
Véase, por ejemplo, la siguiente Epístola: «Tened paciencia,
hermanos míos, hasta la parusia del Señor. Ved: el labrador,
en la esperanza del precioso fruto de la tierra, espera pacientemente hasta que
recibe la lluvia de otoño y la de primavera. Vosotros también sed pacientes,
afirmad vuestros corazones, ya que la parusia del Señor está
cerca» (Santiago v, 7 y 8). Hay que leer también el extraordinario
testimonio de Pedro (otro testigo de la parusia en el Monte
Tabor, con Santiago y Juan), en su primera Epístola: «No es, en
efecto, mediante la fe de las fábulas ingeniosamente imaginadas que os hemos
hecho conocer el poder de la Parusia de nuestro Señor
Jesucristo, sino como testigos oculares de su majestad». Véase la continuación
del texto en 1 Pedro i, 16 y 12.
(19) Los
Hermanos Karamazov, ed. Cátedra, Madrid, 1987, p. 399 y sigs.
(20) H. Corbin, op.
cit., t. iv, p. 441.
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