LA
TRADICIÓN HERMÉTICA
Federico González Frías - Programa Agartha
Las verdades
eternas, conocidas unánimemente y expresadas por sabios de todos los tiempos y
lugares, se plasmaron en Occidente en el pensamiento de culturas estrechamente
interrelacionadas que en distintos momentos florecieron en regiones ubicadas
entre Oriente Medio y Europa, durante esta cuarta y última parte del ciclo, a
la que se ha llamado Kali Yuga o Edad
de Hierro, y que siempre se vinculó con el Oeste.
Antiquísimos conocimientos patrimonio de la
Tradición Unánime fueron revelados a los sabios egipcios, persas y caldeos.
Ellos se valieron de la mitología y el rito, del estudio de la armonía musical,
de los astros, de la matemática y geometría sagradas, y de diversos vehículos
iniciáticos que permiten acceder a los Misterios, para recrear la Filosofía
Perenne diseñando y construyendo un corpus de ideas que ha sido el germen del
pensamiento metafísico de Occidente conocido con el nombre de Tradición
Hermética, rama occidental de la Tradición Primordial. Hermes Trimegistos, el
Tres Veces Grande, da nombre a esta tradición. En verdad, Hermes es el nombre
griego de un ser arquetípico invisible que todos los pueblos conocieron y que
fue nombrado de distintas maneras. Se trata de un espíritu intermediario entre
los dioses y los hombres, de una deidad instructora y educadora, de un
curandero divino que revela sus mensajes a todo verdadero iniciado: el que ha
pasado por la muerte y la ha vencido.
Los egipcios llamaron Thot a esta entidad iniciadora que transmitió las enseñanzas eternas a sus hierofantes, alquimistas, matemáticos y constructores, que con el auxilio de complejos rituales cosmogónicos emprendieron la aventura de atravesar las aguas que conducen a la patria de los inmortales. Autores herméticos han relacionado a Hermes con Enoch y Elías, quienes serían, para los hebreos, la encarnación humana de esta entidad suprahumana a la que identifican con Rafael, el arcángel también guía, sanador y revelador. Esta tradición judía, que se ha considerado siempre como integrante de la Tradición Hermética, convivió con la egipcia antes y durante la cautividad –Moisés es fruto de esta convivencia– y en tiempos de los reyes David y Salomón durante la construcción del Templo de Jerusalén; hace alrededor de tres mil años estos pensamientos se consolidaron en una arquitectura revelada que permitió, una vez más, la creación de un espacio vacío o arca interior capaz de albergar en su seno la divinidad.
En el siglo
VI antes de Cristo, que es el mismo siglo de la destrucción del Templo de
Jerusalén, y contemporánea de Lao Tsé
en la China, del Buddha Gautama en la
India, y del profeta Daniel en Babilonia, nace la escuela de Pitágoras que,
también heredera de los antiguos misterios revelados por Hermes, iluminará
posteriormente a la cultura griega, tanto a los presocráticos como a Sócrates y
Platón.
Este
pensamiento hermético influyó notablemente en la cultura romana, en los
primeros cristianos y gnósticos alejandrinos, en los caballeros, constructores
y alquimistas de la Europa medioeval y en los filósofos y artistas renacentistas,
nutriéndose al mismo tiempo de los conocimientos cabalísticos y del esoterismo
islámico.
Luego
florecen estas ideas hermético-iniciáticas en el movimiento rosacruz que se
desarrolla en Alemania y en la Inglaterra de la época isabelina, habiendo sido
depositadas estas antiguas enseñanzas, posteriormente, en la Francmasonería.
Esta Orden, que en su apariencia exotérica no ha podido escapar a la
degradación y disolución promovidas por la humanidad actual, conserva sin
embargo en sus ritos y símbolos ese germen revelado y revelador, activo en el
seno de unas pocas logias que han logrado sustraerse a las modas innovadoras
que amenazan a Occidente con sucumbir, y mantienen ese vínculo regenerador con
el eje invisible de la Tradición que se dirige siempre hacia el verdadero
Norte, origen y destino de la humanidad, del que esta tradición nunca se ha
separado.
Hermes y la
Tradición Hermética viven actualmente. Su presencia es eterna.
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