Compartimos con vosotros este extracto de la excelente obra “La Mitología Templaria”, del querido escritor, investigador de la tradición y amigo: Jesús Ávila Granados. A él con mucho aprecio y cariño.
EL LABERINTO
SAGRADO
Jesús Ávila Granados
La
palabra laberinto procede del griego labyrinthos, que, según la mitología de
la Grecia clásica, fue un palacio construido por Dédalo en Cnossos (Creta) para
recluir al Minotauro, lugar lleno de recovecos y de difícil salida. Pero los
orígenes del laberinto, como concepto que va más allá de lo material e incluso
del espíritu, son mucho más antiguos. En nuestra búsqueda de sus raíces llegamos
a Extremo Oriente, donde existe una viva leyenda de sorprendente emotividad,
transmitida a través de las generaciones. En la Antigüedad vivía en China un
rey llamado Yin, el cual, tras un
largo tiempo de espera, tuvo un hijo a los sesenta años de edad; la criatura
era todo un prodigio porque al nacer ya contaba con veintiocho dientes; los
adivinos del reino coincidieron en profetizar que sería un hombre valeroso y
temible conquistador.
El
príncipe, al que llamaron Yang, tuvo
como maestro al arquitecto Lao, un
hombre sabio de valiosas palabras. Yang
contaba quince años cuando falleció su padre, el monarca; su partida a la
conquista del mundo no se hizo esperar, porque en el mismo lecho de muerte se
despidió del padre. Los éxitos militares fueron espectaculares y los nuevos
territorios se extendían por todos los horizontes.
Muchos
años después, fatigado, el arquitecto Lao
proyectó para el reposo del guerrero una ciudadela tan esplendida que evocaba a
una montaña nevada. Era un lugar de plenitud y belleza. Sin embargo, en aquel paraíso
Yang, harto de los placeres de la
vida mundana, descubrió la tristeza de la monotonía y el dolor de la
melancolía. No dudó en reclamar la presencia de su ministro Lao, a quien se quejó de su hondo
malestar; y el sabio mantuvo sus labios sellados, con lo que propició las iras
del emperador. Yang, golpeando con su
puño en la mesa, grito:
“¡Te ordeno construir el más
formidable laberinto jamás imaginado! En siete años quiero verlo edificado en
este llano, ante mí, y luego marcharé a conquistarlo. Si descubro el centro,
serás decapitado. Si me pierdo en él, reinarás sobre mi imperio”.
A
lo cual el arquitecto respondió: “Construiré ese laberinto”.
Sin
embargo, el ministro reemprendió el curso de sus actividades habituales y
pareció olvidar el encargo. El último día del séptimo año, Yang volvió a reclamar la presencia de su ministro, ya anciano, y
le preguntó dónde estaba aquel laberinto, el más formidable jamás soñado.
Entonces Lao le tendió un libro, diciéndole:
“Helo
aquí. Es la historia de tu vida. Cuando hayas encontrado el centro, podrás
descargar tu sable sobre mi cuello”.
Así
fue como aquel arquitecto conquistó el imperio de Yang, pero evidentemente rehusó el cetro y el poder, pues poseía
algo más preciado: la sabiduría.
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