Semblanzas de “El Maestro de Caracas” - Ruben Rodriguez


Semblanzas de “El Maestro de Caracas”
Rubén Rodríguez Muñoz 

(14/02/2014)
          A continuación quisiéramos, como un humilde homenaje con motivo de un nuevo aniversario del pase al Or:. Et:. del Q:. H:. Fermín Vale Amesti, hacer una semblanza en memoria de este extraordinario e inolvidable personaje. Es un texto que publicamos hace algunos años, pero que modificamos de acuerdo a las experiencias acumuladas a lo largo del tiempo. Como dijo alguna vez el gran Jorge Luis Borges (palabras más, palabras menos): “Las modificaciones a algo ya escrito se terminan con el cansancio o con la muerte del autor.” Como no es ni un caso ni otro, decidimos volver a este viejo texto para “afinarlo” un poco más. Antes de comenzar, queremos aclarar que estas son vivencias muy propias de nuestra relación con el Maestro y, como tales, no pretenden ser una biografía (¡nada más lejos de nuestro ánimo!) ni un intento de demostrar que somos herederos de su Autoridad (¡nos queda grande siquiera pensar haber heredado un poquito de ella!).
            Quisiéramos compartir unas impresiones de nuestro finado Maestro, quien es llamado ahora con toda justicia “El Maestro de Caracas”. Él fue muy importante para nosotros y para muchos otros buscadores del verdadero camino esotérico Tradicional. Queremos expresar, de paso, nuestro sentir de que el tiempo le hará más justicia porque en algunos años podrá verse con claridad el resultado de su callada e incansable obra. También es nuestra intención con este texto mostrar la existencia de un venezolano notable, especie en extinción en estos tiempos de profundo deterioro de los valores trascendentes. El Maestro. Todavía lo recordamos, a pesar de que nos dejó físicamente hace unos cuantos años. ¿Qué podríamos contar de él? Mucho, ciertamente; pero evocamos también nuestras mismas palabras refiriéndonos a él en un escrito anterior: “Era un hombre difícil de reducir a un texto escrito, a una grabación, a un recuerdo.” Pero, bueno; intentemos escribir algo para hacer honor a aquella historia atribuida a Einstein, en la cual alguien le pregunta a un niño como fue posible que rompiera con una piedra el hielo que cubría un río para salvar a un amigo, a despecho de su poca fuerza. La respuesta se obtuvo gracias a un anciano que intervino y dijo a todos: “Es que no se encontraba presente alguien que le dijera ‘no se puede’”.
            Nuestro primer contacto con el Maestro fue, intelectualmente, intenso. En ese momento veníamos de un “psicologismo” omnipresente, con el cual tratábamos de entender y domeñar todo; en especial el aspecto del desarrollo espiritual. Esto tuvo su origen en una larga relación con profesionales de la Psicología, a través de los cuales obtuvimos esta suerte de “deformación profesional” que nos impulsaba un poco inconscientemente a ver todo a través del cristal fuertemente coloreado de esa rama del conocimiento racional. Fueron varios los cursos tomados con los profesionales a los que hicimos referencia, los cuales allanaron el camino para el desarrollo de este punto de vista. Durante las primeras reuniones en las cuales coincidimos, el Maestro dio a entrever que no todo lo humano se reducía a un aspecto psicológico, visión unilateral nacida de la Ciencia Profana que ahora – después de arañar largo la superficie del conocimiento – comenzamos a vislumbrar pálidamente como el residuo de Ciencias más exactas y positivas que existieron en las Civilizaciones Tradicionales. Este desafío a nuestras creencias (precisamente eran eso, creencias, y no conocimientos efectivos), en ese tiempo, nos chocó en grado sumo. Es más, consideramos en su momento muchas actitudes suyas como las actitudes “lógicas” (como si la lógica tuviera algo que ver con esto) de un anciano cansado y ya medio retirado. Gracias a Dios tenemos la prudencia como una de nuestras pocas virtudes, alabada continuamente por nuestra fallecida abuela materna desde que éramos niños, así que la utilizamos (ni siquiera nos esforzamos en hacerlo, pues actuamos de esa manera sin siquiera pensar, esto es, en forma natural) para no polemizar con este hombre a quien acabábamos de conocer.
            Intercambiamos comentarios con otros buscadores que seguían nuestra misma corriente y, sintiendo que éramos una opinión generalizada (como si la verdad tuviera relación con una opinión generalizada), criticamos con acritud las palabras de aquel hombre al cual no entendíamos.

            Pero algo sucedió con el transcurrir del tiempo. La prudencia dio lugar a un intento de entender el mensaje del Maestro. ¿Y si nuestra visión está errada? ¿No será que nos cuesta entender las ideas que hay detrás de sus palabras? “Realmente este hombre no es igual a todos”, nos decíamos. “En él hay algo que nos inspira confianza”. “No parece hablar ‘paja’ como lo hacen muchos que presumen de buscadores.
            ¿Qué era eso que nos inspiraba tanta confianza y que sutilmente nos aseguraba que las palabras de ese hombre no eran las necedades que la mayoría de nosotros decíamos? Ahora, con el tiempo y los estudios, nos dimos cuenta. Es la Autoridad, característica principal de los Maestros Hábiles. De hecho, uno de nuestros familiares nos pregunto alguna vez: “¿Cómo sabes que tiene la razón en lo que dice?”. “No lo sé, pero lo siento”, atinamos a responder. La verdadera Autoridad se siente si trabajamos para elevarnos sobre la tiránica influencia de la Razón y escuchamos al Corazón. ¡Cómo lo criticábamos al principio! Considerábamos que los años ya habían apagado su impulso a mejorar y lo habían hecho caer en el estancamiento senil. ¡Cómo estábamos equivocados! Resulta que ahora, en los lugares en los cuales nos desenvolvemos, muchos piensan que nuestras actitudes son de hombre viejo, que ya no reacciona con los mismos ardores descontrolados ante lo que consideran los jóvenes como de suma importancia. Lin Yutang sugirió en una de sus obras que “la sabiduría es cosa de viejos…” Entendemos esta frase como “los años nos hacen interesar en la sabiduría”. Y añadimos, haciéndonos eco de la experiencia, “con muy significativas excepciones…<< Un hallazgo científico, un buen libro, una idea renovadora, no surge de una mente joven porque sea joven. Posiblemente sale de un cuerpo viejo, de un cerebro viejo, pero bien entrenado. … Afortunadamente lo único que cura el tiempo es precisamente esa universal dolencia, por la cual debe pasar el ser humano. [1970] >> [“El sindicato de la juventud”. “Las cosas claras”, Editorial Roble (Enero, 1973). Pp. 103 a 105.]
Primera publicación de su obra "El Retorno de Henoch o la Masonería Primigenia"
            Nótese que Guillermo Morón, en la cita, utiliza el adverbio “posiblemente” mostrando claramente la prudencia de la edad, pues el resultado de haber experimentado muchas vivencias nos hace apartarnos de las generalizaciones. Con los años comenzamos a percatarnos de que muchas cosas tras las cuales hemos corrido desaforadamente son otros tantos espejismos que nos alejan de lo más importante y trascendente. Ésta era la actitud del Maestro. Esto era lo que tanto criticábamos de él. Reconocemos nuestra ignorancia del momento. Y reconocemos también que la vida misma nos hizo ver nuestro error. Criticamos y ahora nos critican de la misma forma, viendo al Maestro a través del espejo del tiempo. Por eso ahora acostumbramos a aconsejar a los jóvenes mucha prudencia en sus acciones, para que no tengan que sufrir tanto el “efecto boomerang” negativo si estas acciones no fueron acordes con lo que dictaba el Corazón; pero no aquel órgano, la “bomba” que impulsa la sangre por nuestro sistema circulatorio, ni ese “órgano sutil” que en el ideario común está asociado a las pasiones. Cuando usamos ese nombre, escrito así con mayúscula, nos referimos al Centro de Nuestro Ser, donde se halla precisamente nuestra parte trascendente. Hemos descubierto con el devenir de la vida que la mayoría de las personas no son malvadas, pero algunas son tan insensibles como para no hacer caso a las “Voces del Corazón” – otro término muy suyo - que sus acciones parecieran ser malévolas… Muchas veces pueden actuar como atarantados por esta misma causa. También queremos reconocer nuestra ignorancia actual, pues no sabemos más sino – muy al contrario - sabemos menos. Realmente saber no es conocer más sino ignorar más.
            Puede parecer descorazonador, pues nada descorazona más que la expectativa maltrecha después de haber luchado con algo impulsado por el ardiente deseo de entenderlo a cabalidad, para luego quedar entendiendo menos. De aquí surge una frase que, para nosotros, resulta emblemática del Maestro. Una vez, mientras tomábamos el Curso Propedéutico con él, reconocimos que siempre el tenaz buscador del conocimiento está aprendiendo algo; acción que nunca se detiene hasta la muerte. Él nos dijo, con aquella socarronería que le era muy característica: “Mira, Rubén. Yo tengo setenta y dos años y, cuando veo lo que me falta por aprender, me da un dolor de b…” En ese momento esa frase se grabó a fuego en nuestra mente y, cuando hablamos de sus dichos y de sus hechos, siempre sale a colación…
Segunda publicación de su obra "El Retorno de Henoch o la Masonería Primigenia"
            También rememoramos, no sin cierta nostalgia, otro detalle de cuando asistíamos al Curso Propedéutico. Al principio acudíamos varios, pero al final quedamos solos él y este servidor. Nos presentábamos con la síntesis del capítulo anterior, la cual él leía de inmediato, para pasar de seguidas a proferirnos el siguiente; cosa que nos llevaba habitualmente una media hora. Era así siempre, a no ser que, a fin de aclarar alguna duda, se extendiera más. Al final nos dedicábamos a hablar de todo un poco. El Maestro era un excelente y ameno conversador. Eran de especial interés sus innumerables anécdotas, producto de una vida intensa y productiva, las cuales contaba imitando los acentos y maneras de los personajes con la facilidad del más diestro humorista. Por eso alguien citó alguna vez otra de sus frases interesantes, que hemos repetido también innumerables veces: “El Ángel de la risa es el más cercano a Dios”. Siempre hacía honor a esta frase, pues el chascarrillo y la ocurrencia genial estaban muy cerca de sus maneras. Recordamos ahora la vez que le relatamos una de las chispeantes historias leídas en un libro del finado Oscar Yánes, el conocidísimo “chivo negro”, en la cual – por allá, en los tiempos del general Gómez – hubo alguien que recorrió el país trotando, a la manera de Forrest Gump. Fue todo un acontecimiento y la gente en los pueblos lo recibían, haciendo alarde de esa hospitalidad muy característica de los venezolanos de antes. Por supuesto, uno de los aspectos más importantes de esa virtud era que le daban alimento al recién llegado. “Y las mujeres le daban ‘catalinas’ para que se mantuviera fuerte”, añadió el Maestro con socarronería, recordando que el término “catalina” tiene otro significado aparte del usual de dulce criollo. Esto es, el nombre popular de cierta parte de la anatomía femenina… Por supuesto, nos desternillamos de la risa como unos colegiales traviesos.
            Este buen humor proverbial no impidió que, algunas veces, lo viéramos disgustado ante la necedad de algunos; especialmente de aquellas “taparas encabuyadas”, como él llamaba muy significativamente a algunos “fariseos” modernos que hacen fila en nuestras órdenes esotéricas. Esas veces – recordamos muy pocas – nos sentíamos como debieron sentirse los espectadores cuando el Maestro Jesús entró airado al Templo para expulsar a los mercaderes y cambistas. En las amenas conversaciones, después de tratado el tema del capítulo del Curso Propedéutico, se nos iba más de una hora “como si nada” y más de una vez nos provocó quedarnos a continuarlas… Parte infaltable de estas reuniones era precisamente la bebida a la cual se hace bastante referencia en las apologías sobre el Maestro: Un papelón con limón que, a veces, repetíamos bebiéndolo con fruición.
          Un especial sitial en nuestra memoria tienen sus frases, que recuerdan mucho a las de nuestra finada y muy querida abuela: “Es más largo que medio de tripa en el llano en el año veintiocho”, en la cual destacaba algo que tardaba mucho; haciendo parangón con la gran cantidad de vísceras de animales (tripas) que se podía comprar en el llano (zona productora agropecuaria de Venezuela) con un medio (moneda cuyo valor era la cuarta parte de un Bolívar; la cual, merced a la continua pérdida del poder adquisitivo de nuestro signo monetario, por un tiempo bastante largo no se utilizó; aunque últimamente se restituyó para quedar más bien como adorno a causa de su irrisorio valor) en el año 1928 (cuando todo era muy barato). Recuerdo que nuestra abuela utilizaba la misma frase, quitándole la parte del “en el año veintiocho”. Estas son frases mantuanas. Dícese “mantuano” del acento de la Caracas vieja, ya extinto a no ser por ciertos “dinosaurios” del lenguaje como el Maestro y nosotros. También decía, cuando alguien no podía hacer algo merced a una limitación intrínseca: “Dios no le da cacho a burro ni las vacas vuelan”. Siempre sonreíamos al imaginar las vacas volando y haciendo sus gracias sobre nosotros… Aún sonreímos al recordarlo… O, cuando alguien se consideraba superior a los demás, utilizaba la frase muy conocida, pero con algo de picante añadido (normalmente se dice “cree que tiene a Dios agarrado por la chiva”, haciéndose eco de las comunes referencias antropomórficas de Dios como un ser con barba o “chiva”): Cree que tiene a Dios agarrado por el testículo izquierdo”. Su acento, como dijimos antes, tendía a lo mantuano; pero, en ciertas situaciones, dejaba deslizar el sabroso acento y los giros zulianos de su terruño. “Vine de v…”, nos dijo un día que se sentía mal y, aún así, vino a nuestra reunión de trabajo. La última palabra, fuerte, perdía en sus labios toda connotación soez en aras de un humorismo muy local. Su recibimiento característico era un jovial “¡choque esos espárragos!”, como eufemismo refiriéndose a los dedos en invitación a un apretón de manos.
            Una situación que destaca mucho más con el transcurrir de los años es aquella cuando llegamos un día a clases muy emocionados después de haber reflexionado muy seriamente acerca de la reencarnación y su posible demostración con las lecciones futuras del Curso Propedéutico. Le preguntamos, como aquellos niños que descubren algo y corren emocionados a compartirlo: “Querido hermano, ¿qué piensa de la reencarnación?”. “Mire, querido hermano”, me respondió muy tranquilo, “tome esas ideas suyas sobre la reencarnación, póngalas en un saquito y cuélguelo detrás de la puerta”. Esa respuesta, inesperada, nos dejó estupefactos. Por supuesto, no la entendimos. Y confesamos que, hoy en día, todavía no la entendemos; pero la diferencia es que hoy vemos más o menos por donde va la cosa. Acostumbramos a decir, y ya casi es nuestra frase emblemática, “la verdad, no la sé; pero tengo idea por donde va la cosa…” ¿Por dónde va? Por la vía Tradicional. Ésta es la vía que él vino a mostrarnos… En cuanto a la reencarnación, es un simple paradigma, en otras palabras, es un intento vano de explicar por medio de la Razón algo que va más allá de ella…
            Ahora quisiéramos relatar otra anécdota, esta vez póstuma. Nos hallábamos en una reunión donde se discutía con suma gravedad sobre la Filosofía. Algunos participantes se jactaban de los conocimientos filosóficos adquiridos en la Masonería… Bueno, ya avanzada la reunión un hermano se nos acercó para preguntarnos: “Querido hermano, ¿cómo se llamaba su Maestro?”. “Fermín Vale Amesti”, le respondimos con mucha satisfacción. “¡Ajá!”, exclamó y se retiró. Al rato compartió lo siguiente con todos los asistentes: “Queridos hermanos, saben que me acerqué una vez al querido hermano Fermín Vale Amesti y le pedí que me recomendara un libro sobre filosofía masónica; a lo que él respondió: Querido hermano, eso no existe…” Ahí lo dijo todo… Quisiéramos aclarar que la Masonería u otra Escuela Iniciática realmente Tradicional “es un método intuitivo para adquirir conocimientos, mientras que la Filosofía es un método racional para adquirir conocimientos”. Son palabras suyas. Es bien sabida la ventaja de la intuición sobre la razón. Los grandes artistas y los grandes científicos dan fe de ello… Una vez, hablando sobre una circunstancia que ahora no viene al caso, nos dijo: “Ellos vienen a destruir, otro será quien reconstruya”. Nuestro bajo nivel de consciencia del momento nos impidió ver la trascendencia de la frase. Después de su muerte, recién al inicio de los más recientes y dramáticos (apelando a un adjetivo un tanto inocente) quince años, esas palabras suyas comenzaron a resonar en nuestra mente con cada situación que sucedía en el país. Fue una predicción con todas las de la ley… Bueno, éstas son algunas anécdotas que queríamos compartir. Esperamos que den una idea, aunque sea vaga, de la vida cotidiana de un hombre verdaderamente notable. Por cierto, un muy querido hermano lo definió de esta manera: “Él intentó toda su vida demostrar que era un hombre corriente sin poderlo lograrlo”. Y esperamos seguir recordando, para acceder a aquellas anécdotas que se esconden en los tortuosos recovecos del tiempo.

Rubén E. Rodríguez M. 
Versión del 14/02/2014.
 
Revisiones:
13/02/2014.
19/08/2013.
23/11/2011.
23/10/2009.
Terminado el 19/07/2006 y enviado ese mismo día al Q:. H:. Jöel Pozarnik, hoy también en el Or:. Et:.

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