LA LARGA
MARCHA DE UN SECRETO SABER
Testimonio de
constructores
Juan García Atienza
Decía
anteriormente, citando al marqués de Lozoya, que es característica de los
grandes gobernantes el ser a la vez grandes constructores. Lo que habría que
discernir, en este sentido, es el lugar donde se encuentra la causa y el
momento exacto del efecto. Es decir, si esos gobernantes fueron considerados grandes
porque construyeron o si, por el contrario, construyeron como prueba tangible
de su importancia.
A mi modo de
ver, la relación que existe, en un determinado instante histórico, entre la
grandeza de un estado o de un pueblo y las muestras arquitectónicas que se
levantan en esa precisa circunstancia estriba en la beligerancia que en aquel
momento hayan adquirido los movimientos culturales y religiosos que sostienen
con su saber y su influencia esa chispa de esplendor. Tengamos en cuenta que
cuando cito estos movimientos no me refiero tanto a los promovidos por los
credos y poderes establecidos oficialmente, sino a las corrientes más o menos
soterrañas de poder heterodoxo, ocultista o mágico. Pongamos un par de ejemplos
que, a escala peninsular, se desarrollan al lado de las normas exotéricamente
establecidas, a pesar de su apariencia contraria.
En 1387 se
comenzaba a construir en Portugal el monasterio de Batalha, aparentemente
concebido como acción de gracias por la victoria portuguesa de Aljubarrota
sobre los castellanos que les invadieron dos años antes. Sin embargo, una obra
planteada como monumento oficial y realizada con todas las premisas necesarias
de legalidad religiosa impuestas por la ortodoxia cristiana dominante, resulta
que responde en su más profunda realidad a unos principios ocultistas que están
presentes en toda su concepción, desde el lugar mismo del emplazamiento del
monasterio -en la comarca mágica que contiene el santuario de Fátima, y que
dominaron los templarios desde Tomar y Leiría- hasta los mínimos detalles alquímicos
de la decoración y de las vidrieras, pasando por la misma estructura del
templo, concebido y resuelto como una perfecta llave que abre todo un mundo de
revelaciones más propias de los saberes prohibidos que de conmemoraciones
políticas más o menos circunstanciales (1).
Real Monasterio del Escorial
Palaciego Interior
Palaciego Interior
Otro ejemplo,
en cierto modo paralelo al anterior, lo tenemos en las circunstancias que
llevaron a Felipe II a la construcción del monasterio de El Escorial, también
planteado como conmemoración de una victoria militar –la de San Quintín-, pero
resuelto, desde su ubicación hasta su mismo contenido, con la colaboración
primera de astrólogos y alquimistas que determinaron por orden del monarca el
lugar idóneo para su emplazamiento -un núcleo mágico megalítico
tradicionalmente habitado por herreros -y con el concurso, en los planos y en
la concepción total de la obra, de un arquitecto como Juan de Herrera,
absolutamente compenetrado con los saberes herméticos, seguidor de las
doctrinas cabalísticas de Ramón Llull y pitagórico nato en toda su circunstancia
vital y hasta profesional (2). Por si esto no bastaba, los primeros fondos de
la biblioteca del monasterio fueron suministrados desde Flandes por Benito
Arias Montano, uno de los heterodoxos más importantes de la época y uno de los
espíritus más interesantes en la historia de las ideas hispanas (3).
Real Monasterio del Escorial
Vista Exterior
Hoy, los
turistas y viajeros curiosos acuden a visitar estas obras y pasan por ellas sin
llegar a darse cuenta de todo el mundo de mensajes cifrados que encierran. Lo
mismo pasa con infinidad de otros monumentos de todas las épocas, porque éstos
que he citado aquí no son más que dos ejemplos entre otros muchos que podrían
aportarse. En realidad, podríamos asegurar -y no nos equivocaríamos
garrafalmente- que cada gran obra de la arquitectura universal contiene,
conscientemente por parte de sus constructores, una serie de elementos propios
del conocimiento ocultista que la configuran y le dan su sentido trascendente.
Porque la arquitectura ha sido, desde siempre, el vehículo más directo de la
comunicación esotérica. Y esto no por azar, sino por una razón de peso:
cualquier otro arte es más íntimo, puede ser requisado o escondido. Un edificio
-un templo- no puede escamotearse. Está ahí, contando su mensaje al aire, siglo
tras siglo; un mensaje destinado a los que sepan encontrarlo. Pero incluso para
esa mayoría que jamás lo captará hay un estímulo estético que, de alguna forma,
puede influir sobre su circunstancia vital. Una pintura, un libro, incluso una
escultura, son en cierto modo factores individuales: los ve a la vez un número
restringido de personas. Vista Exterior
El monumento arquitectónico, por el contrario, es de todos, lo ven todos, y actúa de algún modo sobre todos. Al margen de que se llegue o no a captar su sentido, está ahí mismo, formando parte de la vida pública o de la naturaleza, influyendo sobre ellas y transmitiéndoles su sentido y su razón de estar ahí. Un monumento, lo mismo que un monte o que un río, nunca puede ser, en última instancia, privado. Forma parte del paisaje y de quienes lo contemplan y lo viven. Y, en el fondo, ésa es la intención que guía al constructor consciente. Porque al edificar está transformando el entorno natural, está influyendo sobre la naturaleza, está trasmutando la naturaleza, fabricándola, o al menos fabricando algo que la trasmutará cuando esté terminado. Y si la naturaleza es obra inaprehensible de una potencia superior, el constructor se identifica con esa fuerza emulándola, lo mismo que el alquimista lleva a cabo su obra para alcanzar, por el esfuerzo y la voluntad, lo que la naturaleza consigue a fuerza de lentas trasmutaciones cósmicas de milenios.
NOTAS
1. Aunque
más adelante profundizaremos en esta cuestión, no está de más que recordemos aquí
que en el reino de Portugal, cuando la orden de los templarios fue
definitivamente disuelta por la Iglesia en el concilio de Vienne en 1312, se
creó inmediatamente otra orden monástico-militar, la orden de Cristo (1318),
que no sólo acogió a todos los templarios del reino, sino a otros muchos -sobre
todo franceses- que se refugiaron allí huyendo de las persecuciones que tenían lugar
en Francia. La orden de Cristo heredó todos los bienes del Temple en Portugal y
continuó su obra. Se estableció en sus mismos castillos, poseyó sus mismos
conventos, y tuvo una enorme influencia sobre los reyes, a los que aconsejó en
todo momento. La orden de Cristo fue la real creadora de la escuela náutica de
Sagres, y de sus astilleros de Nazaré salieron las carabelas que emprendieron
las grandes travesías marítimas por el Atlántico.
2. La obra de Juan de Herrera -su Discurso... sobre la figura cúbica- y un
estudio sobre su vida y sus circunstancias como seguidor de determinadas
doctrinas herméticas ha sido publicada en 1976 por la Editora Nacional en
edición al cuidado de Edison Simmons y Roberto Godoy (Biblioteca de Visionarios,
Heterodoxos y Marginados, dirigida por Javier Ruiz).
3. La figura de Benito Arias Montano ha
sido traída y llevada por los estudiosos del humanismo y por los ocultistas,
sin que ninguno llegase a dar cuenta exacta de una personalidad tan compleja que
escapaba a cualquier intento de análisis. De todos modos, con toda
probabilidad, el estudio más concienzudo que se ha hecho hasta la fecha sobre
su personalidad y su circunstancia espiritual es el de BEN REKERS: Benito Arias
Montano, publicado por el Wartburg Institute de Londres en 1972 (hay traducción
española publicada por Taurus Ediciones, Madrid, 1973).
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