SOMBRA Y
LUCES DE LA CÁBALA
Juan G. Atienza
La caverna, convertida en
ermita, es, desde el siglo XVI, la sede del culto a san Saturio. Anteriormente
-por probable tradición templaria- aquel santuario estaba dedicado al arcángel
san Miguel. De san Saturio, al parecer, nadie se acordaba; ni Martel ni
Mosquera, los primeros cronistas sorianos, lo mencionan. Hay que esperar a
1553, en que el libro de actas del ayuntamiento, con fecha 24 de mayo, consigna
que en la ermita de San Miguel hay “un cuerpo santo” que dicen puede ser el de
san Saturio.
Pero ¿quién pudo ser este
santo al que ni los padres bolandistas fueron capaces de conceder oficialmente
existencia y santidad? De su memoria sólo quedan las alusiones que se le hacen
en las lecciones del rezo del obispo san Prudencio (1), conservadas en el
breviario de la catedral de Tarazona. Posteriormente, en 1690, un carmelita
llamado fray Francisco de Martos escribió su vida, el papa Benedicto XIV aprobó
su rezo público, y en 1698 el santuario caverna era definitivamente dedicado a
san Saturio y el arcángel san Miguel era relegado a una hornacina de la cueva,
junto a santa Ana, la madre ortodoxa de la Virgen María: es decir, la madre por
antonomasia, por ser la madre-de-la-madre.
Pero sobre todas estas
aparentes realidades documentales, san Saturio es, ante todo, dos cosas: 1) el
recuerdo confuso de un anacoreta que, si es que vivió, fue entre los siglos V y
VI, es decir, durante la probable dominación sueva de las tierras sorianas; 2)
la imagen oscura y ennegrecida de un personaje que se repite, bajo la forma de
un busto, tanto en el monumento piadoso construido en el siglo XVIII ante la ermita
del Mirón como en las dos imágenes que se conservan en la capilla de la caverna
y en la sala capitular subterránea de la misma cueva, en la que, desde el siglo
XVII, se reunía la hermandad de los Heros, la cofradía soldadesca encargada del
cuidado de la ermita.
Sin demasiadas
dificultades, surge la sospecha de que en los orígenes del culto a san Saturio
hay algún elemento cuyo origen creo que puede ser desentrañado en parte si
tenemos en cuenta dos factores que pueden fácilmente pasar desapercibidos. El
primero, la noticia de san Prudencio, que confiesa haber recibido de su maestro
san Saturio la enseñanza de la teología y “del hebreo”. El segundo, la
tendencia tradicional de representar a través del tiempo al santo anacoreta
como busto negro de un anciano barbudo. Una figura así, como vimos
anteriormente, recuerda demasiado al célebre bafomet de los templarios, el busto demoniaco supuestamente adorado
por los caballeros, que constituyó una de las claves en las que se basó la
acusación que habría de terminar con la orden.
En el interrogatorio
seguido el 9 de noviembre de 1307 contra el templario Hugues de Pairaud,
visitador de Francia, se dice textualmente: “Interrogado a propósito de la cabeza[ ...], dijo bajo juramento que la vio, que la tuvo entre sus manos y que la
palpó en Montpellier, en un capítulo; y que él mismo, con otros hermanos que se
hallaban presentes, la había adorado. Dijo, sin embargo, que la adoró
simuladamente de boca, no de corazón, pero añade que no sabe si otros hermanos
la adoraban sinceramente” (2).
El bafomet templario, al margen de sus eventuales implicaciones
culturales con las formas religiosas y linguísticas islámicas que estudiamos anteriormente,
tiene, a mi modo de ver, una relación estrecha con la figura cabalística del golem judío. Su concepto más conocido
surgió de la Cábala mágica de las comunidades hebreas de Praga y, sobre todo,
de los escritos del rabino Eleazar de Worms. Pero su razón existencial y
profunda data de las ideas y de las experiencias místicas expresadas ya en el
siglo XIII por los cabalistas judíos peninsulares.
La esencia del golem consistía en la posibilidad que
tiene el hombre sabio de crear artificialmente un ser vivo, basándose en el
conocimiento estricto de los valores esotéricos de los modos linguísticos de la
Torah. Esta posibilidad, tomada en su
sentido literal, llevó de cabeza a muchos estudiosos de la Cábala, hasta el
punto de que el sabio toledano Abulafia advertía en su tratado Ner Elohim de la insensatez de los que
se lanzaban al estudio de los textos cabalísticos “con la intención de crear un
ternero” (3).
La búsqueda del golem era, en realidad -aunque el
sentido se deformase por parte de quienes sólo veían lo estrictamente mágico de
la Cábala-, una forma de estudiar místicamente las Escrituras para extraer de
ellas el sentido último de la creación de la vida e identificarse con él.
Simbólicamente, este sentido se confundía con la posibilidad alquímica de crear
materialmente esa misma vida.
NOTAS:
1. Al parecer,
san Prudencio fue discípulo -¿el único?- del anacoreta san Saturio.
Posteriormente fundaría el cenobio que llevó su nombre en la comarca de la
Rioja: san Prudencio de Monte Laturce. De aquel cenobio saldría la leyenda
-casi convertida en historia por la fuerza de la tradición- de la mítica
batalla de Clavijo, que habría tenido lugar en sus inmediaciones.
2. Y añade, un
poco más adelante: «Dice que la susodicha cabeza tenía cuatro pies, dos delante,
del lado del rostro, y dos atrás». Recordemos la semejanza de una figura así
con las imágenes de los vasos griegos cuando representan a Dionisos en las
ceremonias secretas. (Estas partes de la encuesta inquisitorial se encuentran
formando parte del rollo de pergaminos signados como J 413, n.° 18 de los
archivos nacionales franceses, y fueron publicados por Jules MICHELET en Proces aux Templiers).
3. Los datos
están suministrados en el libro del profesor Gershom SHOLEN, de la Hebrew University de Jerusalén, Zur Kabala
und ihre Symbolik (Rhein Verlag, Zurich, 1960. Hay traducción española -La
Cábala y su simbolismo- editada por Siglo XXI de España Editores, Madrid,
1978).
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