A PROPOSITO
DE LA VINCULACION INICIATICA
René Guenon
Hay cosas sobre las que
uno se ve obligado a volver casi constantemente, tales son las dificultades que
parece tener para entenderlas la mayoría de nuestros contemporáneos, por lo
menos en Occidente; y se trata a menudo de aquellas cosas que, a la vez que se
hallan en cierto modo en la base de todo cuanto tiene relación, sea con el
punto de vista tradicional en general, sea más especialmente con el punto de
vista esotérico e iniciático, son de un orden que debiera normalmente ser
considerado como más bien elemental. Tal es, por ejemplo, la cuestión del papel
y de la eficacia propios de los ritos; y quizá sea, por lo menos en parte, su
conexión bastante estrecha con ésta la razón por la cual la cuestión de la
necesidad de la vinculación iniciática parece hallarse en el mismo caso. En
efecto, cuando uno ha comprendido que la iniciación consiste esencialmente en
la transmisión de una cierta influencia espiritual, y que esa transmisión no
puede operarse más que por medio de un rito, que es precisamente aquél por el
que se efectúa la vinculación a una organización que tiene como función
primordial conservar y comunicar dicha influencia, parece que ya no debería
haber dudas a este respecto: transmisión y vinculación no son, en definitiva,
sino los dos aspectos inversos de una sola y misma cosa, según se la considere
descendiendo o remontando la "cadena" iniciática. No obstante, hemos
podido comprobar recientemente que la dificultad mencionada existe incluso para
algunos de quienes poseen, de hecho, tal vinculación; ello puede parecer más
bien sorprendente, pero sin duda hay que ver ahí una consecuencia de la
disminución "especulativa" que han sufrido las organizaciones a las
que pertenecen; pues es evidente que, para quien se limita a este punto de
vista "especulativo", las cuestiones de este orden, y todas aquéllas
que podemos denominar propiamente "técnicas", no pueden aparecer más
que en una perspectiva muy indirecta y remota, y que, por eso mismo, su fundamental
importancia corre el riesgo de ser, en todo o en parte, mal apreciada. Podría
decirse aún que un ejemplo como éste permite calibrar la distancia que separa
la iniciación virtual de la iniciación efectiva; no es, desde luego, que pueda
considerarse la iniciación virtual como algo desdeñable: al contrario, ya que
se trata de la iniciación propiamente dicha, es decir, del "comienzo"
(initium) indispensable, y que ya lleva consigo la posibilidad de todo
desarrollo ulterior; pero hay que reconocer que, sobre todo en las actuales
circunstancias, hay un gran trecho entre esa iniciación virtual y el más mínimo
comienzo de realización. Sea como fuere, creíamos habernos explicado
suficientemente sobre la necesidad de la pertenencia iniciática (1); pero, a la
vista de algunas preguntas que seguimos recibiendo sobre este punto, estimamos
útil tratar de añadir algunas precisiones complementarias.
Para empezar, hemos de
responder a quienes pudieran sentirse tentados a objetar a partir del hecho que
el neófito no experimenta en modo alguno la influencia espiritual en el momento
de recibirla; en verdad, este caso es, por lo demás, enteramente comparable al
de ciertos ritos de orden exotérico –tales como el rito religioso de la
ordenación, por ejemplo–, en los que se transmite igualmente una influencia
espiritual sin que –en general por lo menos– ésta sea experimentada, lo cual no
obsta para que esté realmente presente, y para que confiera a quienes la han
recibido ciertas aptitudes que no podrían tener sin ella. Pero, en el orden
iniciático, hay que ir más lejos: sería en cierto modo contradictorio que el
neófito fuera capaz de sentir la influencia que le es transmitida, ya que él no
se halla frente a esa influencia, por definición, más que en un estado
puramente potencial y "no desarrollado", mientras que la capacidad de
experimentarla implicaría ya forzosamente un cierto grado de desarrollo o de
actualización; es por esto que decíamos hace un momento que hay que empezar
necesariamente por la iniciación virtual. Ahora bien: en el terreno exotérico,
no hay, en definitiva, inconveniente en que la influencia recibida no sea nunca
conscientemente percibida, ni siquiera indirectamente y a través de sus
efectos, ya que no se trata de lograr, como consecuencia de la transmisión
operada, un desarrollo espiritual efectivo; por el contrario, las cosas
debieran ser muy distintas tratándose de la iniciación: como resultado del
trabajo interior realizado por el iniciado, los efectos de esa influencia
deberían ser experimentados más adelante, pues en ello consiste precisamente el
tránsito a la iniciación efectiva, en cualquiera de sus grados. Esto es, por lo
menos, lo que debiera ocurrir normalmente, si la iniciación produjera los
resultados que uno puede esperar de ella; cierto es que, de hecho, en la
mayoría de casos, la iniciación queda por siempre en estado virtual, lo cual
quiere decir que los efectos a los que aludimos permanecen indefinidamente en
estado latente; pero, si esto es así, no deja por ello de ser, desde el punto
de vista rigurosamente iniciático, una anomalía que sólo se debe a ciertas circunstancias
contingentes (2), como son, por una parte, la insuficiencia de las
cualificaciones del iniciado, es decir, la limitación de las posibilidades que
éste lleva en sí mismo, y que nada exterior puede suplir, y también, por otra
parte, el estado de imperfección o de degeneración al que han quedado reducidas
actualmente ciertas organizaciones iniciáticas, que ya no les permite dar un
apoyo suficiente para alcanzar la iniciación efectiva, ni siquiera dejar que
aquéllos que podrían ser más aptos sospechen su existencia; si bien esas
organizaciones no dejan de seguir siendo capaces de conferir la iniciación
virtual, es decir, de asegurar a quienes poseen las cualificaciones mínimas
indispensables, la transmisión inicial de la influencia espiritual.
Añadamos de paso, antes
de abordar otro aspecto de la cuestión, que esta transmisión –como ya hemos
hecho notar expresamente– no tiene, ni puede tener, nada de "mágico",
justamente porque se trata esencialmente de una influencia espiritual, mientras
que todo cuanto es de orden mágico se refiere exclusivamente al manejo de las
influencias psíquicas. Aún si sucede que la influencia espiritual se vea
acompañada de ciertas influencias psíquicas secundarias, ello no cambia nada,
pues se trata, en definitiva, de una consecuencia puramente accidental, y que
no se debe más que a la correspondencia que forzosamente existe siempre entre
los distintos órdenes de la realidad; en cualquier caso, no es sobre esas
influencias psíquicas, ni por su mediación, que actúa el rito iniciático, que
se revela únicamente a la influencia espiritual y que, precisamente por ser
iniciático, no tiene razón de ser fuera de ella. Por lo demás, lo dicho se
aplica, en el terreno exotérico, a cuanto se refiere a los ritos religiosos (3);
cualesquiera que sean las diferencias que haya que establecer entre las
influencias espirituales, ya sea en sí mismas, ya sea en cuanto a las diversas
metas para las que pueden ser puestas en acción, se trata siempre de
influencias espirituales propiamente dichas, y, en definitiva, basta con ello
para que no pueda haber ahí nada en común con la magia, que no es más que una
ciencia tradicional secundaria, de orden enteramente contingente, y aún muy
inferior, extraña por completo –repitámoslo una vez más– a cuanto pertenece al
terreno de lo espiritual.
Podemos ahora abordar lo
que nos parece el punto más importante, el que se acerca más al fondo mismo de
la cuestión; a este respecto, la objeción que se presenta podría ser formulada
así: nada puede estar separado del Principio, ya que aquello que lo estuviera
no tendría verdaderamente existencia ni realidad alguna, ni siquiera del grado
más inferior; siendo así, ¿cómo puede hablarse de una vinculación que,
cualesquiera que sean los intermediarios por cuya mediación se efectúa, no
puede ser concebida, a fin de cuentas, más que como una vinculación al
Principio mismo, lo cual, tomado al pie de la letra, parece implicar el
restablecimiento de un lazo que hubiera sido cortado? Puede observarse que una
pregunta de este tipo es bastante parecida a la siguiente, que otros se han
planteado igualmente: ¿por qué es necesario hacer esfuerzos por lograr la Liberación,
ya que el "Sí mismo" (Atma)
es inmutable y permanece siempre igual, y no puede ser afectado o modificado
por nada? Quienes plantean tales cuestiones ponen de manifiesto que se detienen
en una visión demasiado teórica de las cosas, lo cual les hace percibir un solo
aspecto de las mismas; o que confunden dos puntos de vista que son netamente
distintos, si bien, en cierto sentido, se complementan recíprocamente: el punto
de vista de los principios y el de los seres manifestados. Claro está que,
desde el punto de vista puramente metafísico, uno podría, en rigor, mantenerse
sólo en el aspecto de los principios, desdeñando, en cierto modo, todo lo
demás; pero el punto de vista propiamente iniciático debe, por el contrario,
partir de las condiciones que son actualmente las de los seres manifestados, y,
más exactamente, las de los individuos humanos como tales; liberarlos de esas
condiciones es justamente el objetivo que se propone. Debe pues, forzosamente
–y esto es precisamente lo que le caracteriza con respecto al punto de vista
metafísico puro– tomar en consideración lo que puede llamarse un estado de
hecho, y vincular en cierto modo ese estado de hecho al orden principial. Para
disipar cualquier equívoco al respecto, diremos lo siguiente: en el Principio,
es evidente que nada puede estar nunca sujeto al cambio; no es, pues, el
"Sí mismo" el que debe ser liberado, ya que nunca ha sido ni será
condicionado, ni sometido a limitación alguna; es el "yo", y su
liberación sólo puede efectuarse disipando la ilusión que lo hace aparecer como
separado del "Sí mismo"; análogamente, no es el vínculo con el
Principio lo que se trata en realidad de restablecer, ya que ese vínculo
siempre ha existido y no puede dejar de existir (4); de lo que se trata es de
realizar, para el ser manifestado, la conciencia efectiva de ese vínculo; y, en
las condiciones presentes de nuestra humanidad, no hay para ello otro medio que
el que proporciona la iniciación.
Podemos ya comprender con
lo dicho que la necesidad de la vinculación iniciática es, no una necesidad de
principio, sino tan sólo una necesidad de hecho, que no por ello deja de ser
rigurosamente imperativa en ese estado que es el nuestro y que, por
consiguiente, estamos obligados a tomar como punto de partida. Además, para los
hombres de los tiempos primordiales, la iniciación hubiera sido inútil, e
incluso inconcebible, ya que el desarrollo espiritual, en todos sus grados, se
efectuaba en ellos de modo natural y espontáneo, por razón de la proximidad en
que se hallaban con respecto al Principio; pero, como consecuencia del
"descenso" experimentado desde entonces, de acuerdo con el proceso
inevitable de toda manifestación cósmica, las condiciones del período cíclico
en que nos hallamos son completamente distintas de aquéllas, y de ahí que sea
la restauración de las posibilidades del estado primordial la primera de las
metas que se propone la iniciación (5). Es, pues, teniendo en cuenta esas
condiciones, tales como de hecho son, que debemos afirmar la necesidad de la
vinculación iniciática, y no, de modo general y sin restricción alguna, con
relación a las condiciones de una época cualquiera o, con mayor razón aún, de
un mundo cualquiera. A este respecto, llamamos la atención del lector sobre lo
que ya hemos dicho en otro lugar sobre la posibilidad de que seres vivos nazcan
por sí mismos y sin necesidad de padres (6); esta "generación
espontánea" es, en efecto, una posibilidad de principio, y puede muy bien
concebirse un mundo en que las cosas fueran así; pero no se trata de una
posibilidad de hecho en nuestro mundo, o por lo menos, más exactamente, de
nuestro mundo en su estado actual; lo mismo ocurre con el logro de ciertos
estados espirituales, logro que constituye, por otra parte, un verdadero
"nacimiento" (7); y esta comparación nos parece a la vez la más
exacta y la que mejor puede ayudar a comprender de qué se trata. En el mismo
orden de ideas, podemos también decir que, en el estado presente de nuestro
mundo, la tierra no puede producir una planta por sí misma, espontáneamente, y
sin que haya sido depositada en ella una semilla, que ha de provenir
necesariamente de otra planta preexistente (8); pero ello debe necesariamente
haber sido posible en algún momento, porque de lo contrario nada hubiera podido
empezar nunca; no obstante, esa posibilidad ya no es de las que son
susceptibles de manifestarse actualmente. En las condiciones en las que de
hecho nos hallamos no se puede cosechar sin haber sembrado antes, y esto es tan
cierto en el terreno espiritual como en el material. Pues bien: el germen que
debe depositarse en el ser para hacer posible su desarrollo espiritual ulterior
es precisamente la influencia que, en estado de virtualidad,
"envuelta" exactamente como la semilla (9), le es comunicada por la
iniciación (10).
Aprovechemos esta ocasión
para señalar también un error del que hemos visto algunos ejemplos
recientemente: algunos creen que la pertenencia a una organización iniciática
no constituye en cierto modo más que un primer paso "hacia la
iniciación". Esto sólo es cierto a condición de especificar claramente que
se trata aquí de la iniciación efectiva: pero aquéllos a quienes aludimos no
hacen aquí distinción alguna entre iniciación virtual e iniciación efectiva, y
quizá no tengan idea de tal distinción, que es, sin embargo, de la mayor
importancia, y que podríamos incluso calificar de esencial; además, es posible
que hayan sufrido, en mayor o menor grado, la influencia de ciertas
concepciones de raíz ocultista o teosofista relativas a los "grandes
iniciados" y otras cosas de ese estilo, muy propias, sin duda, para crear
o mantener confusiones. En cualquier caso, olvidan a todas luces que
"iniciación" deriva de initium,
y que este término significa propiamente "entrada" y
"comienzo": es la entrada en una vía que hay que recorrer en lo
sucesivo; o también el principio de una nueva existencia en el transcurso de la
cual se desarrollarán posibilidades de otro orden que las que limitan
estrechamente la vida del hombre ordinario; y la iniciación así entendida, en
su sentido más estricto y más preciso, no es, en realidad, sino la transmisión
inicial de la influencia espiritual en estado de germen, es decir, en otros
términos, la vinculación iniciática misma.
Otra cuestión,
relacionada también con la vinculación iniciática, ha sido planteada
recientemente; digamos, para empezar, con objeto de que se entienda exactamente
el alcance de la misma, que se refiere de modo más especial a aquellos casos en
que la iniciación es obtenida al margen de los medios ordinarios y normales (11).
Debe quedar bien entendido, antes que nada, que tales casos son siempre
excepcionales, y que no se producen sino cuando ciertas circunstancias hacen
imposible la transmisión normal, puesto que su razón de ser es precisamente
suplir en cierto modo dicha transmisión. Decimos "en cierto modo"
porque, por una parte, tal cosa no puede suceder más que a individuos que
posean cualificaciones que excedan en mucho a las ordinarias, y con unas
aspiraciones lo bastante intensas como para atraer, en cierto modo, hacia ellos
la influencia espiritual que no pueden buscar por sus propios medios; y
también, por otra parte, porque es aún más excepcional, incluso para tales
individuos, que los resultados obtenidos como consecuencia de esa iniciación, a
falta de la ayuda que proporciona el contacto constante con una organización
tradicional, no tengan un carácter más o menos fragmentario e incompleto. Nunca
se insistirá lo bastante en este asunto, y es posible que, a pesar de todo, no
sea del todo inocuo mencionar esta posibilidad, ya que son demasiados los que
pueden tender a hacerse ilusiones sobre la misma; les bastará con que ocurra en
su existencia un acontecimiento de cualquier orden que pueda calificarse como
algo extraordinario –o que aparezca como tal a sus propios ojos– para que lo
interpreten como un signo de haber recibido esa iniciación excepcional. Los
occidentales de hoy, en particular, serán proclives a asirse al más mínimo
pretexto de este tipo para dispensarse de una vinculación regular; por ello
conviene insistir de modo muy especial en que, mientras no sea de hecho
imposible obtener una vinculación regular, no hay que contar con que uno pueda
recibir una iniciación, cualquiera que sea, al margen de esa vinculación.
Otro punto muy importante
es el siguiente: incluso en semejantes casos, se trata siempre de la
vinculación a una "cadena" iniciática y de la transmisión de una
influencia espiritual, cualesquiera que sean los medios y modalidades
empleados; éstos pueden, sin duda, diferir enormemente de lo que serían en
casos normales, e implicar, por ejemplo, una acción ejercida al margen de las
condiciones ordinarias de tiempo y lugar; pero, de todas formas, hay ahí
necesariamente un contacto real, lo cual no tiene nada que ver con
"visiones" o ensueños que provienen sólo de la imaginación (12). En
algunos ejemplos conocidos, como el de Jacob Boehme al que ya hemos hecho
alusión en otro lugar (13), ese contacto se estableció por el encuentro con un
personaje misterioso que no volvió a aparecer en lo sucesivo; quienquiera que
fuese (14), se trata, pues, de un hecho perfectamente "positivo", y
no de un mero "signo", más o menos vago o equívoco, que cada cual
pudiera interpretar según sus deseos. Ahora bien: queda claro que el individuo
iniciado por tales medios puede no tener una clara conciencia de la verdadera
naturaleza de aquello que ha recibido, y de aquello a lo que ha sido vinculado;
con mayor razón aún, puede ser del todo incapaz de dar una explicación de lo
sucedido si carece de una "instrucción" que le permita tener nociones
mínimamente precisas sobre todo ello; puede incluso ocurrir que nunca haya oído
hablar de iniciación porque tanto el término como el concepto sean
completamente desconocidos en el medio en que vive; pero esto importa poco, en
el fondo, y no afecta desde luego en nada a la realidad misma de esa
iniciación, si bien todo ello nos permite darnos cuenta de que tal iniciación
no deja de presentar ciertas desventajas inevitables por comparación con la
iniciación normal (15).
Dicho esto, podemos pasar
a la pregunta aludida más arriba, pues estas observaciones nos permitirán
contestarla más fácilmente. Es ésta: ciertos libros de contenido iniciático ¿no
pueden acaso servir por sí mismos, para individuos particularmente cualificados
que los estudien con la disposición requerida, de vehículo para la transmisión
de una influencia espiritual, de modo que, en tales casos, bastaría su lectura,
sin que fuera necesario ningún contacto directo con una "cadena"
tradicional, para conferir una iniciación del tipo de las que acabamos de
describir? Creíamos habernos explicado suficientemente en diversas ocasiones
sobre la imposibilidad de una iniciación por medio de los libros; y confesamos
que no se nos había ocurrido que la lectura de libros, cualesquiera que fuesen,
pudiera llegar a ser considerada como uno de esos medios excepcionales que
sustituyen a veces a los medios ordinarios de la iniciación. Además, incluso
fuera del caso particular y más preciso en el que se trata de la transmisión
propiamente dicha de una influencia iniciática, hay en esa consideración algo
que sería netamente contrario al hecho de que, siempre y en todas partes, se
estima que una transmisión oral es condición necesaria de la verdadera
enseñanza iniciática, hasta el punto de no poder dispensar de ella el haberla
puesto por escrito ( 16 ); y ello porque la transmisión de esa enseñanza, para
ser realmente válida, implica la comunicación de un elemento en cierto modo
"vital", para el que los libros no pueden servir de vehículo ( 17 ).
Pero lo que resulta quizá más sorprendente es que la pregunta se plantee en
relación con un pasaje en el que, a propósito del estudio "libresco",
habíamos creído precisamente explicarnos lo bastante claramente como para
evitar cualquier confusión, señalando justamente, en previsión de que fuera
causa de malas interpretaciones, el caso de los "libros cuyo contenido es
de orden iniciático" ( 18 ); parece, pues, que no resultará inútil volver
de nuevo sobre este asunto, y desarrollar de modo algo más completo lo que
quisimos decir en aquella ocasión.
Es evidente que hay
muchas maneras distintas de leer un mismo libro, cuyos resultados son
igualmente diversos: si suponemos que se trata, por ejemplo, de las sagradas
Escrituras de una tradición, el profano, en el sentido más completo del término
–tal sería el caso del "crítico" moderno– no vería en ellas más que
"literatura", y lo más que podrá extraer de su lectura será esa clase
de conocimiento meramente verbal que constituye la erudición pura y simple, sin
que se le añada la más mínima comprensión real, siquiera sea de la más externa,
pues el lector no sabe, ni tan sólo se pregunta, si lo que lee es la expresión
de una verdad: y éste es el género de saber que puede ser calificado de
"libresco" en la acepción más rigurosa del término. Quien pertenezca
a la tradición de que se trate, aunque no la conozca más que en su vertiente
exotérica, ya verá en esas Escrituras algo completamente distinto, por mucho
que su comprensión quede aún limitada exclusivamente al sentido literal, y lo
que hallará en su lectura tendrá para él un valor incomparablemente mayor que
el de la erudición; ello sería así incluso en el grado más bajo; queremos
decir, en el caso de quien, por incapacidad de comprender las verdades
doctrinales, buscara en las Escrituras sencillamente una regla de conducta, lo
cual le permitiría por lo menos participar de la tradición en la medida de sus
posibilidades. El caso de quien se propone asimilar lo más completamente
posible el exoterismo de la doctrina –como hace, por ejemplo, el teólogo– se
sitúa a un nivel sin duda muy superior; y, sin embargo, sigue tratándose del
sentido literal, y puede ser que ni sospeche siquiera la existencia de otros
sentidos más profundos, del esoterismo, en definitiva. Por el contrario, aquél
que posea cierto conocimiento teórico del esoterismo podrá, con ayuda de
ciertos comentarios o de otro modo, empezar a percibir la pluralidad de los
sentidos que contienen los textos sagrados y, por consiguiente, a discernir el
"espíritu" que se oculta bajo la "letra": su comprensión
es, pues, de un orden mucho más profundo y más elevado que aquélla a la que
puede aspirar el más sabio y más perfecto de los exoteristas. El estudio de
esos textos podrá entonces constituir una parte importante de la preparación
doctrinal que debe normalmente preceder a toda realización; sin embargo, si
quien se dedica a ese estudio no recibe ninguna iniciación por otro conducto,
se quedará siempre, cualesquiera que sean sus disposiciones, en un conocimiento
exclusivamente teórico, que el estudio no permite, por sí mismo, superar en
modo alguno.
Si, en lugar de las
sagradas Escrituras, consideráramos determinados escritos de carácter
propiamente iniciático, como por ejemplo los de Shankarâchârya o los de Mohyiddin
Ibn' Arabi, podríamos decir, salvo en un aspecto, casi lo mismo: así, todo
cuanto un orientalista podrá extraer de su lectura será saber que tal autor
(pues para él no se trata sino de un "autor", y nada más) ha dicho
tal o cual cosa; y aún, si desea traducir lo leído en vez de contentarse con
repetirlo textualmente y mediante un mero esfuerzo memorístico, lo más probable
es que lo deforme, ya que no ha asimilado su significado real en modo alguno.
la única salvedad con respecto a lo dicho anteriormente es que en este caso no
hay que tener en cuenta el caso del exoterista, puesto que esos escritos se
refieren únicamente al terreno esotérico y quedan, por tanto, por completo
fuera de su competencia; si el exoterista pudiera verdaderamente entenderlos ya
habría franqueado, por eso mismo, el límite que separa el exoterismo del
esoterismo y nos hallaríamos, de hecho, ante el caso del esoterista
"teórico" para el que no podríamos sino repetir, sin cambiar nada, lo
ya dicho al respecto.
No nos queda por último
sino considerar una última diferencia, que no es, sin embargo, la menos
importante desde el punto de vista en que nos situamos aquí: nos referimos a la
diferencia que surge según que un mismo libro sea leído por el esoterista
"teórico" del que acabamos de hablar, que suponemos no ha recibido
iniciación alguna, o por quien, por el contrario, posee ya una vinculación
iniciática. Este verá en el libro, naturalmente, cosas del mismo orden que
aquél, aunque quizá de modo más completo, y, sobre todo, se le aparecerán en
cierto modo bajo una luz distinta; no hace falta decir, por otra parte, que,
mientras no se halle más que en estado de iniciación virtual, no puede hacer
otra cosa que proseguir, hasta un grado más profundo, una preparación doctrinal
que ha permanecido incompleta hasta el momento; pero la cosa es distinta en
cuanto entra en la vía de la realización. Para él, el contenido del libro no
será propiamente, a partir de ese momento, más que un soporte de meditación, en
el sentido que pudiéramos llamar ritual, exactamente como los símbolos de
diverso orden que emplea para ayudar y sostener su trabajo interno; y
resultaría sin duda incomprensible que unos escritos tradicionales, que son
necesariamente, por su misma naturaleza, simbólicos en la más estricta acepción
del término, no pudieran desempeñar ese papel. Más allá de la "letra"
que, en cierto modo, ha desaparecido para él, ya no verá verdaderamente más que
el "espíritu", y así podrán abrírsele –al igual que cuando medita
concentrándose en un mantra o un yantra ritual, posibilidades completamente
distintas de las de la mera comprensión teórica; pero si ello es así
–repitámoslo una vez más– es en virtud de la iniciación que ha recibido, y que
constituye la condición necesaria sin la cual no podría darse el más mínimo
comienzo de realización; lo cual viene a decir, sencillamente, que toda
iniciación efectiva presupone forzosamente la iniciación virtual. Añadiremos
que, si ocurre que quien medita sobre un escrito de orden iniciático entra
realmente en contacto por esa meditación con una influencia emanada de su
autor, lo cual es, en efecto, posible si el escrito procede de la forma
tradicional y sobre todo de la "cadena" particular a las que
pertenece el iniciado, tal contacto, lejos de ocupar el lugar de una
vinculación iniciática, no puede ser, por el contrario, sino una consecuencia
de la que ya posee. Así, sea como sea que se considere la cuestión, no puede
tratarse, absolutamente en ningún caso, de una iniciación por medio de los
libros, sino sólo, bajo ciertas condiciones, de un uso iniciático de éstos, lo
cual es, evidentemente, algo completamente distinto; esperamos haber insistido
en ello lo bastante esta vez para que ya no subsista el menor equívoco a este
respecto, y para que ya no pueda pensarse que haya algo ahí que pueda dispensar,
siquiera sea excepcionalmente, de la necesidad de la vinculación iniciática.
NOTAS
(1) Véase Aperçus sur l'Initiation, en especial caps. V y VIII.
(2) Por lo demás podríamos decir, en
términos generales, que, en las condiciones de una época como la nuestra, es
casi siempre el caso verdaderamente normal desde el punto de vista tradicional
el que ya no aparece más que como un caso de excepción.
(3) Ni que decir tiene que lo mismo
ocurre con otros ritos exotéricos, en las tradiciones que no revisten forma
religiosa; si hablamos aquí más concretamente de ritos religiosos, es porque
éstos representan, en este terreno, el caso más generalmente conocido en
Occidente.
(4) Este vínculo, en el fondo, no es
otra cosa que el sûtrâtmâ de la
tradición hindú, del que hemos tratado en otros estudios.
(5) Sobre la iniciación, considerada,
en cuanto se refiere a los "pequeños misterios", como lo que permite
"remontar" el ciclo, en sus etapas sucesivas, hasta el estado
primordial, v. Aperçus sur l'Initiation,
pp. 257-8.
(6) Aperçus sur l'Initiation, p. 30.
(7) Casi no hace falta recordar, a
este respecto, todo cuanto hemos dicho en otro lugar sobre la iniciación
considerada como "segundo nacimiento"; este modo de considerarla es,
por lo demás, común a todas las formas tradicionales sin excepción.
(8) Señalemos, sin poder insistir más
en ello aquí, que lo dicho no deja de tener relación con el simbolismo del
grano de trigo en los misterios de Eleusis, así como, en la Masonería, con la
palabra de paso del grado de Compañero; la aplicación iniciática guarda,
evidentemente, estrecha relación con la idea de "posteridad espiritual".
A propósito, no deja de tener interés observar que el término
"neófito" significa literalmente "nueva planta".
(9) No es que la influencia
espiritual, en sí misma, pueda hallarse alguna vez en un estado de
potencialidad; es que el neófito la recibe, en cierto modo, de manera proporcionada
a su propio estado.
(10) Podríamos incluso añadir que,
por razón de la correspondencia que existe entre el orden cósmico y el humano,
puede haber, entre los dos términos de la comparación que acabamos de indicar,
no una mera similitud, sino una relación mucho más estrecha y más directa, que
la justifica aún más completamente; y de ahí resulta posible vislumbrar que el
texto bíblico que representa al hombre caído como condenado a no poder obtener nada
de la tierra si no es por un penoso trabajo (Génesis, III, 17-19) puede
responder a algo verdadero incluso en su sentido más literal.
(11) A estos casos se refiere la nota
aclaratoria añadida a un apartado de las Pages
dédiées à Mercure de Abdul-Hadi, número de agosto de 1946 de Etudes Traditionnelles, pp. 318-9.
(12) Recordaremos una vez más que, en
cuanto se trata de cuestiones de orden iniciático, nunca se desconfía bastante
de la imaginación: toda ilusión "psicológica" o "subjetiva"
carece en absoluto de valor a este respecto, y no debe intervenir en modo o
grado alguno.
(13) Aperçus sur l'Initiation, p. 70.
(14) Puede tratarse, aunque sin duda
no es siempre forzosamente el caso, de la apariencia revestida por un "adepto"
que actuaba, como acabamos de decir, al margen de las condiciones ordinarias de
tiempo y lugar; las consideraciones expuestas sobre ciertas posibilidades de
este orden en Aperçus sur l'Initiation, cap. XLII, pueden ayudar a
comprenderlo.
(15) Estas desventajas tienen, entre
otras consecuencias, la de conferir a menudo al iniciado, sobre todo por lo que
se refiere al modo en que éste se expresa, cierta semejanza externa con el
místico; quienes no llegan al fondo de las cosas pueden llegar a tomarlo por
tal, como ha sucedido precisamente con Jacob Boehme.
(16) El contenido mismo de un libro,
en cuanto conjunto de palabras y frases que expresan ciertas ideas, no es,
pues, lo único que importa verdaderamente desde el punto de vista tradicional.
(17)
Pudiera objetarse que, según algunos relatos relativos sobre todo a la
tradición rosacruz, ciertos libros fueron cargados de influencias por sus
propios autores; ello es efectivamente posible en el caso de un libro, como en
el de otro objeto cualquiera; pero, aun admitiendo la realidad de ese hecho, no
podría, en cualquier caso, tratarse más que de ejemplares determinados,
especialmente preparados a tal efecto; y, además, cada uno de esos ejemplares
debería haber sido destinado exclusivamente a aquel discípulo al que se le
entregaba directamente, no para sustituir a una iniciación que el discípulo ya
había recibido, sino únicamente para proporcionarle una ayuda más eficaz
cuando, en el transcurso de su trabajo personal, hubiera de servirse de dicho
libro como soporte de meditación.
(18) Aperçus sur l'Initiation, pp. 224-5.
Capítulo V de Initiation et Réalisation Spirituelle, París,
Editions Traditionnelles.
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