SOBRE LAS PASCUAS EN LA TRADICION JUDEOCRISTIANA
Ibn Idris Ibrahim
(Ignacio Sánchez)
(Ignacio Sánchez)
Hablar de las Pascuas
judías representa el estudio de uno de los rituales simbólicos más
trascendentales y antiguos que bien podemos distinguir inmerso, en la misma
raíz de las tres grandes tradiciones abrahámicas. Es por tal razón que
aseveramos que la celebración de las “Pascuas”, no es eminentemente
exclusividad del pueblo hebreo, aun cuando éste sea el que mayor hincapié a guardado y preservado, a la
devoción implícita de su contenido sagrado.
Las pascuas son
celebradas en la tradición hebrea, en ocasión a la liberación del pueblo de
Israel, que no era otro que el pueblo de
Egipto. Moisés, para éste enfoque simbólico de las pascuas, es el héroe central
de la travesía, quien condujo con total “habilidad”, a su pueblo natal, hasta
la otra orilla del Mar Rojo, dejando atrás de una vez y para siempre, la
opresión que el pueblo de los faraones, había ejercido por tantos años sobre el
pueblo electo por el Dios de los monoteístas, tal y como fue mostrado por
Abraham.
Para los Iniciados, las
pascuas representa la celebración del “pasaje” que más tarde penetraría en
todas las formas tradicionales descendientes del Abraham, ya que dicho pasaje,
no es más que el simbolismo que nos habla sobre la liberación del ser sobre las
tendencias dictatoriales de la razón y de la mente, obligándolo a cruzar las
aguas, es decir, realizar el cruce entre los límites del dominio profano y
terrenal, permitiéndole la entrada al mundo de lo supra racional. Nos referimos
por lo tanto al “passage” que
conmemoran todos los iniciados de todas las formas tradicionales existentes,
cuando él mismo ha logrado alcanzar en sí el estado de “Adepto”, que le
permitirá entonces abrirse paso hacia el dominio de los Misterios Mayores,
gracias a la Iniciación Sacerdotal que ha sido como un buen merecimiento por
haber finalizado de manera satisfactoria, la coronación como rey en los
Misterios Menores, es decir, la conquista del Ars Regia en su justo corazón.
Pero la “Pascua” como
simbolismo y como acto recreador, no solamente es conmemorada por el pueblo
hebreo. En las vías
abrahámicas es una constante la celebración del pasaje, en diversas
oportunidades y ocasiones, tal y como los textos sagrados aseveran.
El mismo Abraham
celebrara “partiendo” el pan y conmemorando la superioridad de la jerarquía
espiritual que lo supera, cuando en pleno desierto es conseguido por
Melkisedeth. René Guenon nos habla sobre ello:
“El nombre de Melquisedek, o más exactamente Melki-Tsedeq, no es otra
cosa, en efecto, que el nombre bajo el cual la función misma del «Rey del
Mundo» se encuentra expresamente designada en la tradición judeocristiana”… “Y
Melki-Tsedeq, rey de Salem, hizo traer pan y vino; y era sacerdote del Dios
Altísimo (El Élion). Y bendijo a Abram, diciendo: Bendito sea Abram del Dios
Altísimo, poseedor de los Cielos y de la Tierra; y bendito sea el Dios
Altísimo, que ha puesto a tus enemigos entre tus manos. Y Abram le dio el
diezmo de todo lo que había tomado”… “Melki-Tsedeq es pues rey y sacerdote todo
junto; su nombre significa «rey de Justicia», y es al mismo tiempo rey de
Salem, es decir, de la «Paz»; así pues, aquí volvemos a encontrar, ante todo,
la «Justicia» y la «Paz», es decir, precisamente los dos atributos fundamentales
del «Rey del Mundo”.
Como bien lo asegura
Guenon, Melkistedeth vendría bien a representar una “influencia espiritual” del
centro del mundo, eje espiritual en este plano existencial o del Agartha, bien entendido como la
representación inmanente de la Unidad en este plano de la manifestación. Por
ser tal su carácter, hablamos de aquella que contiene tanto el Poder
Temporal como la Autoridad Espiritual, razón por la cual representa en sí y en
toda su extensión al Polo Espiritual en la tierra, y que bien, gracias a sus
atributos que son los mismos atributos de su Señor, fue posible que Abraham,
lograse alcanzar la investidura necesaria por medio de la cual pasó de llamarse
Abram a Abraham; porque como bien sabemos, Abraham en sí representa la síntesis
de las formas tradicionales de Egipto y de Caldea, que las hace tan comunes por
su tronco del cual emanan, a todas las vías tradicionales para Occidente como
lo son el judaísmo, el cristianismo, el islam y vías de misterios menores como
la Masonería, las corporaciones caballerescas de su época y al Compagnonage.
Abraham conmemora este
encuentro con la influencia espiritual que “le acontece”, con un simbolismo que
más tarde será una constante en las vías tradicionales para Occidente: “partir el pan”.
Cuando hablamos de partir
o de “compartir” el pan, para el lenguaje propio del Iniciado, que devela todo
a la luz de la enseñanza sugerida e implícita entre líneas, hablamos del acto
símbolo de compartir el “conocimiento”, ya sea en forma de instrucción de
maestro a discípulo (oral), a través de la contemplación de los signos, ritos y
símbolos, de la iluminación divina y espontánea alcanzada gracias al resultado
de un trabajo interior hecho a cabalidad o a través, del estudio de los textos
sagrados que actúan por evocación de un estado de consciencia muy bien definido y particular (por solo nombrar una de tantas formas de
aprehender y comprehender el conocimiento sagrado).
Entonces bien podemos
asegurar que el simbolismo de las Pascuas, no es más que la representación de
todo aquel conocimiento que es transmitido y recibido de una autoridad
jerárquica e iniciática a su discípulo en el camino y que de igual manera
podemos ver reflejada en el encuentro de Moisés en el desierto, una vez que ha
abandonado su vida dentro de la corte de los Faraones y de los Hierofantes,
para toparse con Jetro sacerdote de Madián, quien se nos muestra como un
“pastor de ovejas”, es decir, como el conductor de un pueblo, de una raza o de
una escuela de misterios.
Para esta leyenda del
Antiguo Testamento, el conocimiento es entregado a Moisés por su acción de
salvar a las hijas de Jetro del asedio y posible salto de los bandidos de
camino, cuando él recibe de parte del pastor a su hija más bella y dócil:
Séfora.
Vemos aquí la transmisión
sagrada que Moisés, ya hecho Rey de reyes mediante la coronación del Poder Real
que había recibido de su familia adoptiva en los pasillos del palacio del
Faraón; necesitaría para poder recorrer las dos caras de la moneda de los
misterios y así asegurarse de una vez por todas, el poder y la autoridad que
necesitaría para poder conducir a su pueblo de Israel, hasta la tierra
prometida por Jehová. Investidura que lo llevará más adelante a poder conducir
ya como aquel que reúne la doble condición de Rey y Sacerdote, necesarias para
conducir al pueblo Judío a través del Mar Rojo y que más tarde veremos
reflejado en el simbolismo del “Cruce de las Aguas”, del cual, la Masonería de
Tradición, hará uso y seña en uno de sus grados simbólicos para representar el
paso de una realidad a otra: el de las formas irreales de la ilusión al
estado inmanente del ser, donde todo es reunido en el justo centro del
Verdadero y Real Adepto y goza de realidad eterna.
Para el Nuevo Testamento
la situación no podría ser diferente. Jesús, el Mesías del pueblo hebreo
vendría a protagonizar como una especie de “passage”,
el día de la víspera de su muerte para este mundo y para la inmortalidad
sagrada a la cual estaba llamado a representar.
Estamos completamente
seguros que Ieshua, no quería iniciar una
nueva religión. Estamos seguros por completo, porque si en algo hizo énfasis el
Mesías de las tres grandes religiones oficiales nacidas de Abraham, era el especial énfasis hacia el estudio de la Torá pero enfocada hacia su esencia,
hacia el espíritu de la ley más que en la exhaustiva observancia de la ley
misma, al "sentido" de la ley que a la ley en sí.
Jesús el de Galilea
estaba convencido de su misión en esta existencia sobre la “rectificación” del
método de realización espiritual del que es detentador el pueblo de Israel, sin
lugar a duda. Su propósito como buen Mesías, era el de unificar en el
“centro” a todos los tipos de judaísmos que existían en su época, sobre todo,
en el acercamiento entre dos facciones tan disimiles como dispares que eran la
de los zelotas y de los fariseos; sin hablar de los esenios con su particular
forma de interpretación de las enseñanzas de Moisés.
No nos equivoquemos,
Jesús era un fiel seguidor y reconocía como padre de la síntesis de Israel a
Moisés y si alguien reconocía la supremacía del estudio de la Torá, del Talmud
y sobre todo de la Qabbalah dentro de la estructura del estudio de la palabra
que Dios le transmitió a Moisés para su pueblo; era Jesús. No en vano logró ser
un Rabí entre Rabinos. Lo que pasa es que usaba harapos, humildes sandalias,
vivían entre leprosos, pobres y gente de escasos recursos y como que no
encajaba mucho con el prototipo de “sacerdote” que giraba en torno del
Sanedrín. Un completo simbolismo de humildad y caridad que más tarde
fundamentaría el estudio de las virtudes tanto cardinales y teologales, de las
cuales basaran su vida, sabios como Ibn Arabí, Benito de Nursia, Agustín de Hipona,
Tomás de Aquino, Teresa de Jesús y San Francisco de Asís entre otros.
Dejando aparte la
polémica de la figura del Maestro entre Maestros que representó Ieshua; volvemos al simbolismo de la
Pascua, de manos del Mesías.
Jesús era representante
de la Casa Real de la tribu de Judá, razón por la cual se le reconocía el
carácter de portador del linaje de David. Ahora bien, como pudo ser poseedor de
la Iniciación Sacerdotal si bien dicha investidura no es propia de la tribu de
Judá como si lo eran la tribu de Aarón y de Leví?
Recordemos las 12 tribus
que se desprenden de Isaac, hijo de Abraham y que constituyen la base de todo
el judaísmo, que en la época en que vino a la manifestación Jesús,
representaban un diverso grupo de hebreos que hacía cada cual, una
interpretación de la Ley de Moisés a su antojo y bajo un insistente apego a la
Ley de la Torá, más que al sentido y "esencia" de la misma, como ya habíamos indicado.
Jesús logró reunir en sí,
las dos potencias y estados que reconoce la Tradición Iniciática: el Poder Real
y la Iniciación Sacerdotal, razón por la cual Jesús, desde nuestro punto de
vista; conoció a "los dos hombres" que deben ser identificados en
todo camino de retorno a la fuente primordial: el Hombre Verdadero y la personalidad
del Ser Primordial.
Jesús poseía el carácter
Real otorgado por su linaje de la casa de David, razón por la cual su emblema
es el del León, símbolo de rey de reyes y muy comúnmente manejado en el
hermetismo, y de igual manera, poseía la Iniciación Sacerdotal otorgada por la
Orden de Melquisedeth.
Esta investidura ya no
estaba caracterizada y "ordenada" por los sacerdotes de las tribus a
las cuales Moisés (otro abanderado del Polo Espiritual que también logró reunir la condición
de "Mesías": poseedor tanto del poder temporal como de la Autoridad
Espiritual), otorgó la filiación sacerdotal, sino que Jesús recibió tal
ordenación, por las potencialidades contenidas en su ser ya actualizadas en
este plano.
Es así como Jesús recibió
un conocimiento y una investidura que es reconocida en la "Pascua"
judeo-cristiana y que bien reconoce de igual manera, la Cábala en toda su acepción. Esta misma
influencia de la que hablamos, fue transmitida por Jesús a sus discípulos y que
de igual manera llegaría a poseer Pablo de Tarso (un discípulo indirecto de Jesús pues nunca lo conoció personalmente), aun cuando éste, la haya expandido más allá de la obligación de ser hebreo para poder seguir una vía que
a todas luces se presentaba como una síntesis de las enseñanzas de Moisés, ya
que Pablo, la hizo extensa, posible y permisible a los pueblos gentiles de Grecia y Roma.
El cristianismo de los
primeros días, fue testigo de la "comunicación de labios a oídos" por
parte de los discípulos de Jesús a los iniciados en esta forma tradicional
naciente y que tenía como objetivo, la transmisión de la Influencia recibida
por Jesús de parte de Melquisedeth de la misma y exacta manera que le ocurrió a
Abraham en el desierto y a Moisés con Jetro, sacerdote de Madián, por la cual
"Séfora" le fue entregada.
Vemos en todo ello, un
simbolismo reconocido como las "Pascuas", que está constantemente
deviniendo, permitiéndole al verdadero y real iniciado, que vive la tradición
en la vasta extensión de su corazón, obtener una senda bien determinada que le
pueda permitir el cruce de las aguas, allá donde él esté y sea cual fuera la
forma tradicional que practicase en lo más profundo de su alma.
Comentarios
Publicar un comentario