El baile de las Cintas o del "Sebucán", algo más que una simple danza - Hirana de Nashar

EL BAILE DE LAS CINTAS O DEL "SEBUCÁN"
ALGO MAS QUE UNA SIMPLE DANZA

Hirana de Nashar

Trabajo especialmente dedicado a Esperanza, dama esforzada en la búsqueda de su verdadero Ser, quien un día me sugirió escribir sobre este tema.

     En un trabajo anterior sobre la Cucaña o el Palo Encebado, se dejó asentado que cuando un determinado conocimiento tradicional está a punto de extinguirse, sus depositarios lo confían a la memoria colectiva de los pueblos, para que el mismo se conserve a través de los tiempos, hasta que nuevamente pueda ser descubierto, re-interpretado e inclusive ajustado a su verdadero sentido.

     El pueblo entonces, aún sin saberlo y mucho menos comprenderlo, puede guardar de esta manera los residuos de antiquísimas tradiciones, impidiendo que su conocimiento se pierda para siempre

     René Guenón, en su trabajo titulado “El Santo Grial”, refiere que la incomprensión natural de la masa es garantía suficiente de que lo que poseía un carácter esotérico no será así despojado de este carácter, sino que permanecerá solamente como una especie de testimonio del pasado para aquellos que, en el futuro sean capaces de comprenderlo.

     De esta manera, lo que pareciera ser producto popular, espontaneo y de diversión de los pueblos, por muy deformado o tergiversado que esté, en realidad tiene un origen no humano. Corresponde entonces a los buscadores de la Verdad, desentrañar el conocimiento que se ha tratado de salvar.
  
     Dentro del folklore de muchos pueblos de América Latina y Europa se encuentra el llamado “baile de la cinta”, mejor conocido en Venezuela como el “baile del sebucán”.

     Este baile consiste en tejer y destejer bailando, un mínimo de cuatro cintas de colores atadas a la parte superior de un mastín de madera, cada una de las cuales es sostenida por quienes ejecuten el baile, quienes configuran un círculo y en perfecto orden van pasando alrededor del palo central, por el lado derecho del bailarín que tienen al frente y, luego, por el lado izquierdo del siguiente, y de esa manera las cintas se van entrelazando a semejanza del tejido básico del sebucán.

    El sebucán es un instrumento indígena de bejucos entrelazados, relleno de yuca rallada, al cual se le va dando vueltas para extraer, gota a gota, el yare o cianuro de la yuca amarga y posteriormente elaborar el cazabe. Funciona como una especie de extractor rústico. Así, el nombre y ejecución de este baile en Venezuela proviene en principio del mencionado instrumento, toda vez que en su realización se sigue una técnica similar a la empleada por los indígenas para trenzar a mano el sebucán. Al parecer ese tejido así como los pasos de los ejecutantes constituye un aporte de los españoles, desde la época de la conquista.



     Como punto previo es preciso señalar, que las interpretaciones que se darán a continuación solamente abarcan de manera sintetizada, unas pocas de las tantas que pueden darse en relación con los símbolos tratados.

     Precisada tal circunstancia, lo primero que llama la atención en el baile de la cinta o del sebucán, es el mástil o palo central, firmemente enterrado en la tierra o sostenido en una base sólida. Ese mástil, como símbolo axial, viene a ser una representación inequívoca del “eje del mundo”, al igual que lo es una columna, un árbol o cualquier otro elemento similar. Configura un eje que ocupa el centro y simboliza la aspiración del hombre hacia lo alto, partiendo de su naturaleza inferior, es decir, desde la tierra hasta alcanzar el cielo o su naturaleza superior.


    El tope del mástil representa un punto o centro de partida, desde el cual todo se produce. Dijo Euclides: “el punto es lo que no tiene partes”. Esto significa entonces, que el mismo no está sometido a las condiciones del espacio y el tiempo. Siendo así, en él se darían todos los posibles y por consiguiente éstos estarían en un eterno presente. El sería el Uno no manifestado, es decir, el punto primordial o inmaterial.

     Atadas a la parte superior del mástil se coloca un mínimo de cuatro cintas de colores dispuestas de tal manera, que al estirarse conforman una rueda o un círculo. Cuando ello sucede estamos ante la representación de un punto que se irradia y se manifiesta a través del Principio de expansión dentro de la creación, puesto que entre el punto y la circunferencia circula la vida, la manifestación en el plano o ciclo de que se trate.

     El círculo con su correspondiente punto central es una imagen que se encuentra desde los más remotos tiempos, en antiquísimas tradiciones, sin que se pueda determinar su origen. Tal peculiaridad reviste una especial importancia, pues confirma indubitablemente, que se trata de un símbolo directamente vinculado con la Tradición primordial.

     Obsérvese por otra parte, que la proyección de la  circunferencia depende del punto, pero éste, siendo su principio para nada depende de aquélla. Antes de expandirse a través de un movimiento de irradiación, la circunferencia es inexistente, ya que únicamente se configurará al producirse la dilatación o expansión del punto.

                                    


     Las cintas representan sin lugar a dudas, las irradiaciones o rayos del punto. La interpretación simbólica de las mismas variará según la cantidad que se coloquen en el extremo superior del mástil. Así, con cuatro estaríamos ante la forma más sencilla y conocida de este símbolo, que al estirarse al máximo formaría una cruz dentro de círculo. Recordemos al respecto, que dentro del simbolismo numérico, el cuaternario siempre ha sido considerado cosmológicamente como el número de la manifestación universal, puesto que todos sus términos son necesarios para el desarrollo completo de las posibilidades que ella conlleva; y al estar dentro de un círculo se produce una clara relación entre el cuaternario y el denario: 1+2+3+4=10. Todo ello sin contar que cuando la cruz gira alrededor de su centro produce una circunferencia, con la cual estaremos ante un ciclo numérico completo.


Cuando se colocan seis cintas, se evoca especialmente a la tradición celta, en donde era usual ese tipo de representación. Con ocho, se recuerdan algunos símbolos de la tradición asiria y caldea. Con doce, el zodíaco conformado en una rueda de doce rayos. Estas solamente son algunas modalidades simbólicas, cuya interpretación tal vez en próximos trabajos se puedan desarrollar de alguna manera.

              
     El centro representa el punto equidistante de todos los puntos de la circunferencia y divide todo el diámetro en dos partes iguales. Cada punto opuesto en la circunferencia logra su equilibrio en el centro. Por ello siempre hay que enfatizar, que las tendencias contrarias se equilibran en el medio, en el centro, en cuyo caso se produce orden y armonía.

     La rueda o el círculo junto con el punto central, además de ser conocida generalmente como un símbolo solar, básicamente, también configura entre muchos otros, el símbolo del mundo. Aporta la idea de rotación, de movimiento, significando el cambio continuo de las cosas manifestadas, mientras que el centro, es decir el punto, permanece inmóvil, fijo e inalterable. Allí, en lo inmanifestado, como ya se refirió, todo se encuentra en un eterno presente. De esta manera bien se puede apreciar que en el baile del sebucán quienes sostienen las cintas van moviéndose acompasadamente y pasando de un lado a otro, en tanto que el centro siempre se mantiene inmóvil.

          Federico González, en su obra “El Simbolismo de la Rueda”, expresa que:
  
“…siendo el símbolo de la rueda la expresión del movimiento y la multiplicidad, también lo es de la inmovilidad original y de la síntesis. Es, asimismo, la expresión simbólica de la expansión y la concentración. De la energía centrífuga, que parte del centro a la periferia, y de la energía centrípeta, que retorna a su centro, eje o fuente. Para volver a extenderse una vez más, siguiendo una ley universal a la que obedecen las mareas de los mares (flujo y reflujo) y la tierra (condensación, dilatación). Así como la diástole y la sístole, la aspiración y la expiración del hombre o del universo, es decir, tanto de lo microcósmico como de lo macrocósmico”.  


     Por su parte, una vez que los ejecutantes del baile analizado terminan de tejer comienzan entonces a destejar, volviendo sobre sus pasos. Este movimiento circular de avance y retroceso reflejan las fuerzas centrípetas y centrífugas existentes en la naturaleza: ¡Todo vuelve al lugar de donde partió! Queda claro de esta manera, que cuando se termina de tejar el sebucán se ha cumplido todo un ciclo, y por consiguiente se ha producido la reabsorción de la manifestación en el punto. Con el destejido comienza a su vez, otro ciclo, y así sucesivamente. En tal sentido, es importante destacar, que el modelo simbólico de la rueda como prototipo de una idea arquetípica, es aplicable en forma indeterminada, para cualquier tipo de ciclo.

     Así pues, el “baile de las cintas” o el “sebucán” constituye un testimonio vivo de importante información esotérica, conservada entre muchos pueblos, independientemente de las deformaciones que haya podido sufrir a través de los años, que siempre invita a los buscadores de la verdad, a meditar sobre el múltiple y profundo simbolismo que nos ofrece este atractivo baile folklórico, así como la correspondencia que tiene con otros símbolos de diferentes tradiciones.





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