EL MESÍAS Y EL PERDÓN
DIVINO A ALGUNOS PAGANOS
Antonio Piñero
Desarrollamos hoy lo que dijimos la semana pasada acerca de que veríamos cómo la idea cristiana (del Evangelio de Marcos) de que el Mesías vino al mundo, entre otras cosas, para perdonar los pecados es una variante del pensamiento henóquico, es decir, de los seguidores judíos apocalípticos de una suerte de teología formada en torno a la creencia de que Dios había otorgado revelaciones sobre el final de los tiempos a Henoc, el patriarca antediluviano.
El pensamiento
henóquico mantuvo ciertamente la idea de que el mal –cuyo origen es
suprahumano, es decir, provocado por una falta “original” angélica de rebelión
contra Dios y luego contagiado a los humanos-- había invadido tanto a judíos
como a gentiles…Pero una vez asentada esta premisa, era necesario resolver el
problema de cómo se salvaban los seres humanos ¡al menos algunos! Según
Boccaccini, la tradición henóquica del siglo I d.C. había intentado resolver
este problema de diferentes modos. En el Libro de las parábolas de Henoc
(recordemos que se ha transmitido dentro de 1 Henoc 37-71 = Apócrifos del
Antiguo Testamento vol. IV) se afirma que, tras la resurrección general de los
muertos, en el Juicio final, Dios y su mesías, un “hijo de hombre” salvarán a
los justos y condenarán a los injustos, es decir, según sus obras.
Creo interesante leer estos pasajes:
51 1 En esos días la tierra
devolverá su depósito, el Sheol (una especie de “infierno”) retornará lo que ha
recibido, y la destrucción devolverá lo que debe. 2 Y él elegirá a los justos y
santos de entre ellos, pues estará cerca el día en que éstos sean salvados. 3
El Elegido en esos días se sentará sobre mi trono, y todos los arcanos de la
sabiduría saldrán de su prudente boca, pues el Señor de los espíritus se los ha
dado y lo ha ensalzado.
Después viene el Juicio que está
descrito, sin embargo, en el capítulo anterior:
50 1 En estos días habrá un
cambio para los santos y escogidos: la luz del día permanecerá sobre ellos, y
gloria y honor volverán a los santos. 2 En el día de la angustia se volverá
contra los pecadores su propia maldad, y triunfarán los justos en el nombre del
Señor de los espíritus. Y lo hará ver a otros para que se arrepientan y dejen
la obra de sus manos; 3 no tendrán gloria en el nombre del Señor de los
espíritus, pero en su nombre serán salvos, y el Señor de los espíritus se
compadecerá de ellos, pues mucha es su misericordia. 4 Justo es él en su
juicio; ante su gloria, la iniquidad no prevalecerá en el juicio. Quien no se
arrepienta ante él, perecerá. 5 «A partir de este momento, no me compadeceré»,
ha dicho el Señor de los espíritus.
Obsérvese en este curioso texto
cómo el autor dibuja tres grupos:
• Los santos = los justos que
tienen “honor y gloria” es decir, que han obrado buenas obras y Dios les otorga
honor.
• Los pecadores, que no tienen
honor ni gloria y que perecerán por su propia maldad.
• Los “otros”, es decir, algunos
paganos que se arrepienten y “dejan las obras de sus manos”, es decir, sus
malas obras.
Así pues, estos “otros” se
salvarán en el día del juicio por el arrepentimiento (“Quien no se arrepienta
perecerá”): Ciertamente los paganos arrepentidos, “no tendrán gloria en el
nombre del Señor de los espíritus, pero en su nombre serán salvos, y el Señor
de los espíritus se compadecerá de ellos, pues mucha es su misericordia”. Estos
paganos se salvarán, pues, ante todo por la compasión y la misericordia divina.
Comenta Boccaccini:
“Según el autor del Libro de las
Parábolas (LP) los justos se salvarán de acuerdo con la justicia y misericordia
de Dios; los pecadores serán condenados también “de acuerdo con la justicia y
misericordia de Dios”. Pero los “otros”, los que se arrepienten serán salvados
ante todo por la misericordia de Dios.
Aunque nos cueste comprenderlo
hoy día, el autor judío dice que los paganos arrepentidos, los que no tienen
gloria ni honor se salvan no por la Justicia divina sino por la Misericordia.
Esta idea implica que a pesar del arrepentimiento de los “otros”, paganos, el
autor judío de las Parábolas piensa que en todo ser humano subsiste una especie
de estado de pecado que proviene, sin duda, de la falta primigenia de Adán de
la que son herederos; los judíos –en su opinión—por ser miembros naturales de
la Alianza con Abrahán sí logran zafarse de los restos del pecado de Adán y se
salvan con “honor y gloria” si cumplen la ley de Moisés.
Pues bien, la idea cristiana
primitiva de que el Mesías recibe de Dios el poder de perdonar los pecados, no
solo a los judíos sino también a los paganos, sería considerada como bastante
radical para algunos judíos de la época de Jesús, puesto que no es doctrina
común judía que el mesías perdonará los pecados. Sin embargo, cuando el
evangelista Marcos lo afirma de Jesús mesías (2,10) no lo hacía saliéndose del
pensamiento judío apocalíptico, ya que esta afirmación puede interpretarse muy
bien como una variante del sistema teológico henóquico. Así pues, el concepto
de la existencia de un tiempo de arrepentimiento anterior al juicio, la
profecía henóquica de que en ese tiempo algunos paganos arrepentidos (“los
otros”) se salvarán y que otros “no arrepentidos” se condenarán puede ser una
de las premisas necesarias del pensamiento de Juan Bautista y de Jesús, quienes
según los evangelistas (probablemente en contra de la verdad histórica)
dirigieron su mensaje de arrepentimiento y juicio no solo a los judíos, sino
también a algunos paganos.
Piénsese además que cuando Pablo
recibe de Dios la misión de predicar su “evangelio”, es decir, la buena noticia
de la salvación también de los paganos gracias a la muerte y resurrección del
Mesías Jesús --acto en el que la Misericordia divina ha perdonado el pecado a
todos los seres humanos hasta ese momento--, no está fuera ni mucho menos del
pensamiento judío de algunos grupos apocalípticos. Pablo cuando, lo sostiene en
Gálatas, no parece pensar que su misión a los paganos esté, ni mucho menos,
fuera del pensamiento judío:
Viendo (los dirigentes de la
comunidad judeocristiana de Jerusalén, Pedro, Santiago el hermano del Señor y
Juan que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al
igual que a Pedro la de los circuncisos, 8 -- pues el que actuó en Pedro para
hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme
apóstol de los gentiles -- 9 y reconociendo la gracia que me había sido
concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos
tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a
los gentiles y ellos a los circuncisos (Gál 2,7-9).
Insisto en que, según los
evangelistas, Pablo tiene un precedente en Juan Bautista y en Jesús. Según
éstos, la inminencia del Gran Juicio antes de la venida del Reino, momento en
el que la tierra será purificada con fuego, hace urgente el arrepentimiento y
el perdón de los pecados no solo para los judíos, sino también para aquellos
“otros” que en esta tierra no “tienen ante Dios honor ni gloria” (= los otros,
que en estimación serán muy pocos). Si no se bautizan con agua, serán
bautizados con el fuego del Juicio, un juicio presidido por delegación de Dios
por el Hijo del hombre.
Así parece que era entendido el
mensaje de Juan Bautista por los evangelistas sinópticos (Mt, Mc Lc), un
mensaje que se complementará y cambiará con la tradición ya judeocristiana, a
saber que el mesías, además de con el agua, bautizará con el Espíritu santo (Mt
3,11: “Yo os bautizo en agua para la conversión; pero aquel que viene detrás de
mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os
bautizará en Espíritu Santo y fuego”).
Ideas semejantes en cuanto al
arrepentimiento se expresan sobre Adán, que naturalmente no era judío, en el
escrito apócrifo “Vida de Adán y Eva” (probablemente del siglo I d.C.). El
pecador Adán hace penitencia de su gran pecado inmerso durante 40 días en las
aguas del Jordán (¡donde luego bautizará Juan Bautista!), movido por la
esperanza de que “Dios tendrá misericordia de mi” (4,3). Por ello, aunque no se
le conceda volver al paraíso, el primer estado antes del pecado, sin embargo,
sí le otorga Dios el que su alma no sea condenada eternamente, como merecía su
pecado, sino que sea transportada al cielo. Así pues, triunfa la misericordia
divina, a pesar de que Satanás se queje ante Dios de que ha perdido su presa,
el alma de Adán.
En la interpretación cristiana,
Juan Bautista, que es solo el precursor, anuncia únicamente el arrepentimiento
y la esperanza del perdón gracias a la misericordia divina. Pero Jesús, que es
el mesías, tiene poderes superiores. Como Hijo del hombre, ya en el sentido
cristiano de título mesiánico/cristológico, y como mesías tiene poder sobre la
tierra de perdonar los pecados (Mc 2,10-11: “Pues para que sepáis que el Hijo
del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -- dice al paralítico
--: 11“A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”). Además
otorga a sus discípulos este poder (Mt 16,19: “A ti te daré las llaves del
Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y
lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”), gracias al
bautismo –en agua y en Espíritu santo-- que administran sus delegados a los
creyentes. Por último, también como mesías e Hijo del hombre, cuando llegue el
tiempo del Juicio, volverá como Hijo del hombre a la tierra ya que es el
delegado de Dios para ese Juicio.
Como perdonador de los pecados,
el mesías Jesús no ha sido enviado a los justos, sino a los pecadores (Mt
2,17). Aunque ciertamente Jesús ha sido enviado solo a las ovejas de Israel (Mt
10,6), ha venido no a redimir a los justos, que no les hace falta, sino solo a
los pecadores, puesto que los justos (= los sanos) no necesitan el “médico”,
sino los pecadores (Mc 2,17 y Mt 9,13). O como dice el Jesús lucano
expresamente “No he venido a llamar a los justos a la penitencia, sino a los
pecadores” (5,32).
Así pues, creo que Boccaccini
tiene razón cuando ilumina las misiones de Juan Bautista, de Jesús y de Pablo,
a través de una lectura del libro de las Parábolas de Henoc, es decir, del
ambiente apocalíptico que reinaba en el Israel del siglo I en el que se ve
claro que los “otros”, los paganos, se salvarán no por la justicia divina, sino
ante todo por la misericordia.
Seguiremos con este interesante
tema.
Cortesía del blog de Antonio Piñero
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