Querencias ancestrales - Juan García Atienza

QUERENCIAS ANCESTRALES

Juan García Atienza

Documentos de fines del siglo IX dan cuenta de que los eremitas que abandonaron el Bierzo con la invasión islámica regresaron por entonces a sus antiguos lares. En el año 895, san Genadio, con la ayuda de 12 compañeros -y surge de nuevo la cifra mágica, significativamente- comienza a construir el monasterio de San Pedro de Montes, que sería consagrado en 919 por él mismo, ya como obispo de Astorga, y por tres obispos más. Por entonces ya había levantado otro monasterio dedicado a san Andrés y un oratorio bajo la advocación de santo Tomás. Muy cerca de allí, otro eremita, de nombre Saturnino -también santificado-, erigía el oratorio de la Santa Cruz, y un monje arquitecto -Viviano- levantaba por orden del mismo Genadio el monasterio de Peñalba, con innovaciones en su estructura que denotaban a las claras una evolución importantísima en el arte de la construcción. Allí encontramos, en el segundo tramo de la iglesia, la solución perfecta del paso del cuadrado al octógono en una cúpula de ocho cascos que parte de cuatro arcos. Allí encontramos igualmente la solución perfecta del pentáculo derecho, apuntada en el mismo acceso al templo por medio de un doble arco de herradura cuya columna central común, ligeramente más levantada que las laterales, apunta a su vez el módulo del cuadrado perfecto  inscrito en el arco.  


Cabe preguntarse, en el caso concreto del Bierzo, el porqué de aquella querencia monástica que hacía regresar a los frailes a sus antiguos lares para seguir experimentando modos esotéricos de construcción, apartados del contacto directo con el mundo. Allí, en las anfractuosidades salvajes del valle del Silencio, sólo habitaban algunas escasas familias de campesinos. Valles, montes, cañadas, bosques y ríos eran prácticamente propiedad de los monjes, que con su presencia sacralizaban unos lugares que habían sido ya objeto de culto desde épocas muy anteriores al cristianismo. La Peña alba había sido monte sagrado para los celtas, lo mismo que la cima del monte Aquiana. Y aún hoy se recuerdan en aquellos valles leyendas serpentarias que denuncian cultos primitivos que han perdurado en el inconsciente colectivo de sus gentes. Los restos de un castro protohistórico completan la seguridad de una presencia primitiva y confirman una sacralización milenaria que pudo muy bien constituir la base religiosa -sincrética- de esta querencia monástica de la alta Edad Media, que -significativamente- se adscribiría a la regla de san Benito apenas recuperados por los monjes los valles sagrados en los que volvían a asentarse (1).  


Pero es curioso observar que este asentamiento monástico significaba, por un lado, un retiro religioso de experiencia mística que se vería confirmada por la realización de construcciones de muy determinado sentido, y por otro significaba una experiencia social que, en cierto modo, ha sido la consecuencia y el móvil de muchos movimientos ocultistas muy concretos, e igualmente una meta a largo plazo que los templarios se habían impuesto y que su destrucción impidió que se llevara a cabo. La experiencia social, reñida con los móviles políticos de la Iglesia en el poder, suponía un estado de igualdad de todos los hombres bajo el maestrazgo -que no el dominio- de los más sabios. Y ese intento comenzaba ya a llevarse a cabo desde el inicio del monacato mozárabe berciano, como podemos comprobar ante la velada declaración de principios que se apunta en la placa fundacional de San Pedro de Montes: «(...) lo erigió (...) desde sus cimientos admirablemente (...) no mediante opresión del pueblo, sino con (...) el sudor de los hermanos de este monasterio» (2).

Creo importante este hecho, precisamente porque habiendo sido, al parecer, el ideal secreto -y nunca llegado a realizar- de los templarios, constituye el móvil común que identifica a una serie de movimientos heterodoxos libertarios de todos los tiempos con el sentido popular -tanto en su concepción como en sus fines- que iba a caracterizar la explosión del arte gótico, tres siglos después de esta aventura monástica del Bierzo leonés

NOTAS:

1. La adscripción a la regla de san Benito por los monjes del valle del Silencio parece que tuvo lugar en el año 896. Fue el entonces obispo de Astorga, Ranulfo, quien entregó la regla al mismo san Genadio. De este modo, la labor de sincretismo religioso secularmente llevada a cabo por los monjes benedictinos se justificaba en la posesión -y en el estudio y en la influencia- de un lugar secularmente sagrado, paralelo a los que siempre buscaron los monjes de san Benito para sus asentamientos. Paralelo también a la búsqueda que llevarían a cabo los monjes templarios, hijos espirituales de los benedictinos y ahijados efectivos del fundador de la reforma cisterciense, san Bernardo de Clairvaux.  

2. La traducción del texto completo de la lápida fundacional de Montes dice, interpretando lo más correctamente posible sus abreviaturas: «El bienaventurado Fructuoso, insigne por sus méritos, después que hubo fundado el cenobio complutense, en este mismo lugar levantó también un pequeño oratorio en el nombre de san Pedro. Después de aquello, el no inferior en méritos Valerio, el santo, amplió la obra de la iglesia. Recientemente, el presbítero Genadio, con doce hermanos, la restauró en la era de 933 (año 895). Exaltado a obispo, lo levantó de nuevo desde los cimientos muy admirablemente como puede observarse, no mediante la opresión del pueblo, sino gracias a la largueza de los eclesiásticos y al sudor de los monjes de este monasterio. Fue consagrado este templo por cuatro obispos: Genadio de Astorga, Sabarico de Dumio, Fruminio de León y Dulcidio de Salamanca, en la era de 957 (919), el día octavo de las calendas de noviembre (24 de octubre)». Puede consultarse, a propósito de las circunstancias históricas y sociales de la alta Edad Media bercianal a Augusto QUINTANA PRIETO Monografía histórica del Bierzo, Talleres Tipográficos Ferreira (ed. del autor), Madrid, 1956. Y Mercedes DURANY, San Pedro de Montes: el dominio de un monasterio benedictino de El Bierzo, León, ed. de la Excma. Diputación Provincial, institución Fr. Bernardino de Sahagún, 1976.

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