TEMPLO, BASÍLICA y CATEDRAL
Mircea Eliade
En las grandes
civilizaciones orientales —desde Mesopotamia y Egipto a la China y a la India—,
el Templo ha conocido una nueva e importante valoración: no es sólo una imago mundi, es asimismo la
reproducción terrestre de un modelo trascendente.
El judaismo ha heredado esta
concepción paleo-oriental del Templo como copia de un arquetipo celeste. Esta
idea es probablemente una de las últimas interpretaciones que el hombre
religioso ha dado a la experiencia primaria del espacio sagrado por oposición
al espacio profano. Hemos de insistir algo sobre las perspectivas abiertas por
esta nueva concepción religiosa.
Recordemos lo esencial
del problema: si el Templo constituye una imago
mundi es porque el Mundo, en tanto que es obra de los dioses, es sagrado.
Pero la estructura cosmológica del templo trae consigo una nueva valoración
religiosa: lugar santo por excelencia, casa de los dioses, el Templo resantifica
continuamente el Mundo porque lo representa y al propio tiempo lo contiene. En
definitiva, gracias al Templo, el Mundo se resantifica en su totalidad.
Cualquiera que sea su grado de impureza, el Mundo está siendo continuamente
purificado por la santidad de los santuarios.
Otra idea se deja ver a
partir de esta diferencia ontológica que se impone cada vez más en el Cosmos y
su imagen santificada, el Templo: la de que la santidad del templo está al
socaire de toda corrupción terrestre, y esto por el hecho de que el plano
arquitectónico del templo es obra de los dioses y, por consiguiente, se
encuentra muy próximo a los dioses, al Cielo. Los modelos trascendentes de los
Templos gozan de una existencia espiritual, incorruptible, celeste. Por la
gracia de los dioses, el hombre accede a la visión fulgurante de esos modelos y
se esfuerza, acto seguido, por reproducirlos en la tierra. El rey babilonio Gudea vio en sueños a la diosa Nidaba mostrándole una tabla en la que
se mencionaban las estrellas benéficas y un dios le reveló el plano del templo.
Senaquerib construyó Nínive según «el proyecto establecido desde tiempos muy
antiguos en la configuración del cielo» (1). Esto no quiere decir tan sólo
que la «geometría celeste» haya hecho posible las primeras construcciones, sino
ante todo que los modelos arquitectónicos, por encontrarse en el Cielo,
participan de la sacralidad urania.
Para el pueblo de Israel,
los modelos del tabernáculo, de todos los utensilios sagrados y del Templo
fueron creados por Yahvé desde la eternidad, y fue Yahvé quien los reveló a sus
elegidos para que fueran reproducidos en la tierra. Se dirige a Moisés en estos
términos: «Construiréis el tabernáculo con todos los utensilios, exactamente
según el modelo que te voy a enseñar» (Éxodo, XXV, 8-9); «Mira y fabrica todos estos objetos según el modelo que se te ha
enseñado en la montaña» (Ibid., XXV, 40). Cuando David dio a su hijo
Salomón el plano de las edificaciones del templo, del tabernáculo y de todos
los utensilios, le asegura que «todo
esto... se encuentra expuesto en un escrito de mano del Eterno que me ha dado
la inteligencia» (I Crónicas, XXVIII, 19). Ha visto, pues, el modelo
celeste creado por Yahvé al comienzo de los tiempos. Es esto lo que proclama
Salomón: «Tú me has ordenado construir el
Templo en tu santísimo Nombre, así como un altar en la ciudad donde Tú habitas,
según el modelo de la muy santa tienda que habías preparado desde el principio»
(Sabiduría, IX, 8).
La Jerusalén celestial ha
sido creada por Dios al propio tiempo que el Paraíso; por tanto, in aeternum.
La ciudad de Jerusalén no era sino la reproducción aproximada del modelo
trascendente: podía ser mancillada por el hombre, pero su modelo era
incorruptible, no estaba implicado en el tiempo. «La construcción que se encuentra actualmente
en medio de vosotros no es la que ha sido revelada en mí, la que estaba
dispuesta desde el tiempo en que me decidí a crear el Paraíso y que he mostrado
a Adán antes de su pecado» (Apocalipsis de Baruck, II, iv, 3-7).
La basílica cristiana
y después la catedral recogen y continúan todos estos simbolismos. Por una
parte, la iglesia es concebida como imitación de la Jerusalén celeste, y esto
ya desde la antigüedad cristiana; por otra, reproduce el Paraíso o el mundo
celestial. Pero la estructura cosmológica del edificio sagrado perdura todavía
en la conciencia de la cristiandad: es evidente, por ejemplo, en la Iglesia
bizantina. «Las cuatro partes del interior de la iglesia simbolizan las cuatro
direcciones cardinales. El interior de la iglesia es el Universo. El altar es
el Paraíso, que se encuentra al Este. La puerta imperial del santuario
propiamente dicho se llamaba también la "Puerta del Paraíso".
Durante
la semana pascual, esta puerta permanece abierta durante todo el servicio; el
sentido de esta costumbre se explica claramente en el Canon pascual: "Cristo ha
resucitado de la tumba y nos ha abierto las puertas del Paraíso. El Oeste, al
contrario, es la región de las tinieblas, de la aflicción, de la muerte, de las
moradas eternas de los muertos que esperan la resurrección de los muertos y el
juicio final. La parte de en medio del edificio es la Tierra. Según las
concepciones de Kosmas Indicopleustes, la Tierra es rectangular y está limitada
por cuatro paredes que están recubiertas por una cúpula. Las cuatro partes del
interior de una iglesia simbolizan las cuatro direcciones cardinales» (2). En cuanto que es imagen
del Cosmos, la iglesia bizantina encarna y a la vez santifica el Mundo.
NOTAS
1. Cf. Le
Mythe de l'Éternel Retour. p. 23.
2. Hans
Sedlmayr, Die Entstehung der Kathedrale,
Zurich, 1950, p. 119; W. Wolska, La
topographie chrétienne de Cosmos Indicopleustes, París, 1962, p. 131 y
passim.
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