EL AMOR IMPERSONAL
Ibn Idris Ibrahim
(Ignacio Sánchez)
Todos los
grandes maestros del pasado, los profetas, los mesías, los peregrinos, los
feligreses e incluso, hasta aquellos que se han mantenido un tanto distantes de
la creencia absoluta y certera de una entidad suprema que nos rige y nos
gobierna (tengamos consciencia de ello o no); han hecho suficiente hincapié de
alguna manera, en la necesidad de entender a nuestro semejante.
Suena
sencillo y simple a primera vista (y muy trillado por lo demás), pero entender
este principio que se nos desglosa como “primordial”, es más complejo de lo que
creemos y todo ello, debido al estado actual de degeneración en el que vivimos
actualmente. Sobre todo, en el hombre occidental como resultado del divorcio
cada vez más notable, con todo aquel vestigio de lo sagrado.
He querido
comenzar en éste artículo, una serie de palabras que mucho me gustaría
compartir con vosotros, acerca de la necesidad de entendernos como seres
humanos, a partir de la idea y de la firme convicción, de que no podemos
pretender acercarnos a lo supremo si nos apartamos de lo humano; porque lo
humano o mejor dicho; toda aquella manifestación de vida, no es más que un “reflejo”
substancial que encierra en lo más profundo de su ser, la misma esencia divina
del Creador. No en una casualidad que en el esoterismo cristiano, sea una
constante la idea de que somos hechos a imagen y semejanza de Dios; porque
nosotros guardamos en estado latente, todas las potencias del Creador, porque
gracias a ellas fuimos manifestados como un reflejo de su inmenso Poder.
Hace unos
años un compañero del Sendero me decía: “No
podemos entender la Divinidad, si no entendemos primero la humanidad”. Hay
en todo ello más que un cúmulo de 11 palabras que trataron de decirme, que la
mejor manera de entender al Creador es a través de la “contemplación” de toda
su obra; y cuando digo de toda su obra no hablo del Universo, de los planetas,
de los mares ni de las montañas, hablo simple y llanamente de la persona que
tenemos a nuestro lado, a nuestros familiares, a nuestros amigos, a nuestros
queridos hermanos y hermanas y hasta de aquellas personas que de alguna u otra
manera nos adversan.
Sobre estas últimas
me detengo para decirles, que en la medida de que vayamos entendiendo a quien
no comparte nuestra manera de ser, de pensar y de expresarnos; existe quizás el
verdadero camino de reencuentro con la divinidad, porque hay en ello toda una
riqueza espiritual equiparable a cualquier prueba iniciática, capaz de
transformar el plomo humano que no nos deja ver la senda de retorno, en el Oro
más brillante de todos; aquel que representa por antonomasia al Arquitecto de
toda la creación.
De poco
(cuidado si de nada) nos sirve asistir a las reuniones, charlas, trabajos grupales
e incluso a los reencuentros para abrir los trabajos rituales, si no tenemos la
capacidad de entender que en nuestro prójimo se encuentra toda la riqueza espiritual
capaz de exaltarnos al Grado de Maestro; porque en el corazón de nuestro
prójimo es donde podremos encontrar de manera más lucida y fehaciente, la
identificación de esa “Esencia” con la que el Creador creo a todas y cada una
de las cosas cuando hacia el Mundo. ¿Existe acaso un medio más certero que nos
pueda garantizar tan efectivamente la conciliación de los opuestos, como el que
hemos expuesto con toda humildad en estas palabras?
Es un trabajo
de compasión, misericordia y de “hospitalía” intima de entender al otro tal y
como es, porque en ello radica todo el trabajo espiritual. El resto: el símbolo,
el mito, el gesto e incluso el ritual, no son más que herramientas para poder
acceder a esa “chispa divina”, que deberá ser avivada como una fogata que todo
lo consume y que a todo lo redime a cenizas; dejando ver la esencia tras la
substancia. Y existe para ello una palabra que lo contiene todo, lo resume todo
y lo explica todo: Amor, el mismo
amor que tanto profesaron Moisés, Cristo, Muhammad, Ibn Arabí, Rumi y otros
tantos Maestros en el Sendero.
No en vano
el Amor puro y sencillo; se nos presenta como un sinónimo de la Inmortalidad,
porque el que alcanza ese Amor impersonal en su prójimo; de alguna manera está
amando a su Creador y sobre ello existe toda una riqueza capaz de ser aprehendida
y comprehendida a través de lo que San Francisco de Asís denominó como la “Vía Contemplativa”, aquella por medio
de la cual, contemplando a la creación en toda su extensión pero a su vez en
toda su sencillez, podemos identificar ese Poder divino por medio del cual
fuimos creados y por medio del cual podremos encontrar el Camino de reencuentro
hacia la Unidad.
No queremos
extendernos mucho más en un tema que es de profunda reflexión y que nos puede
llevar a toda una vida de práctica y que seguramente mis palabras ni siquiera pudieron
abarcar en lo más mínimo de su importancia y trascendencia. Queremos dejarlo a
la meditación de cada uno de vosotros.
Al final del
Sendero, lo que importa es cuan felices hemos sido en nuestro recorrido y a
cuantas almas pudimos hacerle más liviana su carga en el de ellos. Creemos que
ello vale más que todos los grados, los libros leídos y los ritos practicados
en las escuelas de misterios.
Desde mi
corazón os envío un inmenso abrazo fraternal, cargado de mucho amor impersonal.
Ibn Idris Ibrahim
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