“Oficio del Espíritu Santo”
Epístola
“El día de Pentecostés habiendo
llegado, y los Discípulos estando todos reunidos en un mismo lugar, se escuchó
de golpe como el ruido de un viento impetuoso venido del cielo, que llenó toda
la casa donde se encontraban. Al mismo instante, vieron aparecer como lenguas
de fuego que se dividieron y se pararon sobre cada uno de ellos.
“Entonces, fueron todos llenados del
Espíritu Santo y empezaron a hablar diversos idiomas, según el Santo Espíritu
se los inspiraba. Y, había en Jerusalén, judíos religiosos y temerosos de Dios,
de todas las naciones que están bajo el cielo. Tan pronto como este ruido se
había extendido, un gran número de ellos se reunió y quedaron estupefactos,
cada uno de ellos escuchando los Discípulos hablar en su idioma. Estaban todos
sorprendidos y decían con admiración: ¿Cómo, entonces, los escuchamos hablar en
el idioma de nuestro país? Partes, Medes, Alamitos, los de entre nosotros que viven
en la Mesopotamia, Judea, Capadocia, Puente y Asia, Frigia, Pamfilia, Egipto,
Libia, en los alrededores de Cirena, y los que han venido de Roma, los judíos y
prosélitos, de Creta y los Árabes, los escuchamos todos contar, cada uno en
nuestro idioma, las maravillas de Dios … Señor, manda a Tu Espíritu y todo será
creado, y Tú renovarás la faz de la Tierra…”
“¡Ven Espíritu Santo, llena los
corazones de Tus fieles, y abrázalos con el fuego de Tu Amor! ¡Ven Espíritu
Santo, y haz descender desde lo alto del cielo un rayo de Tu Luz! ¡Ven Padre de
los pobres, ven Fuente de Gracias, ven Luz de los Corazones! ¡Tú eres el perfecto
Consolador, el Huésped benefactor del Alma y su más dulce refrescante! En el
trabajo, en el reposo, en las pruebas, nuestro alivio, en las lágrimas, nuestra
Consolación. Oh Feliz Luz, penetra y llena los corazones de Tus fieles. Sin la
asistencia de Tu Gracia, nada en el hombre es inocente. Purifica en nosotros lo
que está manchado, riega lo que está árido, remedia lo que está enfermo. Haz
doblegar nuestra rigidez, calienta nuestra tibieza, endereza nuestras vías
perdidas. Acuerda tus dones sagrados a Tus fieles que ponen su confianza en Ti.
Dale el mérito de las Virtudes, condúcelos al puerto de la salvación, y hazlos
gozar de la Alegría Eterna. ¡Amén!…”
“Ven, Espíritu Creador, visita las Almas de
los que son tuyas, y llena de Tu Gracia celestial los corazones que Tú has
creado. Tú eres nuestra Consolación, el don del Dios Muy Alto, la Fuente de Vida,
el Fuego sagrado de la Caridad, la Unción espiritual de nuestras Almas. Eres Tú
quien derrama sobre nosotros Tus Siete Dones. Tú eres el dedo de Dios, el
Objeto por excelencia de la promesa del Padre. Tú pones Tu Palabra sobre
nuestros labios. Haz brillar un rayo de Tu Luz en nuestras Almas, vierte Tu
Amor en nuestros corazones y fortifica en todos los instantes nuestra carne
enfermiza y desfalleciente. Aleja de nosotros el Espíritu de Tentación,
acuérdanos una paz duradera, y que, bajo tu conducta, evitemos todo lo que
sería nocivo a nuestra Reconciliación. Enséñanos a conocer el Hijo, y Usted,
Espíritu y del Padre y del Hijo, sé para siempre el objeto de nuestra fe”.
“¡Gloria en todos los siglos a Dios
el Padre, y al Hijo Resucitado de entre los Muertos, y al Espíritu Santo,
Amén!”
“Señor, que lees en los corazones y
conoces todos sus miserias, Espíritu de Luz y de Amor, haz descender sobre mí
N…… Te lo conjuro, la plenitud de Tus Dones, porque necesito a todos y no puedo
elegir.
“¡Acuérdame el Espíritu de Sabiduría,
que me haga ver las cosas que pasan en su verdadero valor, no solamente según
el juicio que el mundo haga de ellas, pero según Tu Juicio, mi Dios! Que yo pueda
decir con el Rey Salomón: ‘Ya en mi juventud, he amado la Sabiduría y la he elegido
como compañera de mi vida. La he preferido a todo lo que el mundo ofrece de más
brillante, y he creído que las riquezas no eran nada al precio de este tesoro.
Todos los bienes me han venido con ella, y en mis penas, en mis pruebas, ella
ha sido siempre mi consolación y mi alegría’.”
“¡Acuérdame el Espíritu de Inteligencia,
que me esclarece en el conocimiento de las Verdades Eternas. Lo que atrae en
las almas el Espíritu de Inteligencia, es la Fe y la Humildad. La Fe que no razona
y se somete sin entender, tan pronto como Dios ha hablado, y la Humildad, que
reconoce fácilmente su defecto de luz y su ignorancia.”
“¡Acuérdame el Espíritu de Consejo, que
esclarece mi ruta hacia el cielo e impide perderme, como el viajero imprudente
que se lanza sin guía en una ruta desconocida y peligrosa.”
“¡Acuérdame el Espíritu de Ciencia, que
me enseña que la ciencia de la salvación es la sola ciencia necesaria, la única
de la cual ninguna ciencia humana puede prescindir.”
“¡Acuérdame el Espíritu de Fuerza, que
no me deje tan débil frente al más leve esfuerzo, tan débil cuando hay que
obedecer en vez de hacer mi voluntad, trabajar cuando no tengo deseos, vencerme
al fin cuando la santa ley de Dios lo ordena.”
“¡Acuérdame el Espíritu de Piedad, que
me da una atracción filial del corazón hacia Dios y por ello me vuelve Su
Servicio fácil y agradable.”
“¡Acuérdame el Espíritu de Temor, temor
filial que, unido al respeto y al amor, hará evitar con cuidado todo lo que
puede disgustar a Dios nuestro Padre.”
“Oh Espíritus Divinos de quienes
aprendí a conocer la excelencia, mi Alma os llama con confianza y se abre a
Vosotros con amor… ¡Amén! …”
Notas:
* Este "Oficio del Espíritu Santo", fue impuesto a los Reaux - Cruz, por Martínez de Pasqually.
* Estracto de la obra "La Alquimia Espiritual" del Maestro Robert Ambelain.
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