Oficio del Espíritu Santo - Robert Ambelain


“Oficio del Espíritu Santo”

Epístola

            “El día de Pentecostés habiendo llegado, y los Discípulos estando todos reunidos en un mismo lugar, se escuchó de golpe como el ruido de un viento impetuoso venido del cielo, que llenó toda la casa donde se encontraban. Al mismo instante, vieron aparecer como lenguas de fuego que se dividieron y se pararon sobre cada uno de ellos.

            “Entonces, fueron todos llenados del Espíritu Santo y empezaron a hablar diversos idiomas, según el Santo Espíritu se los inspiraba. Y, había en Jerusalén, judíos religiosos y temerosos de Dios, de todas las naciones que están bajo el cielo. Tan pronto como este ruido se había extendido, un gran número de ellos se reunió y quedaron estupefactos, cada uno de ellos escuchando los Discípulos hablar en su idioma. Estaban todos sorprendidos y decían con admiración: ¿Cómo, entonces, los escuchamos hablar en el idioma de nuestro país? Partes, Medes, Alamitos, los de entre nosotros que viven en la Mesopotamia, Judea, Capadocia, Puente y Asia, Frigia, Pamfilia, Egipto, Libia, en los alrededores de Cirena, y los que han venido de Roma, los judíos y prosélitos, de Creta y los Árabes, los escuchamos todos contar, cada uno en nuestro idioma, las maravillas de Dios … Señor, manda a Tu Espíritu y todo será creado, y Tú renovarás la faz de la Tierra…”

            “¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de Tus fieles, y abrázalos con el fuego de Tu Amor! ¡Ven Espíritu Santo, y haz descender desde lo alto del cielo un rayo de Tu Luz! ¡Ven Padre de los pobres, ven Fuente de Gracias, ven Luz de los Corazones! ¡Tú eres el perfecto Consolador, el Huésped benefactor del Alma y su más dulce refrescante! En el trabajo, en el reposo, en las pruebas, nuestro alivio, en las lágrimas, nuestra Consolación. Oh Feliz Luz, penetra y llena los corazones de Tus fieles. Sin la asistencia de Tu Gracia, nada en el hombre es inocente. Purifica en nosotros lo que está manchado, riega lo que está árido, remedia lo que está enfermo. Haz doblegar nuestra rigidez, calienta nuestra tibieza, endereza nuestras vías perdidas. Acuerda tus dones sagrados a Tus fieles que ponen su confianza en Ti. Dale el mérito de las Virtudes, condúcelos al puerto de la salvación, y hazlos gozar de la Alegría Eterna. ¡Amén!…”

             “Ven, Espíritu Creador, visita las Almas de los que son tuyas, y llena de Tu Gracia celestial los corazones que Tú has creado. Tú eres nuestra Consolación, el don del Dios Muy Alto, la Fuente de Vida, el Fuego sagrado de la Caridad, la Unción espiritual de nuestras Almas. Eres Tú quien derrama sobre nosotros Tus Siete Dones. Tú eres el dedo de Dios, el Objeto por excelencia de la promesa del Padre. Tú pones Tu Palabra sobre nuestros labios. Haz brillar un rayo de Tu Luz en nuestras Almas, vierte Tu Amor en nuestros corazones y fortifica en todos los instantes nuestra carne enfermiza y desfalleciente. Aleja de nosotros el Espíritu de Tentación, acuérdanos una paz duradera, y que, bajo tu conducta, evitemos todo lo que sería nocivo a nuestra Reconciliación. Enséñanos a conocer el Hijo, y Usted, Espíritu y del Padre y del Hijo, sé para siempre el objeto de nuestra fe”.



            “¡Gloria en todos los siglos a Dios el Padre, y al Hijo Resucitado de entre los Muertos, y al Espíritu Santo, Amén!”

            “Señor, que lees en los corazones y conoces todos sus miserias, Espíritu de Luz y de Amor, haz descender sobre mí N…… Te lo conjuro, la plenitud de Tus Dones, porque necesito a todos y no puedo elegir.

            “¡Acuérdame el Espíritu de Sabiduría, que me haga ver las cosas que pasan en su verdadero valor, no solamente según el juicio que el mundo haga de ellas, pero según Tu Juicio, mi Dios! Que yo pueda decir con el Rey Salomón: ‘Ya en mi juventud, he amado la Sabiduría y la he elegido como compañera de mi vida. La he preferido a todo lo que el mundo ofrece de más brillante, y he creído que las riquezas no eran nada al precio de este tesoro. Todos los bienes me han venido con ella, y en mis penas, en mis pruebas, ella ha sido siempre mi consolación y mi alegría’.”

            “¡Acuérdame el Espíritu de Inteligencia, que me esclarece en el conocimiento de las Verdades Eternas. Lo que atrae en las almas el Espíritu de Inteligencia, es la Fe y la Humildad. La Fe que no razona y se somete sin entender, tan pronto como Dios ha hablado, y la Humildad, que reconoce fácilmente su defecto de luz y su ignorancia.”

            “¡Acuérdame el Espíritu de Consejo, que esclarece mi ruta hacia el cielo e impide perderme, como el viajero imprudente que se lanza sin guía en una ruta desconocida y peligrosa.”

            “¡Acuérdame el Espíritu de Ciencia, que me enseña que la ciencia de la salvación es la sola ciencia necesaria, la única de la cual ninguna ciencia humana puede prescindir.”

            “¡Acuérdame el Espíritu de Fuerza, que no me deje tan débil frente al más leve esfuerzo, tan débil cuando hay que obedecer en vez de hacer mi voluntad, trabajar cuando no tengo deseos, vencerme al fin cuando la santa ley de Dios lo ordena.”

            “¡Acuérdame el Espíritu de Piedad, que me da una atracción filial del corazón hacia Dios y por ello me vuelve Su Servicio fácil y agradable.”

            “¡Acuérdame el Espíritu de Temor, temor filial que, unido al respeto y al amor, hará evitar con cuidado todo lo que puede disgustar a Dios nuestro Padre.”

            “Oh Espíritus Divinos de quienes aprendí a conocer la excelencia, mi Alma os llama con confianza y se abre a Vosotros con amor… ¡Amén! …”
 
Notas: 
* Este "Oficio del Espíritu Santo", fue impuesto a los Reaux - Cruz, por Martínez de Pasqually.
* Estracto de la obra "La Alquimia Espiritual" del Maestro Robert Ambelain.
 

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