AHRAR Y LA PAREJA DE RICOS
Emirudin Arosi, procedente de una
familia conocida por su apega a las creencias de una secta de entusiastas, encontró
a un sabio y le dijo:
“Durante muchos años, mi mujer y yo hemos
intentado con determinación seguir la vía derviche. Conscientes de que sabíamos
menos que muchos otros, nos hemos contentado durante largo tiempo con gastar
nuestra riqueza en la causa de la verdad. Hemos seguido a personas que han
asumido la responsabilidad de la enseñanza,
y de los que ahora dudamos. Sentimos pena, no por lo que hemos perdido en
donaciones para empresas comerciales, derrochadas a manos de nuestros últimos
mentores en nombre de la Tarea, sino más bien por el desperdicio de tiempo y esfuerzo,
así como por las personas que todavía se encuentran sometidas a quienes de
forma engañosa se autodenominan maestros, personas que viven con total
despreocupación en una casa que llevan dos falsos sufíes, en un ambiente de
anormalidad.”
El
sabio, al que la tradición llama Khwaja Ahrar,
el Señor de lo Libre, respondió:
“Os habéis arrepentido de vuestra adhesión a
esos “maestros” de imitación, pero todavía no os habéis arrepentido de vuestro
amor propio, que os hace experimentar una responsabilidad hacia los prisioneros
de lo falso. Muchos de los prisioneros también están atrapados en la telaraña
del engaño, porque desean un conocimiento fácil.”
“¿Qué tenemos que hacer?”
“Venid a mí con un
corazón abierto y sin condiciones, aunque esas condiciones sean el servicio a
la humanidad o que yo me muestre a vosotros como un ser razonable”, dijo el
Maestro, “porque la liberación de
vuestros compañeros es asunto de especialistas, no de vosotros. Incluso vuestra
capacidad para formaros una opinión sobre mí está deteriorada, y yo por lo menos
me niego a depender de ella”.
Pero,
sin prestar mucha atención, Arosi y
su mujer, temerosos de estar equivocándose de nuevo, siguieron adelante,
buscando a otra persona; alguien que pudiera consolarles. Y lo consiguieron. Se
trataba de otro fraude.
Volvieron
a pasar los años, y la pareja volvió a casa de Khwaja Ahrar.
“Hemos venido, en total sumisión”, dijeron
al guardián de la puerta, “a ponernos en
manos del Señor de lo Libre, como si fuéramos cadáveres en las manos del que
lava a los muertos”.
“Buena gente”, respondió el portero, “vuestra decisión es magnífica, propia de
personas que el Señor de lo Libre no dudaría en aceptar como discípulos. Pero
no tendréis en esta vida una segunda oportunidad, porque Khwaja Ahrar está
muerto”.
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