Síntesis del Capítulo III de la Obra "El Retorno de Henoch o la Masonería Primigenia", del Maestro Fermín Vale Amesti: "El Alba de Oro".
EL ALBA DE ORO
Después de
una larga ocultación que podríamos llamar “la Noche de los Misterios”, la
Aurora de los nuevos tiempos está resurgiendo como un re-despertar del poder
del Espíritu de Dios en el hombre. Lo que permanecía dormido vuelve a ser
vivificado y reanimado (NSHR). Es como un toque de trompeta llamando al
Principio Divino en cada hombre, a testificar la antigua Promesa del Retorno…
La gran
rueda de la evolución espiritual ejecuta un nuevo ciclo y una nueva
manifestación del Conocimiento y de la Sabiduría de las edades pasadas, nos
trae una nueva Gran Dispensación por encima del gran marasmo espiritual de
nuestro mundo de hoy.
Esa Voz
Sempiterna, ese “árbol siempre verde”, arbor
mirabilis de La Gran Tradición Primordial, nos transmite sus vivos latidos
y su Eterno Mensaje por cuantos medios le son propios:
“Guarda, oh hijo mío, el libro de la mano de
tu padre, e igualmente dalo a las generaciones
del mundo.
Te he dado la sabiduría, a ti y a tus hijos y a los hijos
que tendrás, para que ellos den
a sus hijos de las generaciones por venir esa sabiduría por encima de sus pensamientos. Y ellos no duermen; los que
comprenden, sino que prestan el oído para
aprender esta Sabiduría; y ella es más útil a los que comen de ella que un alimento exquisito”. (Libro de Henoch, Cap. LXXXII
1-3).
Muchísimo
antes del cristianismo y del judaísmo, de los druidas, los egipcios y los
mayas, los “Grandes Misterios” vivieron, laboraron y enseñaron la gran Tradición
Primordial. Siempre existió y existirá esa Gran Tradición, cuya misión es
transmitir a la humanidad el eterno mensaje de los siglos. También desde tiempo
inmemorial, esa gran Sabiduría ha sufrido oscurantismos y ocultamientos
cíclicos que le hacen aparecer como si muriera o desapareciera… Entonces se
dice que una mitad de ella “viaja hacia un lugar de la Tierra” y la otra mitad
“es escondida en una cueva”; es decir, deviene subterránea. Se dice entonces
que “los dioses han muerto”. Lo que en realidad ocurre es que la práctica de
los viejos Misterios muere a medida que los nuevos vienen a la vida, como
siempre, a renovar lo que en verdad jamás muere, porque persiste al re-nacer
como el Ave Fénix de entre sus propias cenizas.
En cada
nueva Edad hay una nueva adaptación de a gran Tradición Primordial. Una
transposición de arquetipos que establece una nueva síntesis circunscrita
dentro del interminable círculo de eternidad que nos está diciendo: “en mi fin
está mi principio”.
Cuanta más
corrupción hay en el mundo; cuanto más hunde sus garras el más grosero
materialismo, es ese gran cuerpo que es la humanidad, más evidente se hace la
Verdad, aunque la obscuridad no la comprende. No hay verdad nueva, pues, aunque
los hombres pasan como las sombras, la Verdad, como la Luz, en las tinieblas
resplandece. Así la doctrina del Espíritu permanece inconmovible. “Lo siempre
nuevo es la Verdad, lo eternamente viejo”:
El Retorno de Henoch trae consigo la
restauración del brillo y esplendor de la Tradición Iniciática que la
ocultación durante el ciclo de tinieblas le había despojado (Post Tenebras Lux). Es el retorno a la
toma de posesión de los estados superiores del ser; el ser que realiza en sí al
Hombre Universal como punto de partida para hacer posible la ascensión más allá
de los estados condicionados.
“Al final de los tiempos, dice Herve Masson,
Henoch y Elías abandonarán su exilio, regresando
para brindar testimonio del Reinado de Cristo. El “germen iniciático” que ha sido conservado en el seno de algunas órdenes
Iniciáticas, servirá de apoyo para
preparar la restauración final del reino de los justos”.
La
resurrección de la tradición está simbólicamente descrita en el Génesis 1, 7-8:
“E hizo Dios el Firmamento y apartó las
aguas que estaban debajo, de las aguas que estaban sobre el Firmamento: y fue
así. Y llamó Dios al Firmamento “Cielo”. Y fue a la tarde y la mañana del
segundo día”.
La palabra
“Firmamento” denota “aquello que está firme”. Rene Guenon afirma: “El
Verbo, el Logos, es a la vez Pensamiento y Palabra: en sí, es el Intelecto
divino, que es el “lugar de los
posibles”; con relación a nosotros, se manifiesta y se expresa por la Creación, en la cual se realizan en existencia actual
algunos de esos mismos
posibles que, en cuanto esencias, están contenidos en Él de toda eternidad. La Creación es obra del Verbo; es también,
por eso mismo, su manifestación, su afirmación
exterior; y por eso el mundo es como un lenguaje divino para aquellos que saben comprenderlo”.
En el Sepher Yetzirah encontramos que: Él
labro las 22 letras elementales, las fijo en la Bóveda Celeste como en una
especie de muro y “las cubrió como un edificio”.
Dice Robert
Ambelain: “Veintidós (22) es el número de
la Creación según la Kabbalah. Es el número de las letras del alfabeto hebreo y
de los Senderos del Árbol Simbólico”. Según el texto del Zohar, “el Verbo”
ha tomado forma en las letras del alfabeto que emanan todas del “Punto Supremo”
(Kether). Las veintidós letras del alfabeto de la Escritura están comprendidas
en los Diez Sefiroth, e inversamente. Pero ante todo, la Kabbalah quiere
sobre-entender bajo las letras los “Hayoth
Hakodesh” o “Seres Sagrados”. Los Hayoth
son, por lo tanto, “Ideas Divinas” obrando en el seno de cada Sefirah. Son los
Eones de la Gnosis. La razón de esto es que cada una de las letras es la
inicial, la cabeza y el conductor de una “palabra – idea” del Logos Creador.
Esto explica que la Kabbalah considera en los 22 “Hayoths” Primordiales, los 22 atributos de lo divino, que define
por los 22 nombres divinos, de los cuales cada letra es la inicial.
El Número
equivale a uno de los diez Pensamientos Esenciales del Absoluto; la Letra, a
una de las manifestaciones esenciales del Absoluto. La Letra es la forma material
del sonido, su cuerpo. El pensamiento es el alma de la palabra, y ésta es la
manifestación.
Refiriéndose
al mundo natural como fuente de sabiduría, Orígenes dijo: “Las estrellas son respecto al
cielo, como las letras a un libro”. Estrellas y letras son la fuente del saber humano sobre las cosas; las
letras recuerdan a los hombres las palabras
y sus sentidos; en las estrellas, como si ellos leyeran una escritura, descifran los tiempos y los signos”.
Martínes de
Pasqually nos dice en su tratado que: “Los
verdaderos judíos reconocen que
el origen alfabético de su Lengua viene de la parte celeste y no de la convención de los hombres. Ellos encontraron
todos los caracteres de esa Lengua
claramente escritos en la disposición de las estrellas, y es de allí que fueron
sacados”. “El alfabeto con sus letras aparece como el
instrumento de la Creación, porque todos los dones del Cielo están en el
misterio de las letras”.
Por su parte
los babilonios ya sabían de “las análogas de las estrellas con las cosas de acá
abajo”: “La divinidad (decían) se revela
en cada sitio particular bajo una cierta forma que resulta de la relación de
ese lugar con la región sagrada correspondiente en los cielos”.
La Tabla
Esmeralda, el más antiguo monumento alegórico de los Caldeos, establece ese
Principio de Correspondencia en las tradicionales frases que componen sus dos
primeras proposiciones: “Es verdad, sin mentira, muy cierto y confiable, que lo
superior concuerda con lo inferior, y lo inferior con lo superior, para
realizar los milagros de una sola cosa”.
La forma de
cada una de las 22 letras está “calcada” de las Constelaciones, no de acuerdo
con mera fantasía, sino de indicaciones donde las letras pudieron ser
superpuestamente apropiadas, estrechando así el campo de indagación a esa
determinada y apropiada Constelación.
Albanashar Al-Walÿ
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