EL BRILLO DEL PODER
Un
derviche que había estudiado con un gran maestro sufí recibió la instrucción de
perfeccionar su conocimiento sobre el ejercicio de la percepción, y después
volver con él para continuar con el aprendizaje.
Entonces
se retiró a un bosque y se concentró en la meditación interior con una gran
fuerza y aplicación, hasta conseguir que casi nada le molestara.
Sin
embargo, no se concentró lo suficiente en la necesidad de guardar en el corazón
todos sus objetivos de la misma forma, y su empeño en tener éxito en ese
ejercicio resultó más fuerte que su resolución de volver a la escuela desde la
que se le había enviado a meditar.
Un
día, cuando estaba concentrándose en su yo interior, un ligero sonido penetró
en sus oídos. Molesto por esto, el derviche dirigió la mirada hacia las ramas
del árbol del que parecía provenir el sonido y vio un pájaro.
Por
su mente cruzó el pensamiento de que este pájaro no tenía derecho a interrumpir
los ejercicios de una persona tan consagrada a su tarea. Tan pronto como
concibió esta idea, el pájaro cayó muerto a sus pies.
Ahora
bien, el derviche no había avanzado lo suficiente en la senda del sufismo para
darse cuenta de que existen pruebas a lo largo de todo el camino. Todo lo que
pudo ver en aquel momento fue que había alcanzado un poder como nunca antes
había tenido. Él podía matar a un ser vivo; o tal vez el pájaro hubiera resultado
muerto por una fuerza distinta a la de su interior, ¡y todo porque él había
interrumpido sus oraciones!
“Realmente
debo de ser un gran sufí”, pensó el derviche.
Se
levantó y se puso a caminar hacia la ciudad más cercana. Cuando llegó, vio una casa
elegante y decidió pedir allí algo de comer. Llamó a la puerta y le abrió una
mujer; entonces el derviche dijo:
“Mujer, tráeme comida, porque soy un derviche
superior, y es bueno dar de comer a los que están en el Camino.”
“Ahora mismo, venerable sabio”, respondió
la mujer, y desapareció dentro de la casa.
Pero
pasó mucho tiempo, y la mujer no regresaba. A cada momento que pasaba, el
derviche se impacientaba más. Cuando la mujer volvió, el derviche le dijo:
“Considérate afortunada porque no descargo
sobre ti la ira de los derviches, ¿o no sabe todo el mundo que la desgracia
puede abatirse sobre quienes desobedecen a los Elegidos?”
“Es cierto que la desgracia puede llegar, a
no ser que uno sea incapaz de resistirla gracias a ciertas experiencias personales”,
dijo la mujer.
“¡Cómo te atreves a contestarme de esa
manera!”, gritó el derviche, “y, en
todo caso, ¿qué quieres decir?”.
“Sólo quiero decir”, respondió la mujer,
“que no soy pájaro en un claro del bosque”.
Al
oír estas palabras, el derviche se quedó estupefacto. “Mi ira no te está haciendo daño, y además puedes leer mis pensamientos”,
farfulló.
Y
le rogó a la mujer que fuera su maestra.
“Si has desobedecido a tu propio maestro,
también me dejarás a mí”,
respondió la mujer.
“Bueno, por lo menos dime cómo has alcanzado
un estadio del conocimiento mucho más elevado que el mío”, pidió el derviche.
“Obedeciendo a mi maestro. Cuando me llamó,
me dijo que escuchara sus charlas y practicara sus ejercicios; por otra parte,
tenía que atender tanto a los ejercicios como a mis tareas mundanas. De esta
forma, aunque hace años que no sé nada de él, mi vida interior se ha expandido
constantemente, dándome poderes tales como el que tú has visto, además de
muchos otros.”
El
derviche regresó a la tekkia de su
maestro para seguir aprendiendo. El maestro no le permitió hablar sobre nada de
lo sucedido, y se limitó a decirle cuando apareció:
“Ve a servir al barrendero que limpia las
calles de tal ciudad.”
Como
el derviche tenía a su maestro en muy alta consideración, fue a aquella ciudad.
Pero cuando llegó al lugar en que trabajaba el barrendero y le vio allí
cubierto de basura, le dio asco acercarse a él y no era capaz de imaginarse a
sí mismo como su criado.
Estaba
allí de pie sin reaccionar, cuando el barrendero dijo, llamándolo por su
nombre:
“Lajaward, ¿qué pájaro has matado hoy?
Lajaward, ¿qué mujer ha leído tus pensamientos hoy? Lajaward, ¿qué asqueroso
deber te impondrá tu maestro mañana?”
Lajaward
le respondió:
“¿Cómo puedes ver dentro de mi mente? ¿Cómo
puede un basurero hacer cosas que no puede hacer un piadoso ermitaño? ¿Quién
eres tú?”
El
barrendero dijo:
“Algunos ermitaños piadosos pueden hacer
estas cosas, pero no las hacen para ti, porque tienen otras cosas que hacer. A
ti te parezco un barrendero porque ésa es mi ocupación. Como no te gusta la
profesión, no te gusta la persona. Como te crees que la santidad consiste en
lavarse, sentarse y ponerse a meditar, nunca la alcanzarás. Yo he conseguido
las facultades que ahora tengo porque nunca he pensado en la santidad: he pensado
siempre en el deber. Cuando te enseñan a cumplir los deberes para con tu
maestro, o lo deberes hacia lo sagrado, lo que te están enseñando es el deber
en sí, estúpido. Lo único que ves son los deberes “para con alguien” o los
deberes “con el templo”. Como eres incapaz de concentrarte en la idea del deber
en sí, estás perdido.”
Y
Lajaward, cuando fue capaz de olvidar
que era el criado de un barrendero, y se dio cuenta de que ser un criado era un
deber, se convirtió en el hombre que conocemos como el Iluminado, el Hacedor de
Milagros, el Maravillosamente Perfumado Sheik
Abdurrazaq Lajawardi de Badakhshan.
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