La Letra y el Espíritu - Arsgravis

La letra y el Espíritu


Capítulo de “El libro de Adán” de Carlos del Tilo en el que se plantea la necesaria complementariedad entre la letra y el espíritu al leer las Escrituras, según las distintas tradiciones monoteísta.
 
La letra mata, mas el espíritu [el soplo] vivifica.
II Corintios 3, 6
1. Introducción
 
¿Qué es la letra? Lo que se traduce por ‘letra’ en el texto griego del Nuevo Testamento corresponde a la palabra gramma, que significa ‘carácter grabado’, ‘carácter de escritura’, ‘texto escrito’; de graphein ‘escribir’. (1) «La letra» es, por lo tanto, el texto escrito compuesto de palabras, que, a su vez, lo están de caracteres o letras. Así, nos puede tentar la idea de comprender esta frase de san Pablo en el sentido de que, si «la letra mata», ésta nos es inútil e incluso perjudicial, y que se la debe rechazar para buscar sólo «el espíritu que vivifica».
 
Si nos situamos en la mentalidad de la primitiva Iglesia cristiana, vemos que la letra representaba y designaba el texto del Antiguo Testamento, o sea, la Torah de Moisés y los libros de los profetas de Israel. Es, pues, la totalidad de la tradición judía la que aquí está en juego, debido a una época en que la revelación aportada por el Evangelio de Jesucristo se extendió por el mundo grecorromano, es decir, el mundo de los gentiles, extraño por completo al mundo de los hebreos. Esas gentes estaban dispuestas, por naturaleza, a abandonar y rechazar las Escrituras hebraicas, cosa que hicieron algunas sectas cristianas primitivas: debía bastar el espíritu aportado por el Evangelio, literalmente ‘buena nueva’.
 
Sin embargo, la Iglesia cristiana, siguiendo a san Pablo y a los primeros padres de la Iglesia, nunca ha cedido a esta tentación y ha conservado los libros de la Ley de Moisés y de los profetas como parte integrante del patrimonio cristiano. ¿Por qué? El mismo Jesús no rechazó la letra de la Ley y de los profetas de Israel: «No penséis que he venido a abolir la Ley y a los Profetas; no he venido a abolir sino a cumplir. (2) Pues, en verdad os digo: antes pasarán el cielo y la tierra que una sola iota o un solo trazo (3) de la Ley; hasta que todo no se haya producido [...]. Pues yo os digo que, si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo v, 17-20).
 
La letra es necesaria y no debe ser rechazada. Es como el soporte del espíritu, del mismo modo que el cuerpo sirve de soporte para su espíritu. Sin el cuerpo, el espíritu no puede expresarse. Los padres de la Iglesia, fieles a la tradición primitiva, han dicho: «El espíritu no está separado de la letra, está contenido y, al principio, escondido en ella. La letra es buena y necesaria porque conduce al espíritu, es su instrumento y su servidora».
 
Por lo tanto, la letra no puede ser olvidada, pues es como el camino indispensable que conduce al espíritu vivificante.
 
Pero, entonces, ¿por qué se dice que la letra mata? Jesús, después de afirmar que no ha venido a abolir la Ley y a los profetas, añade: «Pues yo os digo que, si vuestra justicia no supera a la de los escribas (4) y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». Y Orígenes, en su Comentario al Evangelio de san Mateo, explica: «No es a causa de la Ley [es decir, de la letra], en la que según parece creían, que los fariseos no eran la plantación del Padre, sino a causa de su mala interpretación de la Ley y de sus textos». (5)
 
La letra mata si la entendemos en sentido carnal, es decir, con nuestra inteligencia de hombre caído, con nuestra comprensión razonable basada en nuestros sentidos embrutecidos por la caída original, privados o desconectados del Espíritu de arriba. Esta inteligencia sólo nos proporciona una comprensión histórica, moral o social, o sea, carnal de la letra profética; por eso mata, pues el espíritu que le da el verdadero sentido no la vivifica. Por eso morimos como esclavos en la tierra de exilio.
 
Esta óptica no ha dejado ver a los fariseos que Jesús confirmaba la Ley de Moisés, a la que se vinculaban, y que estaba ahí para cumplirla. Es esta misma perspectiva la que empuja a los actuales fariseos a clavar a Jesús en la cruz de la historia y a transformar su enseñanza en preceptos morales o sociales. Es esta misma interpretación la que conduce a los razonables de todos los tiempos a rechazar y condenar a los profetas y su enseñanza en nombre de la antigua tradición, siendo esta misma, la que los profetas realizan ante sus ojos de ciegos.
 
Está escrito en el Evangelio de san Juan: «En efecto, si creyeseis en Moisés, también creeríais en mí, pues es de mí de quien él ha escrito. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?» (Juan v, 46-47). Así pues, toda Escritura inspirada posee una letra y un espíritu. La verdad está en la forma de leerla: Si se lee el Antiguo Testamento bajo la óptica mesiánica, se está leyendo el Nuevo Testamento; pero si se leen los Evangelios con el corazón de los escribas y fariseos, se está leyendo el Antiguo Testamento, es decir, la ley, la letra muerta. El Nuevo Testamento no añade nada a las restantes Escrituras, y «si se comprende espiritualmente el Antiguo Testamento, éste no difiere en absoluto del Nuevo», como decía un padre de la Iglesia llamado Hervé du Bourg-Dieu. (6) Cada Escritura se transmite por medio de una letra diferente a la de las restantes Escrituras, y sólo las une el mismo espíritu vivificante que ilumina a todas ellas. Jamás un profeta contradice a otro profeta.
 
Cuando se logra leer lo mismo en todos los libros inspirados, se está leyendo en el libro natural. «Éste es el libro que se encuentra dentro del hombre» y que se descubre según la forma de leer los libros inspirados. Por ello en el Zohar se encuentra este comentario: «¿Por qué está escrito: “en el libro” y no “en la Torah”? Respuesta: Aquí hay un elevado secreto, a saber, que hay un lugar para el Santo-bendito-sea llamado Libro. Esto es lo que está escrito: (Isaías xxxiv, 16). “Buscad en el libro de iave y leed, ya que toda la fuerza y el poder de las obras del Santo-bendito-sea dependen de este Libro y emanan de él”». (7)
 
El objeto de la Gran Obra de los sabios, a lo que llaman su Rebis, (8) parece ser doble, dos cosas en una: una materia fija que, como la letra, es inútil por sí misma si no está unida a su volátil, que es como su espíritu. Ambos deben ser unidos como el hombre y la mujer, como el cielo y la tierra, para producir al Hijo triunfante, la Piedra victoriosa.
 
Este objeto reposa en el pesebre de Belén, donde es contemplado por los Magos. Por ello, Rupert, otro padre de la Iglesia, afirma: «Dios ha reunido toda la universalidad de las Escrituras, toda su palabra, en el seno de la Virgen». (9)
 
El conocimiento de este objeto es un don de Dios, es la adoración de los magos y de los pastores, únicos poseedores de la inteligencia de los libros santos; porque este objeto es «pasado», «presente» y «futuro». En El Mensaje Reencontrado parece que se hace alusión a este Rebis, cuando se dice: «Si habéis encontrado la unidad del Único, romped las páginas del libro y dejadlas volar al viento canturreando una alegre canción. Si no, no las abandonéis ni de día ni de noche hasta que penetren vuestro entendimiento y os conduzcan al lodo que no moja ni mancha nada» (XXIII, 57-57’).
 
«El reino de los cielos es el conocimiento de las Escrituras», decía Beda el Venerable, en el siglo VII. (10) El hombre, exiliado del reino de los cielos, (11) siempre tiende a interpretar la enseñanza literal de la Escritura en un sentido conforme con su naturaleza caída y no según el verdadero sentido de la letra vivificada por el Espíritu. «Por eso, todo escriba convertido en discípulo del reino de los cielos se parece al dueño de una casa, que toma de lo nuevo y de lo viejo (12) de su tesoro» (Mateo xiii, 52).
Está escrito en El Mensaje Reencontrado: «Ninguna palabra de una santa Escritura contradice, de hecho, la palabra de otra santa Escritura. Así, Dios aparece múltiple en persona, pero es, sin embargo, único en acto y en reposo, siendo el Ser por excelencia, es decir, el Primero y el Último en todo. Debemos, pues, conocer todas las santas Escrituras y estudiarlas hasta que hayamos descubierto la identidad primera y última de la palabra inspirada. Pensar en Dios y meditar sobre su creación es rezar y alabar a Dios». (XV, 50-50’).
2. Los cuatro sentidos de la Escritura según los cabalistas hebraicos
 
En hebreo, ‘Paraíso’ se escribe PaRDeS, literalmente: ‘vergel de naranjos’. Dicha palabra se emplea como una abreviación de las cuatro interpretaciones de la Torah, es decir, la Ley de Moisés. Cada consonante de esta palabra indica una de sus interpretaciones: P de Pechat: el sentido literal / R de Remetz: el sentido alegórico / D de Deracha: la interpretación talmúdica (las reglas de conducta) / S de Sod: el sentido secreto. Por lo tanto, el Paraíso es para los cabalistas la unión de los cuatro sentidos en el último, el sentido secreto.
3. Los cuatro sentidos de la Escritura según los padres cristianos de la Edad Media (12)
 
«Littera gesta docet, quid credas allegoria, moralis quid agas, quo tendas anagogia. ‘La letra enseña la historia: la alegoría, lo que tú crees; el sentido moral, o tropológico, (13) lo que tú haces; la anagogía, (14) hacia lo que tú tiendes’. Este célebre verso, citado por Nicolás de Lyra en el siglo XIV, resume toda la exégesis de los padres de la Iglesia.
 
De estos cuatro sentidos se debe decir, al igual que un viejo autor de los cuatro grados de la contemplación, que están unidos entre ellos como los anillos de una misma cadena [...]. Y que cada uno de ellos posee su propia fuerza propulsora, de tal forma que uno lleva al otro. La palabra de la historia consumada por el sentido de la alegoría, y, a su vez, los sentidos de la alegoría inclinan por sí mismos al ejercicio de la moralidad. Se pasa, por un movimiento natural y necesario, de la historia a la alegoría, y de ésta a la moralidad. La alegoría es, en realidad, la verdad de la historia; esta última, por sí sola, sería incapaz de consumarse inteligiblemente; la alegoría lo hace, dándole todo su sentido.
El misterio que la alegoría descubre de este modo abre un nuevo ciclo, que al principio sólo es esto, un comienzo; para ser él mismo, de forma plena, necesita realizarse doblemente. Empieza por interiorizarse y producir su fruto en la vida espiritual, sobre la cual trata la tropología; después, esta vida espiritual debe abrirse al sol del Reino en este fin de los tiempos que es el objeto de la anagogía [...]. Cada sentido tiende al otro como a su propio fin. Por lo tanto, son varios, pero forman uno sólo». (15)
4. La letra y el espíritu en la tradición islámica
 
En su obra dedicada al Islam iraní, Henry Corbin escribe lo siguiente: «La exégesis simbólica espiritual se dedica a la conservación simultánea de la letra, el zâhir y de su sentido oculto, el bâtin. De este modo, la apariencia literal se convierte en la transparencia de otro mundo; esta transparencia sólo se produce a través de la pantalla de la letra.
 
Los libros santos describen acontecimientos en los que la “gesta exterior”, es decir, la historia, el zâhir, se presenta como si hubiese sido realizada en el pasado; ponen en escena los personajes, hechos y gestas, figuras del pasado. Sin embargo, es necesario que estos acontecimientos y estos seres tengan un sentido distinto del que tendrían si figurasen en un libro profano. Si tienen un sentido para la vida y muerte del que lo lee, es que no son, simplemente, acontecimientos del “pasado” registrados en libros de crónicas.
 
Mohammad Bâgir, (V Imâm, muerto en el año 733) manifestó con energía a sus familiares: «Si la revelación del Corán sólo tuviera sentido en relación con el hombre o grupo de hombres en motivo de los cuales fueron revelados tal o cual versículo, entonces, hoy en día todo el Corán estaría muerto. ¡Pero no es así! El Corán, el Libro santo, está vivo, jamás morirá: sus versículos se cumplirán en los hombres del futuro, como se han cumplido en los del pasado”». (16)
 
La exclamación de Nietzsche «Dios ha muerto» sólo anuncia la muerte de quien la profiere.
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NOTAS
1. Notemos que ‘gramo’ (unidad de peso), curiosamente, proviene de la misma palabra; es el scrupulum, latino, (vigésimo cuarta parte de la onza), que significa ‘piedra pequeña’.
2. En algunas ediciones se traduce por ‘completar’. Sin embargo, la palabra griega aquí empleada significa ‘rellenar’, ‘realizar’, o sea, ‘cumplir’.
3. En hebreo, la letra iod, traducida al griego por iota, es la más pequeña de las letras hebraicas. Un trazo que es un acento o una parte de la letra.
4. En griego, grammateus, de gramma: ‘letra’. En hebreo es sofer, del verbo safar, ‘escribir’. Los escribas se dedicaban, especialmente, al estudio y la interpretación de la letra, es decir, de la Ley mosaica.
5. Orígenes, uno de los más grandes exégetas o comentaristas cristianos, nació en Alejandría el año 185 y murió en Tiro el año 253.
6. Citado por H. de Lubac en su obra L´exégese médiévale. ed. Aubier-Montaigne, París, 1959, t. i, p, 336.
7. Zohar II, 56ª.
8. En latín significa ‘cosa doble’.
9. En De Spiritu Sancto, citado por H. de Lubac en su obra L’Écriture dans la Tradition, ed. Aubier-Montaigne, París, 1960, p 234.
10. Citado por H. de Lubac en su obra L´exégese médiévale cit., p. 196.
11. «El reino de los cielos» parece corresponder a lo que representa malcut, la última de las sefirot.
12. «De lo nuevo y de lo viejo»: la nueva revelación y las antiguas revelaciones.
13. Del griego tropos: ‘dirección’, ‘manera’. Por lo tanto, el sentido moral es el que concierne a la conducta y a la acción en la vida espiritual.
14. Anagogía, en griego, significa ‘que conduce arriba’. Este último sentido corresponde al del secreto de los cabalistas.
15. H. de Lubac en su obra L’Écriture dans la Tradition, cit., pp. 276-279.
16. H. Corbin, En Islam Iranien, vol. i, pp. 153 y 133.

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