LOS DOS
SENTIDOS DEL TÉRMINO “CÁBALA”
Capítulo del
libro de Raimon Arola “La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de
Occidente” (Palma de Mallorca, 2012) en el que el autor incide en la
ambivalencia de sentidos que presupone el término “cábala”.
En la
difícil yuxtaposición de sentidos y matices que posee el término cábala, es
inevitable intentar exponer cuales son los más usuales en la actualidad y
confrontarlos con el pensamiento de Franz Kieser, (autor del Cabala Chymica,
1606) lo cual nos conducirá a perfilar los dos básicos que hoy en día coexisten
y que a veces aparecen como complementarios y a veces como contrapuestos.
Sin entrar
en las discusiones internas del judaísmo, centraremos nuestro punto de partida
en el concepto que de la cábala se extendió por Europa a lo largo de los siglos
XVIII, XIX y buena parte del XX. Durante este periodo fue considerada como una
ciencia oculta vinculada directamente a toda suerte de esoterismos y sociedades
secretas. En sus escritos, autores como Papus, Levy, Guaïta, etcétera, definen
la cábala como la sabiduría recóndita que otorga, por medio de talismanes, los
más altos poderes sobre todos los niveles de la realidad. Estos autores conocen
sólo de oídas los textos hebreos sobre los que fundamentan sus especulaciones,
básicamente, el Sefer Yetzirá, y a
partir de ello, construyen el enorme edificio del ocultismo, con infinitos
esquemas de correspondencias entre las distintas partes del universo, pero con
débiles fundamentos. A las ideas procedentes del judaísmo se sobreponen
influencias gnósticas, orientales y de todo tipo, mezclando diversos métodos
exegéticos en un sincretismo extraño, sin apenas capacidad de síntesis.
Analizada
desde la perspectiva actual, la cábala de estos autores no fue más que los
últimos coletazos del importante movimiento espiritual que comenzó a finales
del siglo XV y que se conoce como la Cábala cristiana. Los ocultistas
contemporáneos recogieron vestigios dispersos de la cábala cristiana
renacentista y los ordenaron con criterios tendenciosos, ajenos a los legítimos
anhelos que en su día permitieron a Pico della Mirandola y a Reuchlin buscar los fundamentos del
mensaje cristiano en la tradición hebrea.
Pero en los
siglos XVIII, XIX y principios del XX, la cábala utilizada por los cristianos
occidentales ha estado prácticamente desvinculada de sus orígenes espirituales.
En la actualidad y en ciertos medios, se sigue enseñando la cábala como una
suerte de correspondencias entre el Árbol de la vida o el Adán primordial con
cualquier nivel de la realidad que se le ocurra al ‘maestro’ de turno.
Sería
necesario un estudio objetivo sobre el fenómeno ocultista, sin prejuicios a
favor o en contra, pero esto nos alejaría del tema que pretendemos desarrollar.
Si lo hemos apuntado es para enmarcar los escritos de Gershom G. Scholem
(1897-1982), quien, ante tal panorama, se replanteó cuál era el sentido propio
de la cábala, retornando a las fuentes judías y cortando de raíz toda
especulación sincrética. Insistimos en que su obra es fundamental y en la
actualidad ninguna aproximación a la cábala puede prescindir de ella, de su
erudición y valía intelectual
En sus
primeros estudios, Gershom Scholem observó que Goethe utilizaba un concepto
vano e impreciso de la cábala, que después difundió y que en su mayor parte
provenía del estudio del Opus
mago-cabalisticum et theologicum de Georg von Welling, publicado por
primera vez en Francfort en 1718, que Goethe había estudiado y anotado, aunque
después lo abandonó por encontrarlo “oscuro e incomprensible”. Georg von
Welling subtituló su obra del modo siguiente: “El origen, naturaleza,
características y uso de la sal, azufre y mercurio, descrito en tres partes, y
entre diversos extraños materiales matemáticos, teosóficos, mágicos y místicos,
la producción de los metales y minerales en la tierra de la naturaleza será
ilustrada, incluyendo la llave principal para el trabajo, así como unas
completas y variadas extrañas figuras mágico-cabalísticas”.
A partir de
entonces, Scholem emprendió un ingente trabajo para precisar el sentido
original de la cábala y, haciendo tabla rasa de las especulaciones teosóficas y
ocultistas, se introdujo en el análisis crítico de las fuentes hebreas. De este
modo se vio abocado al estudio histórico, como todos eruditos de la segunda
mitad del siglo XX. La historia de la cábala judía, a pesar de algunos puntos
aún oscuros, está bien encaminada y cualquier lector interesado debe recurrir a
Scholem y a la escuela que continua sus investigaciones y que tiene en Moshe I del
uno de sus máximos representantes.
También es
importante señalar que en este contexto han aparecido los comentarios al Sefer ha-Zohar de Yehuda Ashlag (1886-1955), los cuales provienen directamente de la
escuela judía de Isaac Luria y Moisés Cordovero, sin establecer ningún tipo de
relación con las creencias cristianas.
Las
precisiones históricas justifican las diferentes tendencias que han ido
apareciendo, transformándose y desapareciendo a través de los tiempos, hasta el
punto que incluso podría decirse que la identidad de la cábala se define como
una realidad en el tiempo, por eso Scholem concluye: “En tanto que fenómeno
histórico en el judaísmo medieval, la cábala nació en Provenza, o más
exactamente en su parte occidental, en el Languedoc. De allí, fue transplantada
en el primer cuarto del siglo XIII a Aragón y Castilla, donde conoció su
desarrollo clásico.(Los orígenes de la cábala)
La
manifestación histórica en ningún caso excluye lo que Scholem denomina con
cierta ironía la prehistoria de la cábala, es decir, el conjunto de influencias
que se reúnen en la cábala provenzal y más precisamente en el Sefer ha-Bahir, el primer escrito donde
se encuentra terminología cabalística. De la prehistoria, como es lógico, no
existen documentos escritos y cualquier aproximación debe fundamentarse en
vestigios que el ensayista debe interpretar. Y, como veremos más adelante, es
en este punto que el fenómeno estrictamente histórico se mezclará con
innumerables leyendas. Para Scholem las fuentes que originarán, siglos más
tarde, una literatura propiamente cabalística, se encuentran tanto en las obras
talmúdicas (a partir del siglo I d.C.) y post-talmúdicas (a partir del siglo
VII d.C.), es decir, la exégesis rabínica que va desde la destrucción del
segundo templo hasta los sabios provenzales de la Edad Media, como en lo que él
denomina el misticismo de la Merkabá y el gnosticismo judío, es decir, en las
Hejalot, donde el pensamiento exegético está casi totalmente ausente.
Resumir en
pocas palabras los sistemas exegéticos propios del fenómeno histórico de la
cábala y su terminología particular, así como el misticismo judío, alargaría en
demasía esta breve introducción. Sin embargo, y según nuestra opinión,
quisiéramos insistir en el hecho de que, básicamente, los cabalistas medievales
buscaron desvelar el sentido oculto de las sagradas Escrituras. Incluso las
descripciones de las visiones de la Merkabá o carro divino, en las que los
sabios contemplan los palacios más elevados donde mora la divinidad, no dejan
de ser la misma experiencia que vivió Ezequiel junto al río Kebar y, por lo tanto,
son una forma de comentarla y enseñarla. En vez de considerarlas como
manifestaciones místicas parece más oportuno no separarlas de la revelación, es
decir, de la luz secreta que, oculta en el texto inspirados, continuamente es
enseñada por todo tipo de exégesis. Los cabalistas medievales establecieron un
sistema particular para instruir acerca de lo que para ellos era lo único
esencial: la manifestación de Dios en el Sinaí, bajo la forma de la Torá.
Según rabí
Moshé ben Najmán o Najmánides, el gran cabalista gerundense del siglo XIII, la
Torá no sólo consta de letras y palabras, sino que también incluye las sefirot,
las diez emanaciones de lo que no tiene límites [ein sof], pero éstas no son visibles. Respecto a ellas escribe:
“Hablando de las sefirot se emplea
[en el Sefer Yetzirá] la expresión belimah [tomada en el sentido de
‘retenerse’], porque ‘tú debes retener tu boca de hablar y tu corazón de
meditar’ ya que las sefirot constituyen la interioridad de las letras y no
están inscritas en la Torá como las letras”. (1)
La lectura
de los cabalistas medievales nos conduce a otro sentido de la palabra cábala
que no se justifica como fenómeno meramente histórico y que está más cerca de
un sentido espiritual –de la unión de lo mítico y lo místico según la
terminología de Scholem–, tal como se desprende de una cita muy conocida de la
Misná, la parte más antigua del Talmud, escrita por los rabinos en la época del
segundo templo: “Moisés recibió [un verbo de donde procede la palabra cábala]
la Torá del Sinaí. Luego la transmitió a Josué, y Josué a los Ancianos; los
Ancianos a los Profetas, y los Profetas la transmitieron a los hombres de la
Gran Asamblea”. (2) En dicho fragmento se atribuye a Moisés el origen de la
cábala judaica, de manera que la palabra está estrechamente vinculada con la
misma Torá. No existe el tiempo histórico en el misterio de la revelación, pues
cada cabalista auténtico experimenta la misma verdad que Moisés en el Sinaí. En
un célebre fragmento del Sefer ha-Zohar, el mítico rabí Simeon bar Yokai dice:
“¡Ay del hombre que pretende que la Torá no vino más que para contar simples
narraciones, palabras ordinarias! Si así fuese, podríamos actualmente componer
una Torá sobre temas vulgares e incluso más excelentes. La Torá contiene en
cada una de sus palabras cosas elevadas, secretos supremos. [...] Ven y ve: Hay
un vestido que está a la vista de todos; son los necios los que cuando ven un
hombre bien vestido, no consideran más que la suntuosidad de su ropaje, y nada
más, toman el vestido por el cuerpo del hombre, y su cuerpo por su alma. Es lo
mismo en cuanto a la Torá: tiene un cuerpo que son los mandamientos llamados
cuerpo de la Torá. Este cuerpo se reviste del ropaje que son las narraciones de
este mundo; los necios que están en este mundo no consideran más que el vestido
que es el relato de la Torá, y no conocen nada más; no meditan sobre lo que hay
debajo de este vestido. Aquellos que conocen más, no consideran el vestido,
sino el cuerpo que está dentro de él. Luego están los sabios, servidores del
Rey supremo, los que están en la montaña del Sinaí y que contemplan el alma que
está en la Torá; es la raíz de todo, la Torá verdadera”. (3)
Aquellos que
pueden contemplar el alma de la Torá se encuentran, como Moisés, en el Sinaí.
Es decir, reciben (por cábala) la misma revelación. En el Talmud está escrito
que rabí Leví bar Hama dijo: “¿Por qué está escrito: Y te daré las Tablas de
piedra, junto con la Torá y los mandamientos que puse por escrito, para que
sean enseñados (Éxodo 24, 12)? Las Tablas contienen los diez mandamientos, la
Torá escrita es el Pentateuco y los mandamientos están incluidos en la Misná.
Las palabras que puse por escrito aluden a los libros proféticos y
hagiográficos; las palabras para que sean enseñados, a la Guemará. Esto prueba
que las leyes orales, la Misná y la Guemará [las dos partes del Talmud], fueron
dadas a Moisés en el Sinaí”. (4)
Así pues,
creemos que no se puede ni se debe separar el doble sentido de la palabra
cábala, es decir, el fenómeno histórico estudiado y establecido con precisión
por Scholem y el sentido de revelación tanto en su aspecto místico como mítico.
Un ejemplo
de la necesaria convivencia de las dos acepciones, lo encontramos en la leyenda
del origen del Sefer ha-Zohar, concebida y difundida por su propio autor,
Moisés ben Shem Tov de León (1240-1305); este personaje explicaba que, en
realidad, la obra fue escrita por rabí Simeon bar Yokai, el venerado rabino que
vivió en Palestina en el siglo II d. C. y que él tan sólo lo había trascrito. Además
del recurso literario, la leyenda contiene una enseñanza que consiste
justamente en reconocer la atemporalidad de la revelación y la transmisión de
la enseñanza de modo oral, incluso por los propios cabalistas medievales.
Si sólo se
entiende por cábala el sistema exegético propio de una época, difícilmente se
podrá comprender que Kieser utilizara dicho vocablo como título de su obra ni
tampoco porqué despertó tanto interés entre los cristianos del Renacimiento. En
el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias, publicado en
1611, es decir, cinco años después de la Cábala quymica de Kieser, el lingüista
español escribió respecto a la voz cábala: “Es cierta doctrina mística entre
los judíos, la cual no se escribe, sino de uno en otro se va conservando,
tomándola de cabeza, y los que la profesan se llaman cabalísticos, de la raíz
qbl, en [la forma verbal] piel, ‘recibir’”. “Tomándola de cabeza”, es decir, de
memoria, transmitida tan sólo oralmente de maestro a discípulo, lo cual enseña
la parte mistérica de la revelación, o su aspecto esotérico.
Como se
sabe, la escritura hebrea no posee vocales, éstas sólo aparecen cuando el texto
es pronunciado, así, la Torá escrita originariamente estaba compuesta por una
sucesión de consonantes sin vocalización ni divisiones entre las palabras, era
un libro cerrado, que requería saber leerlo, es decir, separar las consonantes
en palabras y vocalizarlas. A partir de dicha distinción, los cabalistas
compararon la Torá escrita a un cuerpo inerte que sólo podía ser vivificado por
la Torá oral. De esta manera, todos los pueblos pueden acceder a la Torá
escrita, pero únicamente los cabalistas son capaces de conocer la Torá en su
completitud. Un fragmento del Sefer
ha-Zohar explica el sentido metafísico de la distinción entre los dos
aspectos de la Torá y su reunión: “Todas las letras son como el cuerpo sin
alma, sin espíritu; no hay más que consonantes. Cuando vienen los puntos [se
refiere a los puntos vocales], llamados nekudot
[la palabra nekudah quiere decir ‘punto’,
pero también ‘gota’], que son el secreto del alma viva, o el secreto de la
letra he, he aquí que el cuerpo se endereza en su consistencia, y es a esto a
lo que se refiere el pasaje de Génesis 2, 7: Adonai Elohim formó el Adán del polvo del suelo, y sopló en sus
narices alma de vida, y el Adán fue hecho espíritu vivo. Y todo esto salió de
un solo origen que es la sabiduría de arriba, porque los puntos son como las
vocales, son como el soplo en la flauta. Cuando salieron las letras del seno
del secreto de arriba, se desarrollaron y se grabaron en el hombre, y esto se
refiere al cuerpo humano. Después salieron los puntos vocales y Dios los
insufló en las letras; los puntos son pues el secreto del soplo de vida que hay
en las letras, y las letras se enderezaron, como el hombre, el cual está
erguido sobre sus pies por medio de la consistencia del soplo. (5)
El
entusiasmo que los sabios renacentistas italianos y alemanes mostraron por la
cábala no puede entenderse sólo a partir de las influencias que recibieron de
los judíos españoles, expulsados por los reyes Católicos, sino porque además
creyeron descubrir en sus enseñanzas secretas el fundamento del cristianismo,
tal y como escribió Pico della Mirandola: “Ningún cabalista hebreo puede negar
que el nombre de Jesús, si se interpreta según el modo y principios de la
Cábala, significa precisamente Dios, es decir, hijo de Dios y de la sabiduría
del Padre por la tercera persona de la divinidad”. (6)
La tradición
oral transmite el misterio de la venida del Mesías, aquel que puede vocalizar
correctamente el texto y “abrir” el libro cerrado. En este sentido, Scholem se
refiere a que la cábala de Abraham Abulafia, prácticamente contemporáneo del
autor del Sefer ha-Zohar, era
eminentemente práctica, pues, como él mismo explicó, había llegado al séptimo y
último peldaño de la escalera mística, donde percibió de manera consciente el
resplandor de la luz divina que iluminó su conciencia y pudo deletrear los
inefables nombres de Dios, esto es, pronunciar el nombre del Mesías. Se trata,
pues, de la cábala profética.
Scholem, al
analizar el fenómeno que representó la propuesta de Pico en la que afirmaba que
el judaísmo esotérico podía identificarse con el misterio propuesto por el
cristianismo, aporta unos datos muy sugerentes. (7) En primer lugar, afirma que
dentro de la más estricta ortodoxia judía se consideraba que las especulaciones
cabalísticas rozaban la herejía, pues se acercaban en demasía a los dogmas
cristianos. También señala que, con anterioridad a las propuestas de Pico della
Mirandola, varios judíos conversos ya habían apuntado que la Misná tenía un
sello cristiano. El ejemplo más relevante es el voluminoso Pugio Fidei adversus mauros et judaeos de Ramon Martí o Raymond
Martini. Este personaje era contemporáneo de rabí Moshé ben Najmán y nació,
como él, en Cataluña. En ninguna ocasión utiliza los procedimientos
cabalísticos para apoyar sus argumentos y, sin embargo, anuncia el misterio de
la “apertura” del libro cerrado; he aquí un fragmento de la introducción: “La
materia que tomaremos como base para este pugilato con los judíos será doble:
en primer lugar la autoridad de la Torá y los Profetas contenidos en el Antiguo
Testamento; en segundo lugar, algunos comentarios o midrashim contenidos en el Talmud, que son en realidad glosas que
recogen la antigua tradición de los judíos y que arrancaré, como quien saca
perlas de un estercolero, para instalarlos en los textos latinos, ilustrando
los mismos con la ayuda de Dios, en la medida de mi comprensión. Esta antigua
tradición es llamada en hebreo Torah shebealpé es decir, ‘Torá sobre la boca’,
que según dicen fue dada por Dios a Moisés en el monte Sinaí, al mismo tiempo
que la Torá escrita. Luego Moisés la transmitió a su discípulo Josué y éste a
sus sucesores. Posteriormente fue transmitida de boca a oído por los Rabinos
hasta que la pusieron por escrito. Así pues, parece ser que en el monte Sinaí
Dios entregó a Moisés toda la enseñanza que contiene el Talmud, pero a causa de
la ignorancia se le atribuyen múltiples absurdidades y no hay que hacer caso de
ellas pues precipitan el alma en la infamia. Sin embargo, algunos que conocen
el sabor de la verdad y la doctrina de los Profetas y de la fe cristiana se
asombran en gran manera de verla expresada en este libro con increíble
claridad, pero la mala fe e ignorancia de los judíos modernos pretende
destruirla y confundirla al juzgar esta enseñanza como discordante. Los
Profetas, junto con los Santos y los Padres de la Iglesia escribieron
ordenadamente sobre ella porque llegaron a alcanzarla, pues de lo contrario no
hubieran podido expresarla. Cuando la tradición es transmitida de este modo,
vemos que el Mesías de los judíos no es otro que el Cristo de los cristianos,
sin que exista en ello ninguna contradicción”. (8)
Limitar la
cábala a un fenómeno histórico ha aportado seriedad y rigor al estudio de los
textos originales y ha eliminado especulaciones y teorías surgidas tan sólo de
la mente humana. Pero la relación, incluso la identidad, entre la cábala y la
Torá nunca ha dejado de ser lo más relevante del misterio que los sabios judíos
se han trasmitido de generación en generación. La insistencia en la
actualización de la Torá de Moisés, evidentemente sin cambiar una iota, siempre
se ha acercado a la obviedad de que el Mesías de los judíos no es otro que el
Cristo de los cristianos, pues, como se sabe, la palabra hebrea mesiah
traducida al griego es ‘cristos’, que en castellano se traduciría por ‘ungido’.
En el Lexicon alchemiae, sive
dictionarium alchemisticum de Martinus Rulandus, publicado en 1612, se
mantiene la concepción de los primeros cabalistas cristianos cuando el autor
afirma lo siguiente en la voz ‘caballa, cabalia,
ars cabalistica’: “…que, por medio
de la cábala, los antiguos rabinos llegaron al conocimiento de la Trinidad y
del Hijo de Dios, Cristo. Por lo tanto, este arte no es una necedad, como
opinan muchas personas, sino una ciencia cierta y divina, gracias a la cual
Teofrasto [Paracelso] como él mismo nos cuenta, pudo desarrollar su propia
doctrina en beneficio de Dios.” (9)
Buscar la
prehistoria de la cábala en la literatura mística y visionaria que apareció
después de la destrucción del segundo templo de Jerusalén y la diáspora judía,
es una realidad histórica pero también es un mito, pues el desastre de la
abolición del culto en el Templo de Jerusalén significa, simbólicamente, la
misma catástrofe ocurrida cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso. La
revelación de la Torá es, para los judíos, el medio para que el hombre pueda
volver al Paraíso y su actualización reconstruye el Templo de Jerusalén.
La palabra
Torá en hebreo procede de la raíz verbal ire,
bajo una forma gramatical que significa a la vez: ‘enseñar, mostrar, instruir,
indicar’, y también: ‘tirar de arriba abajo, regar, precipitar, lanzar,
fecundar’; sobre eso está escrito en el Sefer
ha-Zohar: “El árbol de vida es la
Torá, pero ¿por qué se llama así la Torá? Es debido a que enseña [en hebreo
more, procedente de la misma raíz que Torá] y desvela lo que estaba oculto y no
era conocido. Y se llama ‘de vida’ debido a que toda la vida superior está
incluida en la Torá y sale de ella. (10)
Para Kieser,
la palabra cábala significaba la enseñanza que provenía del cielo, como la
Torá, y que nada tiene que ver con el pensamiento nacido únicamente del ingenio
del hombre. Es interesante constatar cómo esta noción se introdujo, incluso en
los modelos iconográficos de la época; así, por ejemplo, Cesare Ripa en su
famosa Iconologia, cuya edición definitiva e ilustrada vio la luz en 1603,
describe como debería ser la imagen de la “doctrina” de la siguiente manera:
“Mujer de
edad madura vestida con ropas de color morado, que está sentada con los brazos
abiertos, como si quisiera abrazar a alguien. Ha de sostener un cetro con la
diestra, en cuyo remate se ha de ver un sol, teniendo un libro abierto en el
regazo. Y se ha de ver además cómo cae del Cielo sereno gran cantidad de rocío
[...]. El cetro, sobre el que aparece un sol, es signo del dominio que tiene la
doctrina sobre los horrores de la noche y la ignorancia. El que esté cayendo
del Cielo gran cantidad de rocío simboliza a la misma doctrina”. (11)
El libro
abierto en el regazo de la mujer de edad madura es el símbolo de la enseñanza
inspirada, pues es la corporificación de la doctrina sutil que cae del cielo en
forma de rocío. La misma idea la encontramos en las descripciones jeroglíficas
de Horapolo, cuando explica: “Para escribir educación (paideia), [los egipcios]
pintan un cielo que deja caer rocío, indicando que, como el rocío al caer se
extiende a todas las plantas y hace tiernas a las que pueden enternecerse por
su propia naturaleza”. (12)
La cábala
entendida como la recepción del don de la Torá es lo que permite al hombre
acceder a la santidad, tal como está escrito en el Sefer ha-Zohar: “Quien se dedica a la Torá es purificado y después
santificado”. (13)
NOTAS:
1. En SeferYetzirah. El libro de la Formación a la luz de los
cabalistas de Gerona, p. 139.
2. La Misná, p. 789.
3. Sefer haZohar III, 149b.
4. Berajot 5a.
5. Sefer ha-Zohar Jadach, 73c.
6. Conclusiones mágicas y cabalísticas, p. 85
7. Considérations sur l’histoire des débuts de la Kabbale
chrétienne, p. 20-39.
8. El puñal de la fe, pp. 90-91.
9. Diccionario de alquimia o Lexicon alchemiae, p. 63.
10. Sefer ha-Zohar III, 53b.
11. Iconología, t. i, p. 291.
12. Hieroglyphica, p. 114.
13. Sefer ha-Zohar III, 81a.
Interesante, lo mismo es plantedo por parte de los Hermanos de la Pureza خوان الصفا, Ijwān aṣ-Ṣafā’ quien dedica sus espacios intimos a la "Gnosis" serán purificados y exaltados al trono central...en cuanto al H:. Arola me ha expresado en varias oportunidades que como iniciados en potencia y lograr la actualización activa la palabra constituye la intima afinidad vibratoria, ella misma nos conduce conscientemente a la expansión de la Luz en Potencia, así en la tradición Hebrea ello constituye aún a los misterios menores, que por excelencia el Zepher-ha-Zohar constituye su coadyuvante como para los misterios mayores el zepher Yetzirah "santas escrituras vivientes en El".
ResponderEliminarGracias por su comentario querido lector. Me muestro en total sintonía con sus palabras y las experiencias expresadas por el maestro Arola y que usted ha recogido personalmente para su fortuna.
EliminarEn realidad la "Cábala" en sí nos muestra como escuela de misterios completa y perfecta en su estructura y esencia, un portal hacia los dos misterios de la tradición: los menores y su plano de acción sobre la horizontal y los mayores que actúan específicamente sobre la verticalidad como un reflejo del eje axial en donde todo se comunica.
Sobre los Hermanos de la Pureza refiero lo que tantas veces ha planteado Ibn Arabí y otros tantos maestros hábiles de esa escuela de misterios: es a través del Amor a Cristo, entendido como un estado de consciencia puro y netamente intuitivo, que podremos alcanzar los llamados estados supremos del Ser, y que nos sitúan por ende en ese mismo eje axial de donde todo se transmite.
La Qabbalah es hebrea en su estructura, pero en su más íntimo corazón es cristiana, judía, zoroastriana y abrahámica en fin.
Gracias y lo invito a seguirnos con amor tradicional. Ibn Idris Ibrahim