TRABAJO
INICIATICO COLECTIVO Y "PRESENCIA" ESPIRITUAL
Capítulo XXIII de Initiation et Réalisation Spirituelle,
París, Editions Traditionnelles, 1986.
Existen
formas iniciáticas en las cuales, por su constitución misma, el trabajo
colectivo ocupa un lugar preponderante; con ello no queremos decir, entiéndase
bien, que éste sustituya el trabajo personal y puramente interior de cada uno.
El caso de que aquí se trata es sobre todo el de las iniciaciones que subsisten
actualmente en Occidente, y sin duda se puede decir lo mismo, en un grado más o
menos acentuado, de todas las iniciaciones de oficio, porque se trata de algo
que es inherente a su naturaleza misma. En un reciente estudio que hemos realizado
sobre la Masonería (1), hablábamos de que una "comunicación" no se
podría efectuar más que por el concurso de tres personas, de tal forma que
ninguna de ellas posee por sí sola el poder necesario para ello. Podemos citar
igualmente, en el mismo orden de ideas, la condición de la presencia de un
mínimo número de asistentes, siete por ejemplo, para que una iniciación pueda
ser válida, en tanto que existen otras tradiciones donde la transmisión, como
en la India, se opera simplemente de maestro a discípulo sin la participación
de ninguna otra persona. Va de suyo que tal diferencia de modalidades debe
entrañar consecuencias igualmente diferentes en todo el conjunto del trabajo
iniciático ulterior; y entre estas consecuencias, nos parece sobre todo
interesante examinar más de cerca aquella que se refiere al papel del Guru
o de cualquiera que ocupe su lugar.
En el caso
en que la transmisión iniciática se efectúa por una sola persona, ésta asume el
papel o la función de Guru con respecto al iniciado; poco
importa aquí que sus cualificaciones sean más o menos completas y que, como es
frecuente, ella no sea capaz de conducir a su discípulo sino hasta un
determinado nivel; pero el principio es siempre el mismo: el Guru
está ya desde el punto de partida, y no puede haber ninguna duda sobre su
identidad. Por el contrario, en el otro caso las cosas se presentan de una
manera mucho menos simple y evidente, y se puede con toda legitimidad preguntar
dónde está en realidad el Guru. Sin duda, todo
"maestro" puede siempre, cuando instruye a un "aprendiz",
ocupar el lugar de aquél en un cierto sentido, pero esto es siempre bastante
relativo, y si quien desempeña la transmisión iniciática no es más que un upaguru
(instructor), con mayor razón también lo serán los otros. Por otro
lado, nada hay aquí que se parezca a la relación exclusiva del discípulo con un
Guru
único, que es una condición indispensable para que se pueda emplear este
término en su verdadero sentido. De hecho, no parece que, en tales
iniciaciones, hayan existido maestros espirituales ejerciendo su función de
manera continua; si los ha habido, lo que no puede ser excluido (2), ello es
algo más o menos excepcional, tanto que su presencia no aparece como un
elemento constante y necesario en la constitución especial de las formas
iniciáticas de que se trata. Y sin embargo, a pesar de todo, debe haber aquí
algo que se asemeje a la función del Guru. Por ello puede preguntarse por
quién o por qué esta función se cumple efectivamente en semejante caso.
A esta
cuestión se podría responder que es la colectividad misma, constituida por el
conjunto de la organización iniciática, la que juega el papel del Guru;
esta respuesta estaría sugerida por la observación que hemos hecho al principio
sobre la gran importancia que se concede al trabajo colectivo. Pero sin que
pueda decirse que ella sea enteramente falsa, es al menos insuficiente. Hay que
precisar que, cuando hablamos de la colectividad, no la entendemos simplemente
como la reunión de individuos considerados en su sola modalidad corporal, como
ocurriría si se tratase de una agrupación profana cualquiera; antes bien nos
estamos refiriendo a la "entidad psíquica" colectiva, a la cual
muchos han dado impropiamente el nombre de "egregor". Recordemos lo que hemos dicho en otra ocasión (3):
"lo colectivo" como tal no puede de ninguna manera sobrepasar el
dominio individual, puesto que no es en definitiva más que el resultante de las
individualidades que lo componen, ni por consiguiente puede ir más allá del
orden psíquico. Ahora bien, todo aquello que no es más que psíquico no puede
tener ninguna relación efectiva y directa con la iniciación, puesto que ésta
consiste esencialmente en la transmisión de una influencia espiritual, destinada
a generar efectos de orden igualmente espiritual, trascendente con respecto a
la individualidad, ya que todo aquello que hace efectiva la acción, en
principio virtual, de esta influencia, debe necesariamente tener un carácter
supra-individual y, si así pudiera decirse, supra-colectivo. Por lo demás debe
tenerse en cuenta que es como individuo humano que el Guru propiamente dicho
ejerce su función, pero como él representa lo supraindividual, entonces en esta
función su individualidad no es en realidad más que el soporte. Para que los
dos casos sean comparables, es necesario que lo que es aquí asimilable al Guru
sea, no la colectividad misma, sino el principio trascendente al cual ésta
sirve de soporte y que es el que le confiere un carácter iniciático verdadero.
Es este principio el que puede denominarse, en el estricto sentido de la
palabra, una "presencia" espiritual, actuando en y por el trabajo
colectivo mismo; y es de la naturaleza de esta "presencia" cuyo tema
no pretendemos agotar, de la que trataremos más extensamente.
En la Cábala
hebraica se dice que, cuando los sabios se ocupan de misterios divinos, la Shekinah está entre ellos. Y aunque en
una forma iniciática el trabajo colectivo no represente un elemento esencial,
no por ello la "presencia" espiritual deja de afirmarse con la
nitidez con que lo hace cuando se trata de organizaciones basadas en este
trabajo. En este caso la "presencia" espiritual se manifiesta en la
intersección de las "líneas de fuerza" que van de uno a otro de los
integrantes, como si su "descenso" se realizara directamente por la
resultante colectiva que se produce en este punto determinado y que le
proporciona un soporte adecuado. No insistiremos sobre este punto un tanto
"técnico". Únicamente añadiremos que se trata especialmente del
trabajo de iniciados que han llegado a un grado avanzado de desarrollo
espiritual, contrariamente a lo que ocurre en las organizaciones donde el
trabajo colectivo constituye la modalidad habitual y normal desde el comienzo.
Pero, entiéndase bien, esta diferencia no cambia en nada el principio mismo de
la "presencia" espiritual.
Lo que
decimos debe relacionarse con las palabras del Cristo: "Cuando dos o tres
se reúnan en mi nombre yo estaré en medio de ellos"; y esta relación es
particularmente notable cuando se conoce la estrecha vinculación que existe
entre el Mesías y la Shekinah (4). Es
cierto que, según la interpretación corriente, estas palabras se asimilan más
bien a la plegaria. Pero, por legítima que sea esta aplicación en el orden exotérico,
no hay ninguna razón para limitarse a ella exclusivamente y no considerar otra
significación más profunda. En este sentido, debemos subrayar la expresión
"en mi nombre" que se encuentra frecuentemente en el Evangelio, y que
en la actualidad se comprende en un sentido bastante reducido, cuando no pasa
totalmente desapercibida. En efecto, casi nadie comprende todo lo que esta
expresión implica desde el punto de vista tradicional, en su doble aspecto
doctrinal y ritual. En estos momentos sólo queremos indicar un aspecto muy
importante: con todo rigor, el trabajo de una organización iniciática debe
cumplirse "en el nombre" del principio espiritual de donde procede y
que está destinada a manifestar en nuestro mundo (5). Este principio puede ser
más o menos "especializado" conforme a las modalidades que son
propias a cada organización iniciática; pero, siendo de naturaleza puramente
espiritual, como lo exige evidentemente el fin mismo de toda iniciación, será
siempre, en definitiva, la expresión de un aspecto divino, y es una emanación
directa de este aspecto la que constituye propiamente la "presencia"
inspirando y guiando el trabajo iniciativo colectivo, a fin de que éste pueda
producir los resultados efectivos según la medida de las capacidades de cada
uno de los que toman parte.
Traducción: Francisco Ariza
NOTAS
1)
Ver Parole perdue et mots
substitués (incluido en Etudes sur la
Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tomo II).
2)
Ello ha ocurrido necesariamente al menos en el origen de toda forma
iniciática, teniendo esos maestros la cualidad suficiente para realizar la
"adaptación" requerida para su constitución.
3)
Ver cap. VI: Influences
spirituelles et "égrégores".
4)
A veces se pretende ver una variante de este texto considerando
"tres" en lugar de "dos o tres", y algunos quieren
interpretar estos tres como si fueran el cuerpo, el alma y el espíritu. Se
trataría, pues, de la concentración y de la unificación de todos los elementos
del ser en el trabajo interior, necesario para que se opere el
"descenso" de la influencia espiritual en el centro de ese ser. Esta
interpretación es válida, y dejando aparte la cuestión de cuál es exactamente
el texto más correcto expresa por sí misma una verdad incontestable, pero, en
todo caso, no excluye de ninguna manera la que se relaciona con el trabajo
colectivo; en el caso de que el número de tres sea realmente especificado se
debe admitir que representa entonces un mínimo requerido para que la eficacia
de ese trabajo se cumpla, como ocurre en ciertas formas iniciáticas.
5)
Toda fórmula ritual diferente de ésta no puede representar más que una
aminoración, debido a un desconocimiento o a una ignorancia más o menos
completa de lo que este "nombre" es verdaderamente, implicando por consiguiente
una cierta degeneración de la organización iniciática, puesto que su
substitución demuestra que ésta no es plenamente consciente de la naturaleza
real de la relación que la une a su principio espiritual.
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