CUANDO SE MANIFIESTA LO SAGRADO
Mircea Eliade
El hombre entra en
conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta, porque se muestra como algo
diferente por completo de lo profano. Para denominar el acto de esa
manifestación de lo sagrado hemos propuesto el término de hierofanía, que es
cómodo, puesto que no implica ninguna precisión suplementaria: no expresa más
que lo que está implícito en su contenido etimológico, es decir, que algo sagrado se nos muestra. Podría
decirse que la historia de las religiones, de las más primitivas a las más
elaboradas, está constituida por una acumulación de hierofanías, por las manifestaciones de las realidades sacras. De
la hierofanía más elemental (por
ejemplo, la manifestación de lo sagrado en un objeto cualquiera, una piedra o
un árbol) hasta la hierofanía
suprema, que es, para un cristiano, la encarnación de Dios en Jesucristo, no
existe solución de continuidad. Se trata siempre del mismo acto misterioso: la
manifestación de algo «completamente diferente», de una realidad que no
pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro
mundo «natural», «profano».
El occidental moderno
experimenta cierto malestar ante ciertas formas de manifestación de lo sagrado:
le cuesta trabajo aceptar que, para determinados seres humanos, lo sagrado
pueda manifestarse en las piedras o en los árboles. Pues, como se verá en
seguida, no se trata de la veneración de una piedra o de un árbol por si mismos. La piedra sagrada, el
árbol sagrado no son adorados en cuanto tales; lo son precisamente por el hecho
de ser hierofanías, por el hecho de
«mostrar» algo que ya no es ni piedra ni árbol, sino lo sagrado, lo ganz andere.
Nunca se insistirá lo
bastante sobre la paradoja que constituye toda hierofanía, incluso la más elemental. Al manifestar lo sagrado, un
objeto cualquiera se convierte en otra
cosa sin dejar de ser él mismo,
pues continúa participando del medio cósmico circundante. Una piedra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud:
desde un punto de vista profano) nada la distingue de las demás piedras. Para
quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se
transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural. En otros términos: para
aquellos que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad es
susceptible de revelarse como sacralidad cósmica. El Cosmos en su totalidad
puede convertirse en una hierofanía.
El hombre de las
sociedades arcaicas tiene tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado o en
la intimidad de los objetos consagrados. Esta tendencia es comprensible: para
los «primitivos» como para el hombre de todas las sociedades pre-modernas, lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la realidad
por excelencia. Lo sagrado está saturado de ser. Potencia sagrada quiere decir
a la vez realidad, perennidad y eficacia.
La oposición sacroprofano se traduce a menudo como una oposición entre real e irreal o pseudoreal. Entendámonos: no hay que esperar reencontrar en las lenguas arcaicas esta
terminología filosófica: real, irreal, etc.; pero la cosa está ahí. Es, pues, natural que el hombre religioso desee
profundamente ser, participar en la realidad,
saturarse de poder.
Cómo se esfuerza el hombre
religioso por mantenerse el mayor tiempo posible en un universo sagrado; cómo
se presenta su experiencia total de la vida en relación con la experiencia del
hombre privado de sentimiento religioso, del hombre que vive, o desea vivir, en
un mundo desacralizado (...)
Digamos de antemano que el mundo profano en
su totalidad, el Cosmos completamente desacralizado, es un descubrimiento
reciente del espíritu humano. No es de nuestra incumbencia el mostrar por qué
procesos históricos y a consecuencia
de qué modificaciones de comportamiento espiritual ha desacralizado el hombre moderno
su mundo y asumido una existencia
profana. Baste únicamente con dejar constancia aquí del hecho de que la
desacralización caracteriza la experiencia total del hombre no-religioso de las
sociedades modernas; del hecho de que, por consiguiente, este último se resiente
de una dificultad cada vez mayor para reencontrar las dimensiones existenciales
del hombre religioso de las sociedades arcaicas.
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