DIOS EN LA CONSCIENCIA HUMANA
Constant Chevillon
Dios es infinito,
absoluto, inefable. Él es perfectamente ininteligible, en su esencia suprema,
para todo ser creado, aunque este ser haya llegado a la más alta cima de la
espiritualidad. Los hombres todavía pueden elevarse hacia los confines de la
esfera divina, gracias a la fe, sostenida por la esperanza y el amor. Ellos se
encogen por la inteligencia y consolidan su posición de creyente por la
voluntad, Pero, si la voluntad, en su debilidad, no conoce límites para su amor,
la razón y el intelecto son impotentes para comprender las cosas y los seres en
su individualidad ella misma, impotentes para traspasar la relatividad de las
relaciones engendradas por la ciencia. Ellos no pueden sentarse en las nociones
definitivas y NE VARIETUR; el
conocimiento, como su instrumento, es un devenir. Nosotros no podremos entonces
jamás conocer a Dios, el acto puro, sino por sus cualidades y atributos, considerados
a la manera humana. En otros términos, nosotros no comprendemos a Dios, sino la
divinidad; y aquí, uno de los más grandes místicos del siglo XIII nos lo dice
sin ambages, está lejos de Dios, como la tierra lo es del cielo; nosotros
podemos añadir: como la materia lo es del espíritu. La divinidad es un concepto;
Dios es el ser y es la vida. Ninguna definición de estos dos últimos términos,
puede ser dada, porque su suma de ininteligibilidad humana resulta de una
comparación entre ellos y la nada o la muerte.
Así, cada hombre, en su
sed de saber, puede hacerse una idea, no de Dios inaccesible, sino de la
divinidad, según la forma y la potencia de su entendimiento y él adhiere a esta
noción trascendental con todas las fuerzas de su ser. La humanidad, en suma,
tiene el Dios que ella merece, el Dios de su cultura y de sus deseos, y cada
individuo, según su ascesis o su mediocridad intelectual, se forja, a cada
minuto de su existencia, un Dios a su imagen, un Dios a su medida, porque no
hay ateos, a pesar de todas las afirmaciones contrarias. Para los unos, Dios,
es la naturaleza, matriz común de todas las cosas, campo cerrado donde se
desarrollan las series fenomenales. Para otros, es la energía, alma de la masa,
generatriz del movimiento y de la resistencia. Para ellos, son los principios
universales y las leyes reguladoras del equilibrio cósmico.
Algunos ignoran estas
nociones mecánicas o dinámicas y las incorporan en una concepción más alta y
más fecunda. Para ellos, Dios no es solamente el río vital torrencial, de
bancos imprecisos, cuyas aguas, renovadas sin cesar, fluyen hacia el océano de
la muerte; no es la energía ciega, la materia inerte o la ley imponderable.
Ellos consideran las fórmulas matemáticas o cosmogónicas como la codificación
humana de la actividad creadora. Su Dios es una hipótesis principal de la que
ninguna ciencia puede dar la clave; ellos la revisten de todas las
potencialidades energéticas, intelectuales y morales esparcidas por Él, Uno, en
todas las manifestaciones diversificadas de su potencia. Él es la fuente, el
pivote, el medio y el fin. La palabra del Arbusto Ardiente resuena en su
pensamiento: “Yo soy aquel que es”. Mas ellos se inclinan sin comprender; el
contingente es una humareda frente al absoluto. Ellos sienten, en los
repliegues de su conciencia cuya naturaleza es divina, y a veces llevada sobre
las alas de una meditación en la cual las palabras no tienen ningún valor mas,
ellos ven como les es dado ver, porque según la palabra de la Escritura: hay
muchas moradas en la mansión del Padre. Mas, para los unos como para los otros,
en todo aquello se encuentra inevitablemente un antropomorfismo, al menos virtual,
necesitado por nuestras facultades representativas y expresivas, lanzando un
velo sobre la esencia intangible de Dios.
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