GURU Y
UPAGURU
René Guenon
Si se habla a menudo del papel
iniciático del Guru o del Maestro espiritual (lo cual no significa,
claro está, que quienes hablan de él lo entiendan siempre con exactitud),
hay, por el contrario, otra noción que no suele mencionarse: es la que la
tradición hindú designa con el término upaguru. Hay que entender por upaguru
todo ser, sea cual sea, cuyo encuentro es para alguien ocasión o punto de
partida de un cierto desarrollo espiritual; y, en términos generales, no hace
ninguna falta que dicho ser tenga conciencia del papel que así desempeña. Por
lo demás, si bien hemos hablado de un ser, podría tratarse igualmente de una
cosa, o incluso de una circunstancia cualquiera que provoque el mismo efecto;
lo cual viene a reiterar lo que ya hemos dicho a menudo, a saber: que
cualquier cosa puede, según los casos, actuar a este respecto como
"causa ocasional"; ni que decir tiene que ésta no es una causa en
el verdadero sentido del término, y que, en realidad, la verdadera causa se
halla en la naturaleza misma de aquél sobre quien se ejerce dicha acción,
como muestra el hecho que lo que tal efecto tiene sobre él puede muy bien no
tener ninguno sobre otro individuo.
Añadamos que los upagurus, así
entendidos, pueden, naturalmente, ser múltiples en el transcurso de un mismo
desarrollo espiritual, puesto que cada uno de ellos tiene tan sólo un papel
transitorio y no puede actuar con eficacia más que en un momento determinado,
fuera del cual su intervención no tendría más importancia que la que tienen
la mayoría de cosas que se presentan ante nosotros a cada instante, y que
consideramos como más o menos indiferentes. La denominación de upaguru
indica que éste no tiene más que un papel accesorio y subordinado, que, en el
fondo, podría considerarse como el de un auxiliar del verdadero Guru;
en efecto, éste debe saber utilizar todas las circunstancias favorables al
desarrollo de sus discípulos, de acuerdo con las posibilidades y aptitudes
particulares de cada uno de ellos; e incluso, si se trata verdaderamente de
un Maestro espiritual en el sentido más completo de la palabra, puede a veces
provocar él mismo la manifestación de dichas circunstancias en el momento
deseado. Podríamos, pues, decir que, en cierto sentido, no se trata sino de
"prolongaciones" del Guru, del mismo modo que los
instrumentos y medios diversos empleados por un ser para ejercer su acción
son otras tantas prolongaciones del mismo; en consecuencia, resulta evidente
que el papel propio del Guru no queda en modo alguno disminuido por la
aparición de esas circunstancias; antes bien, él encuentra en ellas la
posibilidad de ejercer su función de modo más completo y mejor adaptado a la
naturaleza de cada discípulo, puesto que la diversidad indefinida de las
circunstancias contingentes permite siempre encontrar en ellas alguna
correspondencia con la de las naturalezas individuales.
Se aplica lo que
acabamos de decir al caso que puede considerarse como normal, o que, por lo
menos, debiera serlo por lo que hace referencia al proceso iniciático, esto
es, al caso en que se cuenta con la presencia efectiva de un Guru
humano; antes de pasar a consideraciones de otro orden que son igualmente de
aplicación a los casos más o menos excepcionales que pueden existir, de
hecho, al margen del normal, conviene hacer otra observación. Cuando la
iniciación propiamente dicha es conferida por alguien que no posee las
cualificaciones requeridas para desempeñar las funciones de un Maestro
espiritual y que, en consecuencia, actúa únicamente como
"transmisor" de la influencia ligada al rito que realiza, tal
iniciador puede también ser asimilado propiamente a un upaguru, que
tiene, por otra parte, en cuanto tal, una importancia particular, en cierto
modo única en su género, ya que es su intervención la que determina realmente
el "segundo nacimiento", y ello incluso si la iniciación está
destinada a ser sólo virtual. Este caso es también el único en el que el upaguru
ha de tener necesariamente conciencia de su papel, por lo menos hasta cierto
punto; añadimos esta restricción porque, cuando se trata de organizaciones
iniciáticas más o menos degeneradas o disminuidas, puede ocurrir que el
iniciador ignore la verdadera naturaleza de aquello que transmite, e incluso
que no tenga idea de la eficacia inherente a los ritos; lo cual, como ya
hemos tenido ocasión de explicar, no priva en absoluto de validez a dichos
ritos, siempre que sean realizados de modo regular y bajo las condiciones
deseadas. Se comprende, sin embargo, que, en ausencia de un Guru, es
muy probable que la iniciación así recibida no llegue nunca a ser efectiva,
salvo en algunos casos excepcionales de los que hablaremos quizá en otra
ocasión; baste por el momento decir que, si bien no hay ahí, teóricamente,
imposibilidad absoluta, se trata de algo tan insólito como lo es la
vinculación iniciática obtenida al margen de los medios ordinarios; así que,
en definitiva, es poco útil tomarlo en consideración cuando uno quiere
limitarse a aquello que es susceptible de la aplicación más general. Dicho
esto, volvamos a considerar los upagurus en general; nos resta
precisar un significado más profundo que el que hemos indicado hasta ahora,
ya que el mismo Guru humano no es, en el fondo, sino la representación
exteriorizada y como "materializada" del verdadero "Guru
interior"; su necesidad deriva del hecho que el iniciado, en tanto no ha
alcanzado un cierto grado de desarrollo espiritual, es incapaz de entrar
directamente en comunicación consciente con el "Guru
interior".
Haya o no un Guru humano, el Guru interior se
halla siempre presente, en todos los casos, pues él y el "Sí mismo"
son una misma cosa; y, en definitiva, éste es el punto de vista que hay que
adoptar si se quiere comprender plenamente las realidades iniciáticas; por lo
demás, desde este punto de vista, no hay ya excepciones como las
anteriormente aludidas, sino sólo modalidades diversas según las cuales se
ejerce la acción de ese Guru interior. Como el Guru humano,
pero en menor grado y, por así decirlo, de forma más "parcial", los
upagurus son manifestaciones del Guru interior; son, podríamos
decir, las apariencias que reviste para comunicarse, en la medida de lo
posible, con el ser que aún no puede ponerse en relación directa con él, de
modo que la comunicación no puede efectuarse más que por medio de esos
"soportes" externos. Ello permite entender, por ejemplo, por qué se
dice que el anciano, el enfermo, el cadáver y el monje que el futuro Buda vió
sucesivamente eran formas tomadas por los Devas que querían dirigirle
hacia la iluminación: esos Devas no son aquí más que aspectos del Guru
interior: no hay que pensar necesariamente que se tratara sólo de meras
"apariciones", si bien éstas serían igualmente posibles en algunos
casos. La realidad individual del ser que desempeña el papel de upaguru
no se ve en modo alguno afectada ni destruida por ello; si se desvanece en
cierto modo ante la realidad de orden superior a la que sirve de
"soporte" ocasional y momentáneo, ello ocurre sólo para aquél a
quien está destinado especialmente el "mensaje" cuyo portador es,
consciente o, las más de las veces, inconscientemente, el upaguru.
Para prevenir cualquier error, añadiremos que hay que guardarse mucho de
interpretar lo que acabamos de decir como queriendo indicar que las
manifestaciones del Guru interior constituyen sólo algo
"subjetivo"; esto no es, en absoluto, lo que hemos querido decir;
y, desde nuestro punto de vista, la "subjetividad" no es sino la
más vana de las ilusiones. La realidad superior de la que hablamos se sitúa
mucho más allá del dominio "psicológico", en un terreno en que lo
"subjetivo" deja de tener sentido; algunos podrán incluso pensar
que esta afirmación es demasiado evidente para que haya que insistir en ella,
pero conocemos demasiado bien la mentalidad que comparten la mayoría de
nuestros contemporáneos para no saber que semejantes precisiones distan mucho
de ser superfluas: ¿acaso no hemos visto gente que, cuando se trata del
"Maestro espiritual", llegan a traducir la expresión por
"director de conciencia"?
Cap.
XX de Initiation et Réalisation Spirituelle.
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