DE LA MUERTE DE DIOS SOBRE LA CRUZ
Jean - Baptiste Willermoz
Sí, sin duda, Dios es
impasible, y nada en la naturaleza divina puede sufrir ni morir; sería una gran
blasfemia atreverse a decir lo contrario. Esta es la razón por la que los
oradores cristianos se entregan en el púlpito de la verdad aun celo excesivo, a
expresiones impropias que les parece dar más energía a sus pensamientos,
exclamando a menudo: “Dios murió por los hombres”, faltan a su objetivo
esencial, ya que no deben esperar convencer a sus oyentes cuando pretenden
hacerles creer lo imposible. Porque en Jesús-Cristo, que reúne en su persona y
de una manera eternamente inseparable, la naturaleza divina y la naturaleza
humana en su más alto grado de perfección, el hombre puro solo sufre y muere; y
con su inteligencia humana, cuando ella abandona su cuerpo, afluye la esencia
divina que le está indivisiblemente unida.
El Poder del Verbo de
Dios que reside en toda su plenitud en su santa humanidad vela por ella, la sostiene
en sus luchas frecuentes y mortales, multiplica sus fuerzas, fortalece su voluntad,
su sumisión, su perfecta resignación hasta la consumación de su sacrificio
expiatorio, y le asegura el triunfo sobre todos los poderes del infierno desencadenados
contra él, dándole todos los honores de la victoria; y como recompensa del buen
uso que hizo de sus propios medios y del poder que se le dio, lo resucitó de la
tumba, lo glorificó, lo divinizo, lo subió a lo alto de los cielos y le hizo
sentarse con él sobre uno de los tronos eternos, y donde confundiéndose, por
así decir con él, le establece como Soberano Juez de los vivos y de los
muertos, y como el Dios eternamente visible a los ángeles y a los hombres
santificados que él reconoce como sus hermanos.
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