JESÚS ENTRE LOS DOCTORES
Robert Ambelain
«A
los cinco años se alcanza la edad requerida para estudiar las Escrituras; a los
diez para estudiar la Michna; a los trece para observar los Mandamientos...»
TALMUD,
tratado Aboth, V, 24
Hemos visto que los padres de Jesús, José y María, no se habían
preocupado de él durante toda una jornada de viaje, por un camino peligroso, al
regreso de la Pascua de Jerusalén, y que al fin, cuando se dieron cuenta de su
desaparición, regresaron a Jerusalén y, al cabo de tres días de búsqueda
inútil, lo encontraron «en el Templo, sentado en medio de los doctores,
escuchándoles y haciéndoles preguntas. Cuantos le oían quedaban estupefactos de
su inteligencia y de sus respuestas» (Lucas, 2, 46-47).
El texto es bastante claro. Jesús hace preguntas a los
doctores de la ley, éstos le responden, él les escucha. Ellos le preguntan a su
vez, y él les responde inteligentemente. Estamos asistiendo aquí a una vulgar
sesión de catecismo judaico. De esta escena tan sencilla, común a todos los
pequeños judíos, como veremos en seguida, se nos ha querido hacer, una vez más,
un episodio sublime. Y este hecho se ha convertido, tanto en los pintores como
en los «historiadores sagrados», en un lugar común bien conocido de todos:
Jesús enseñando a los doctores de la Ley.
¿Cómo imaginar que los doctores de la Ley, versados todos ellos, sin
excepción, en las sutilidades de las exégesis de la Torá y del Talmud, e
incluso en el caso de algunos de ellos, en los misteriosos arcanos de la
Cabala, cómo admitir que esos hombres se hubieran rebajado a nivel de
catecúmenos para instruirse humildemente de un chiquillo de doce años. Porque,
según Lucas (2, 42), Jesús, en ese episodio, contaba sólo doce años de edad.
Pues bien, es precisamente esta última precisión la que nos permite
situar la naturaleza exacta de dicho episodio, que en el curso de los siglos se
convertiría en una importantísima ceremonia ritual: la Bar Mitzva.
En el judaismo, cuando un hombre alcanza, a los trece años, la mayoría de
edad religiosa, adquiere, por ese mismo hecho, la mayoría de edad jurídica y el
pleno estatuto de hombre. Sus transacciones comerciales de toda naturaleza son
jurídicamente válidas, y tanto su noviazgo como su matrimonio son asimismo
válidos. Se hace responsable de todos sus actos, infracciones, y transgresiones
de la ley, y, por ello mismo, es merecedor también de todas las sanciones
prescritas por la citada ley.
A partir de esa edad es considerado como un judío adulto, y tiene la
obligación de observar todos los preceptos positivos, así como de no
transgredir los mandamientos negativos. Se le cuenta, además, como miembro del
quorum necesario para que pueda celebrarse el oficio público, y está
cualificado para que se le pueda invitar a leer la Torá en la sinagoga local.
La manifestación más importante asociada a la Bar Mitzva es indiscutiblemente
el hecho de llevar, a partir de entonces, las filacterias rituales para las
oraciones de la mañana de cada día laborable, mientras que antes se estaba
dispensado de ello.
Antaño no existía ceremonia alguna para el acceso a la mayoría de edad
religiosa y civil. Más tarde, en una época que es imposible determinar con
exactitud, se constituyó un conjunto de formas rituales. Pero es probable que
en Jerusalén, en los tiempos de Jesús, no se practicara para tal fin sino un
simple examen, ante los doctores de la ley, que tenía como objeto verificar si
el nuevo fiel estaba capacitado para asumir todas sus nuevas responsabilidades
en el marco de la ley religiosa, que regía asimismo la vida civil en Israel.
Fue más adelante cuando se empezó a celebrar la Bar Mitzva como una
solemne fiesta familiar. El día del sabbat de la semana en el curso de la cual
el muchacho cumplía los trece años, era llamado al oficio de la mañana a la
sinagoga para la lectura de la ley, y se le daba a leer la sección de Maftir de
la Torá, así como el pasaje de los profetas, todo ello acompañado de
bendiciones iniciales y terminales. La convocatoria para la lectura de la Torá,
el hecho de cantar el himno llamado Haftarah, constituían una especie de
ceremonia pública de iniciación a la comunidad religiosa. Primitivamente era el
padre del Bar Mitzva quien pronunciaba, mientras leía su pasaje de la Torá, una
bendición especial en la cual daba gracias a Dios por haberle descargado de la
responsabilidad que él tenía hasta entonces sobre la conducta de su hijo. El
joven Bar Mitzva, a su vez, pronunciaba un corto discurso de forma religiosa en
la sinagoga o durante la comida familiar que celebraba este acontecimiento.
Así pues, aquello que fue pomposamente titulado «Jesús enseñando a los
doctores de la Ley» se limita, sencilla y humildemente, a su examen de mayoría
de edad religiosa y civil. Y casi con toda probabilidad fue debido al hecho de
su mayoría de edad irrevocable, por lo que José y María, muy ocupados con sus
otros hijos más pequeños, se pusieron en camino de regreso sin preocuparse por
su hijo mayor, que legalmente ya estaba emancipado.
Pero, una vez más, esto indica el poco caso que hacían de las revelaciones
del ángel Gabriel en lo que a su hijo primogénito se refería.
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