El Hombre, un ser ternario - Ibn Idris Ibrahim (Ignacio Sánchez)


“EL HOMBRE, UN SER TERNARIO”

Ibn Idris Ibrahim

(Ignacio Sánchez)

El siguiente escrito es una síntesis del Capítulo XIII, de la obra “La Manzana de la Discordia”, del I:. y P:. H:. Albanashar Al-Walÿ (Fermín Vale Amesti)

            Tal como lo es el universo, el hombre es un ser ternario que comprende un mundo espiritual, un mundo psíquico y un mundo material. En el hombre, el ternario o triada superior está integrada por los tres principios que forman la individualidad imperecedera (espiritual), perenne e indestructible. Esos tres principios son: 1) El yo superior o yo verdadero, (el Ser) el Atma o el reflejo de espíritu universal; 2) El intelecto o la razón pura (intelectus), la facultad o potencia cognoscitiva espiritual, el conocimiento intelectual puro, trascendente y metafísico, simultáneamente conceptual, discursivo, deductivo e intuitivo, y; 3) El manas de la tradición hindú; la facultad mental que hace del hombre un ser inteligente y moral y le distingue del simple bruto.


            
En el simbolismo Masónico, por parte de la enseñanza heredada de la escuela pitagórica, el teorema 47 de Pitágoras establece que: “en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los otros lados del triángulo”. Dicho teorema de la clave de la relación entre las tres partes principales del hombre: espíritu (3), alma (5) y cuerpo (4). Ternario que la tradición hermética distingue con los términos de azufre, mercurio y sal; “los Tres Principios que constituyen la substancia próxima de los seres y de las cosas”. “Son necesarias dos magnitudes para determinar la tercera”.

            El proceso iniciático con su trabajo interior (íntimo) permite al hombre calificado para esa vía, lograr la unificación o alineación de todos los elementos del ser, a fin de que se opere el “descenso” de la influencia espiritual en “El Centro del Centro”, y la Divina Presencia habite en el templo interior no hecho con las manos…


Teorema de Pitágoras


            La palabra Shekinah no sólo significa “la gloria” que permanece suspendida sobre el arca en el Santo de los Santos como reflejo del Absoluto (Zeir Anpin), como “velo” de ain soph, es también; “la Gracia divina”, la luz primordial, Luz eterna en el mundo del espíritu, la substancia primordial emanada por la Luz infinita. Shekinah implica igualmente la significación de tranquilidad, calma, reposo e inmovilidad. Bajo la forma de sakam, significa morar, habitar, residir. La palabra hebrea Shekinah deriva de shakan, correspondiente al vocablo Sakah. Dios es llamado también shokhen ad por los hebreos y quiere decir: “el que habita en la eternidad”. Y bajo su aspecto Inmanente es Shekinah.

            Mateo, 18: 20, dice: “Porque donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos”.

            Cuando el Hombre, consciente de sus capacidades, moniza, afina e unifica los tres principios que forman su individualidad imperecedera: espíritu, alma y cuerpo, realiza la gran obra de religar la consciencia individual con lo divino o universal. Vale decir, logra un “segundo nacimiento” mediante el cual conquista la cualidad y condición del “Hijo de Dios”.

            El “Nuevo Nacimiento”, el cambio de consciencia carnal (de hombre animal) en consciencia espiritual (pneumática) a través del “engendrante” y vivificante poder de la palabra de verdad, abarca el hombre entero: espíritu, alma y cuerpo, convirtiéndolo en una “nueva criatura” que tiene su mente en el ser, y su cuerpo “como el cuerpo de su gloria”. La “obliteración” de la consciencia personal, producto del nuevo nacimiento, conduce al “afinamiento” de la consciencia Individual que es universal y divina. “Y me dijo: escribe; porque estas doctrinas arcanas son fieles y verdaderas” (Cf. Apocalipsis, 21: 4 y 5).

            “El Reino de los cielos está dentro de vosotros”, dice Lucas, 17: 21. Quienes no viven sino afuera, al exterior de ellos mismos se extravían en las tinieblas de la ilusión. “Más el que anduviere de noche, tropieza, porque no ha luz en él” (Juan, 11: 10). El conocimiento de sí – mismo es la finalidad del hombre sobre la tierra. “Quien se conoce a sí – mismo (nafsahu), conoce a su señor (Al – Huwiyah)”, la ipseidad, según la expresión sufí.


            Para que el hombre nazca a su propia luz; para que el lucero resplandeciente de la mañana “salga de su corazón” (para que el maestro íntimo se manifieste como “la verdadera luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo), hay que reencontrarse por medio del recogimiento: reconcentrarse y escuchar la voz interior que instruye al discípulo en la medida de su capacidad. “Aquiétate y conoce que yo soy Dios”.

            Es allí adentro donde se encuentra el Sol eterno espiritual, el Sol verdadero cuya luz hace desaparecer todas las sombras y fantasmagoría, todas las ilusiones de los sentidos y todas las banales figuraciones de la mente inferior… Es allí, dentro de sí – mismo, en contacto con la “tierra incógnita”, donde el peregrino toma consciencia de la unicidad de sus tres aspectos, los tres principios que forman su yo verdadero.

            Entonces, convertido en hombre nuevo y exaltado por la ascensión y el contacto con la dimensión divina, exclamará con perplejidad y temor reverencial: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” Y comprenderá que el trabajo de reunir dos o tres en su nombre, no es un trabajo en vano… “Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque uno recibirá su recompensa conforme a su labor” (1 – Corintios, 3: 8).

            Cuando el “yo falso” desaparece “diluido” en el Yo superior, el trabajo (opus) está concluido. El hombre ha cumplido su misión…: volver a religarse con la realidad…

NOTA


Profundamente agradecido en lo más intimo de mi corazón, dedico mis palabras y mis mayores pensamientos a Fermín Vale Amesti y  a su discípulo más insigne: Joël Pozarnik. Fuentes únicas de inspiración hacia lo excelso y lo trascendente. Que la Luz que nunca se extingue, brille para ellos eternamente.


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