La Purificación del Templo - Antonio Piñero

LA PURIFICACIÓN DEL TEMPLO

Antonio Piñero

Jesús como judío practicante de su religión. La "purificación del Templo". Prenotandos para el tema “La divinización de Jesús”

Continuamos hoy con la interpretación de la llamada “purificación del Templo”.  Lo que quiere transmitir Jesús con su acción violenta es que el Templo es, ante todo, una casa de oración, y que el comercio, aun necesario para el sustento y funcionamiento, debía realizarse de la manera más acomodada posible a su santidad. El comportamiento de Jesús es ciertamente exaltado, pero es sensiblemente igual al de otros tipos proféticos de otras épocas y de la suya propia: las quejas contra el funcionamiento del templo eran normales, incluso las de tono terrible que avisaban (como Jesús de Nazaret) de que el castigo divino por el incumplimiento podría ser incluso la destrucción física y total del Santuario. Cuenta Flavio Josefo en su Guerra de los judíos, VI 300-309 que un campesino, llamado Jesús ben Ananías, profetizó la caída del Templo y de Jerusalén poco antes del inicio de la Gran Revuelta judía contra los romanos (que concluyó efectivamente con la destrucción del Templo y de la ciudad) durante varios días en torno al año 66 D.C.



Fue azotado repetidas veces por la autoridad romana en castigo por perturbar el orden público, pero él - sin arredrarse en absoluto- siguió con su misma predica amenazante, cuando fue finalmente puesto en libertad.  Por tanto, con la “purificación” del Templo Jesús denunció el hecho de que el lugar más sagrado del Judaísmo se utilizaba incorrectamente, pero -y esto es lo importante- no rechazó el Santuario como centro de culto. De acuerdo con su religión Jesús siguió acudiendo cada día a enseñar allí y, después de su muerte, también sus discípulos lo hicieron durante un cierto tiempo. Esto casa muy mal con la interpretación confesional que postula que Jesús había afirmado que la función del Templo había caducado con su venida. Dos interpretaciones generales se han propuesto ha propuesto a propósito de esta acción violenta de Jesús:  

* La denuncia de Jesús fue ante todo simbólica: el Nazareno estaba en el fondo de acuerdo en que el Templo necesitaba para su utilización y correcto funcionamiento tanto el cambio de monedas como el tráfico de mercancías, en concreto la venta de animales para el sacrificio. Pero a sabiendas de que esto era así, su intento de “purificación” era ante todo una acción profética simbólica para dejar en claro que en el Reino divino futuro pero inminente, Dios instauraría un Templo especial en el que o bien estas acciones –sobre todo cambio de monedas- no fueran necesarias, o bien los indispensables preparativos para los sacrificios se realizarían con tal pureza y perfección que el Templo y todo su recinto quedaría totalmente dedicado al culto más perfecto. Tanto habría de ser así que probablemente sería necesario el derribo del Templo material tal como estaba y la construcción milagrosa por parte de Dios (“sin manos humanas”) de otro templo perfecto, según las indicaciones divinas que ya habían sido hecho públicas por el profeta Ezequiel (capítulos 40-45). 
                              

* Jesús participaba de la opinión común de las gentes sencillas de que el Templo estaba regido por unos sacerdotes corruptos, pertenecientes todos al partido saduceo, colaboracionistas con los invasores romanos, amantes del dinero, etc., y cargó contra ellos en lo que más les dolía: el pingüe negocio montado en torno al Santuario que les proporcionaba grandes beneficios económicos. 

La acción se enmarcaría entonces en el marco del arrepentimiento necesario para la venida del Reino de Dios. La acción violenta –también profética- debía suscitar un movimiento de conversión hacia una actitud más pura. El Templo era como el gran espejo que reflejara este cambio de actitud. Ello significaba –una entre otras acciones, pero importante por la trascendencia del Santuario- como una invitación a la divinidad para que acelerara la implantación de su Reino sobre la tierra.  Ambas interpretaciones de la acción de Jesús son posibles y no se excluyen mutuamente. La segunda incluiría también el derribo del Templo actual si no se producía –como era previsible- el necesario arrepentimiento de los sacerdotes dirigentes. 


Todo el conjunto nos pinta a un Jesús que se sitúa muy bien dentro del marco de los grandes profetas de Israel, que con sus acciones más o menos simbólicas instaban al pueblo a prepararse para la venida del “día del Señor”. Jesús, por tanto, aparece como un hombre, uno más, -el último, el de los tiempos finales, para sus seguidores- de esas fuertes personalidades proféticas.


Comentarios