El Hombre, recipiente y portador del Espíritu - Ignacio Sánchez

 EL HOMBRE, RECIPIENTE Y PORTADOR DEL ESPÍRITU

Ignacio Sánchez



 Síntesis del Capítulo X, de la obra “La Manzana de la Discordia”, del I:. y P:. H:. Fermín Vale Amesti (Albanashar Al-Walÿ).

            Las ideas y tendencias religiosas son innatas en el ser humano; ellas se encuentran enraizadas en lo más profundo del alma; razón por la cual se manifiestan en todos los pueblos de la Tierra, por más disímiles que éstos sean en cuanto a cultura, civilización, raza, etc. Esa tendencia, aspiración, certeza indefinida, noción directa y difusa que podríamos llamar la “evidencia ontológica”, es algo que nos viene de Dios; es la verdad que nos trasciende; es la facultad cognoscitiva del alma.

            La religiosidad, es decir, los imperativos de la psique humana por dar expresión sensible o exteriorización a la idea de lo divino, es algo que interesa entrañablemente al hombre y que lo alienta a buscar la expresión de esa tendencia no aprendida sino heredada; una condición básica de la propia psique, connatural, sembrada por Dios mismo en la naturaleza del Hombre Primordial.

            Representa lo que Mateo (13: 32) transcribe como: “El Grano de Mostaza, la más pequeña de las simientes, cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas, y hace su árbol, que vienen las aves del Cielo y hacen nidos en sus ramas”.


         


            Ese principio esencial es al que se refiere Juan (1: 1 al 51), y que en el Kena – Upanishad, 1er. Kanda, shrutis 5 al 9, define en los siguientes términos: “Es por quien todo es manifestado y que el mismo no es manifestado por nada”. Él es el sol eterno espiritual que en su aspecto microcósmico brilla al centro del Ser total. Corresponde a la ciudad misteriosa llamada “Luz”, la “Ciudad Azur Safir”, donde El Ángel de la Muerte “no puede penetrar ni tiene sobre ella ningún poder…”. Es el “núcleo de inmortalidad” o “morada de inmortalidad” en el ser humano.

Interiorízate en tu yo, hermano, busca de verdad la hora silenciosa. Comprende que tu yo es de la misma substancia que la verdad, la substancia de la Divinidad...” Abhaya Chaintanga (Conocimiento intrépido).

            Lo que realmente es de suprema importancia para el hombre, es desarrollar ese impulso primordial que existe ya en lo más íntimo de su corazón, e iniciar el camino, la ruta interior, donde aquello que llamamos Dios está allí esperando que el hombre realice su unión, yendo de la percepción a la realización, de lo que siente a lo que es…

He aquí que yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis, 3: 20).

Emite tu propia Luz! Busca tu propia Verdad!, ellas te guiarán y conducirán hasta el monte santo y a su tabernáculo” (Salmos, 42: 3 . Protest., 43: 3).

            El Dios inmanente (Emmanuel) nos susurra al oído interior: “¡Apela a la luz, a la verdad que late en ti!, ¡la verdad y la luz están en ti! ¡Invenia ocultum lapidae! (Busca la piedra oculta) ¡Brilla con Luz propia!” (emitem lucen tuam…), porque “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, más tendrá la lumbre de la vida” (Juan, 8: 12).

                                      


            Tanto aquí en Occidente como en Oriente, las tradiciones sagradas están acordes en afirmar la misma verdad que pregona la posibilidad que tiene el hombre de tomar contacto íntimo con su esencia imponderable. Como lo afirman, por ejemplo, los iluminados Rishis que escribieron:

Vosotros, hijos de la Inmortalidad, sabed que se ha encontrado El Camino; existe un Sendero fuera de las tinieblas, que consiste en percibir a Aquel que se halla más allá de las brumas, y no existe otro camino… No existe otro camino…” (Yajur Veda: Brihadaranayaka – Upanishad).

            En consecuencia, la motivación, la intención y la tarea fundamental que se nos presenta a los seres que hoy poblamos la Tierra, es la de alcanzar el estado de consciencia que nos permita vivenciar la verdad que desde el fondo de las edades nos ha sido transmitida: “Dios está en ti… busca y serás encontrado…”, “cuando hayas eliminado lo que no es él, las cosas aparecerán tal como son…”, “conocerás la verdad y la verdad os hará libre…”, etcétera.

            Levantar el velo de Isis es convertirse en inmortal, porque el hombre que logra levantarlo, “ve el milagro de los milagros: Él mismo…!”. Isis “vela” y revela al mismo tiempo. Corresponde al adepto penetrar el velo y “tamizar” la luz para hacerla perceptible y acceder al conocimiento trascendente.

            La falta del conocimiento verdadero mantiene a la mente en un estado de enceguecimiento, de obscuridad, de ignorancia de la verdad. Es un obstáculo que no permite percibir la verdadera luz: “La Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”. Esa falta de conocimiento es un imperfección que impide “oír la voz del íntimo”; “El que es de Dios, las palabras de Dios oye” (Juan. 8: 47). “Mis ovejas, mi voz, y yo las conozco, y me siguen”. Y yo doy vida eterna” (Juan, 10: 27 y 28).
           
            “Buscad a Dios y vivirá vuestro corazón” (Salmos, 69: 32). “Despiértate, tú que duermes y levántate de los muertos y te alumbrará Cristo…” (Efesios, 4: 14). “Ya es hora de levantarnos del sueño. La noche ha pasado y ha llegado el día: echemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz” (Romanos, 13; 11 y 12) “¡No desperdiciemos a Aquel que nos “ha sellado y dado la prenda del Espíritu en nuestros Corazones!”.

¡Sursum Corda! (elevemos nuestro corazón…).


            Fraternalmente.

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