BELÉN Y NAZARET
Bernardo de Claraval
Comenzaremos
con Belén, que significa casa del pan, sustento de las almas santas; en la que
primeramente este pan vivo que descendió del cielo se hizo visible después de
que la Virgen le diera luz al mundo. Allí se muestra el pesebre que sirvió a
los piadosos animales, y en este pesebre lo feo que fue producido en el prado
virginal, a fin de que, cuando menos por este medio, reconozca el buey a su
Dueño, y el asno el pesebre su señor. En efecto, toda carne es feo y toda su Gloria es como la flor del feo.
Pero
porque, no comprendiendo el hombre el honor en que fuera creado, fue justamente
comparado a los animales irracionales y hecho semejante a ellos, el Verbo, que
era pan de los ángeles, se hizo manjar de los animales, para que quien dejara
de nutrirse del pan del Verbo tuviera el feo de la carne para comerlo hasta
que, devuelto a su primera dignidad por el Dios hecho hombre y cambiado, por
segunda vez, de bestia en hombre, pudiera decir con San Pablo: Aunque hemos
conocido a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Pero no creo
que alguien pueda afirmar verdaderamente a no ser que, como Pedro, escuchara de
boca de la Verdad: Las palabras que os digo son espíritu y vida y la carne no
sirve de nada. Verdaderamente, el que haya encontrado la vida en las palabras
de Cristo no precisa ya de la carne y seguramente del número de bienaventurados
que no vieron y creyeron.
Tampoco
tiene más necesidad de leche que los niños, y sólo las bestias necesitan el
feo. Pero el que no peca por la boca es un varón perfecto, capaz de nutrirse
con un alimento más sólido y come el pan del Verbo sin ofensa, aunque con el
sudor de su frente. Predica también con seguridad y sin escándalo la sabiduría
de Dios, pero sólo los perfectos, distribuyendo las cosas espirituales a los
espirituales y no proponiendo a Jesús, a Jesús crucificado, a los niños y a las
bestias sino con mucha precaución y según sus capacidades. Con todo ello, no es
más que un mismo manjar lo que, habiendo venido de los pastos celestiales,
rumia la bestia, y come el hombre con suavidad; lo que nutre a los párvulos y
fortifica a los adultos.
Veamos
ahora Nazaret, que significa flor, donde el Dios niño que naciera en Belén fue
creciendo como un fruto en la flor para que el olor de esta flor precediese al
sabor del paladar y su santo licor pasase de la nariz de los profetas a las
bocas de los apóstoles; lo cual, contentándose los judíos con sentir su
fragancia muy ligeramente, se sacia por entero a los cristianos con las
excelencias de su gusto.
De
hecho, Natanael percibiera que el olor de esta flor era mil veces más suave que
los más excelentes aromas, lo que le hacía decir: ¿Es posible que de Nazaret
pueda venir cosa buena? Pero insatisfecho con sentir sólo el perfume, siguió a
Felipe que le respondiera: Ven y lo verás. De manera que, embriagado de este
perfume maravillosamente agradable y por el atractivo, apasionado por el sabor,
buscó, siendo ella misma su guía, llegar cuanto antes al gozo del fruto,
deseando experimentar con más abundancia lo que no sintiera sino de paso y
gustar en persona lo que en otro tiempo no había olido más que
superficialmente. Veamos aún si el buen olfato de Isaac no nos quiso vaticinar
algo semejante después de sentir la fragancia de los vestidos de Jacob.
La
Escritura lo narra así: En cuanto percibió el aroma de su traje (de Jacob sin
duda), Fijaos, exclamó, el aroma de mi hijo es como el de un campo fértil
bendecido por el Señor. Sintió la fragancia del vestido, pero no reconoció a la
persona que lo llevaba y, complaciéndose en la fragancia que salía de este
vestido, como si fuera de una flor muy olorosa, no saboreó la dulzura del fruto
interior al quedar privado a un tiempo del conocimiento del misterio y de su
hijo adoptivo. ¿Qué significado tiene esto? El vestido del espíritu es la letra
y la carne del Verbo. Los judíos no conocen aún ahora el Verbo en la carne ni
la divinidad en el hombre, ni pudieron hasta el presente descubrir el sentido
espiritual que está encerrado bajo el velo de la letra. Y, palpando por el
exterior el pellejo del cabrito que les pareció lo del Hijo mayor, es decir,
del primer y antiguo pecador, no pudieron llegar aún al conocimiento de la
verdad desnuda. Ciertamente, aquel que venía al mundo para deshacer el pecado,
y no para cometerlo, no se hizo visible en la carne de pecado; para que, como
Él mismo ha explicado, aquellos que no ven, vean, y los que ven, caigan en la
ceguera. Engañado el profeta por esta similitud y estando ciego aún hoy en día,
da su bendición a aquel que no conoce cuando no reconoce por los milagros a lo
que las Escrituras Santas les descubren; y, tocándolo con sus propias manos,
atándolo, azotándolo, y abofeteándolo, permanece en la ignorancia aun cuando
haya resucitado. En efecto, si lo hubieran conocido, no habrían crucificado
jamás al Señor de la Gloria…
Pero
discurramos ahora brevemente por los demás lugares santos y, ya que no podemos
visitarlos todos, visitemos algunos, hablando sucintamente de los más
considerables e insignes, puesto que no estamos en disposición de admirarlos a
cada uno en particular.
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