Las virtudes ocultas de las cosas - Cornelio Agrippa

LAS VIRTUDES OCULTAS DE LAS COSAS

Cornelio Agrippa

Existen otras virtudes en las cosas, que no pertenecen a Elemento alguno, como la de impedir el efecto del vino, alejar el ántrax, forjar el hierro, o alguna otra; y esa virtud es la consecuencia de la especie o de la forma de las cosas, lo que hace que de una pequeña cantidad no sobre-venga un pequeño efecto, lo cual no se halla en la cualidad de un Elemento; pues estas virtudes, al ser muy formales, pueden producir grandes efectos con la menor materia; por el contrario, la cualidad elemental para actuar en gran medida necesita mucha materia. Las Propiedades Ocultas se llaman así porque sus causas no se manifiestan y porque el espíritu humano no las puede penetrar: he aquí por qué sólo los filósofos, por larga experiencia más razón natural pudieron adquirir una parte del conocimiento, pues así como las carnes se digieren en nuestro estómago, por el calor que conocemos, de igual manera se transforman por cierta virtud oculta que ignoramos, no por el calor, porque así se transformarían más rápido en el fuego que en el estómago. Lo mismo ocurre con las cosas de cualidades elementales que conocemos, y de ciertas virtudes que les son naturales y nacen con ellas, que admiramos, y de las que nos asombramos de no poseer el conocimiento o de no haberlas visto, como es el ejemplo del ave Fénix, que renace de sí misma, como dice Ovidio: "Hay un ave que los asirios llaman Fénix, que renace de si misma...". Y agrega: "Los egipcios se reúnen para ver con admiración la cosa maravillosa, y muestran al punto su regocijo ante esta ave única".


Matreo recibe extrema admiración de griegos y romanos al decir que apacentaba a una bestia salvaje que se devoraba a sí misma, y hasta hoy hay gente que desea saber cuál era la bestia de Matreo. Nadie dejaría de asombrarse de que existen peces bajo tierra, de los que han hecho mención Aristóteles, Teofrasto y el historiador Polibio, y de que Pausanias nos habló de ciertas piedras que cantan; por tanto, estas son operaciones de las virtudes ocultas. Así ocurre que el avestruz para nada daña su estómago con un hierro caliente, digiere un hierro frío y hasta el más duro, para nutrir su cuerpo. Asimismo, el pececillo llamado Echeneis detiene de tal manera la impetuosidad de los vientos, y doma la furia del mar, por más fuertes y violentas que sean las tempestades, y cualquiera sea la cantidad de velas de que se sirvan los navíos, mientras que por poco que las toque, las detiene y las hace rezagarse de manera que quedan sin movimiento. De igual modo, las salamandras y las bestezuelas llamadas Pyraustae viven en el fuego, y aunque parezca que se consumen, nada les impide conservarse. 


También hay cierta resina, con la que dicen que las amazonas frotaban sus armas, que las preservaba de ser dañadas o perjudicadas por el hierro o el fuego; se sabe que Alejandro el Grande frotó con esa resina las puertas caspianas, que eran de bronce. Incluso está escrito que el arca de Noé, construida hace miles de años y que aún dura sobre las montañas de Armenia, estaba compuesta por esta resina. Hay una cantidad de otras maravillas de esta clase, casi increíbles, conocidas sin embargo por la experiencia misma: así las historias antiguas hacen mención de los sátiros, animales con figura mitad hombre y mitad bestia, pero dotados de raciocinio, de los que san Jerónimo dice que uno de ellos habló a san Antonio, el ermitaño, condenando en sí mismo el error de los gentiles de adorar a los animales, y rogándole que rezara a Dios por él; y asegura que, en otra ocasión, apareció en público uno de ellos, siendo al punto remitido a Constantino.

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