ORIENTE Y OCCIDENTE
René Guenón
El
Occidente da actualmente signos manifiestos de desequilibrio; y ello debía
llegar fatalmente, al término del desarrollo de una civilización puramente
material, verdadera monstruosidad de la cual la historia no nos ofrece ningún
otro ejemplo. Que algunos comiencen al fin a percatarse de ello y a
inquietarse, eso puede ser un indicio de que el mal no es de todo punto
irremediable; pero de lo que hay que persuadirse, es de que no es en sí mismo
donde Occidente encontrará los medios para evitarlo. En efecto, un cambio
radical de todas las tendencias constitutivas del espíritu moderno, una
renuncia completa a todos los prejuicios que han falseado la mentalidad
occidental desde hace varios siglos, son por eso necesarios como condiciones
previas para una restauración de la verdadera intelectualidad. Ésta, de la cual
los europeos de nuestros días se han hecho incapaces de comprender la
naturaleza e incluso de concebir simplemente la existencia, ¿dónde podrían
encontrarla, sino en las civilizaciones que todavía la conservan, es decir, en
las civilizaciones orientales? Y añadiremos que, en tanto que no se haya
llegado ahí, ningún entendimiento real y profundo será posible entre Oriente y
Occidente.
Compréndasenos
bien: no pretendemos que Occidente deba adoptar formas orientales, que no están
hechas para él; pero decimos que una élite occidental, cosa hoy inexistente,
deberá constituirse y asimilarse el espíritu de Oriente, para poder dar de nuevo
al Occidente una civilización normal, es decir, reposando sobre principios
verdaderos, sobre bases que se pueden denominar tradicionales en toda la
acepción de la palabra. Se trata de entendimiento, no de fusión; y el
entendimiento se establece de modo natural y necesario entre todas las
civilizaciones que poseen ese carácter tradicional, pero solamente entre ellas.
No podría haber otro remedio al desorden que comprobamos por todas partes a
nuestro alrededor; que ello disguste a aquellos que creen todavía en la
pretendida superioridad del Occidente moderno, eso es muy posible, pero no
puede impedirnos ver las cosas tal como son: o el Occidente cambia en el
sentido que acabamos de indicar, o perecerá por culpa propia. Casi no pasa
ningún día que no tengamos ocasión de leer alguna declamación sobre la
"defensa del Occidente", al que nadie amenaza: luego ¿cuándo esas
gentes comprenderán que el único peligro real es el que viene de los
occidentales mismos? Los orientales, por el momento, bastante tienen con defenderse
contra la opresión europea, y es por lo menos curioso ver a los agresores
presentarse como víctimas.
Pero
dejemos eso; no nos dirigimos a aquellos cuya vanidad occidental ciega hasta
tal punto, sino solamente a los que son capaces de comprender que una
civilización puede estar constituida por cosa diferente a las invenciones
mecánicas y los tratados comerciales. Hay algunos, por lo demás, que
instintivamente miran hacia el Oriente, o hacia lo que creen ser el Oriente,
para ahí buscar lo que sienten que no puede darles el Occidente en su estado
actual; pero desgraciadamente, como lo ignoran todo del verdadero Oriente, se
arriesgan a ir por mal camino y, a despecho de sus buenas intenciones, agravar
aún más el mal del que sufren. Por ello tenemos que hacer oír esta advertencia:
el remedio no puede encontrarse más que en las ideas y las doctrinas
auténticamente orientales, y a condición de que no hayan sido falsificadas y
desnaturalizadas por la incomprehensión de intermediarios occidentales. Sobre todo,
nunca pondríamos demasiado en guardia contra todas las falsificaciones
anglosajonas, alemanas o eslavas, que no representan más que ideas occidentales
y modernas, enmascaradas bajo vocablos orientales desviados de su sentido. Es
penoso ver a tanta gente creer que hay ideas hindúes en las elucubraciones
teosofistas, o tomar las fantasías de un Keyserling como una expresión de la
sabiduría oriental; y es inexplicable que ciertos "tradicionalistas"
no comprendan que hacen el juego a sus adversarios tomando en serio sus
pretensiones menos justificadas, al mismo tiempo que indisponen contra ellos a
los aliados naturales que podrían encontrar en el verdadero Oriente; pero ellos
¿se resignarán a admitir jamás que pueden tener necesidad de aliados que no
sean "sujetos"?
La
gran dificultad, lo sabemos bien, es llegar a conocer esas ideas orientales
auténticas a las cuales hacemos alusión y esta dificultad es aún, en buena
parte, cosa de occidentales. Sin duda, los orientales no hacen proselitismo y
les repugna toda propaganda, y ello les honra; pero jamás han rechazado
instruir a aquellos en quienes encuentran suficientes facultades de
comprehensión. Por desgracia, ese caso es extremadamente raro; y además, ¿hay
muchos occidentales que busquen realmente instruirse al contacto del Oriente y
no hacer valer la superioridad imaginaria que ellos se atribuyen? Cuando
algunos hindúes ven a un Deussen venir a ellos con la pretensión de explicarles
sus propias doctrinas, y exponerles como tales unas teorías tomadas de
Schopenhauer, ¿qué pueden hacer sino escucharlo en silencio y reírse a
continuación? Hoy en día, con todo, hacen otra cosa: han acabado por darse
cuenta de que su habitual cortesía no era para presentarla a los occidentales;
y se nos ha contado recientemente el incidente ocurrido a un orientalista que
habiendo creído bueno ufanarse de la "crítica" europea ante un auditorio
hindú, levantó las más enérgicas protestas.
Sea
como fuere, no hay más que un medio de llegar al conocimiento de las ideas
orientales: y es dirigirse, con las disposiciones requeridas a los orientales
mismos; pero también hace falta saber a quién se dirige uno. Que no se vaya a
tomar por intérpretes autorizados de la doctrina a algunos estudiantes
perfectamente ignorantes de las cosas de su país, e imbuidos de ideas
occidentales a las cuales, por lo demás, quizás un día renunciarán, si tienen
oportunidad de reencontrarse con el espíritu de su propia raza y de sentir su
espíritu despertarse en ellos. No se olvide tampoco que los orientales que se
hacen conocer en Occidente, los que escriben o hablan más de buena gana, no
exponen apenas, en general, más que ideas occidentales, sea porque juzgan
inútil decir su verdadero pensamiento, sea porque están ellos mismos más o
menos occidentalizados. Por nuestra parte, consideramos a todas esas gentes
como simples occidentales, y a nuestros ojos no tienen importancia ninguna,
porque no representan nada del verdadero Oriente.
Hay
pues que mantenerse en guardia contra posibles errores, pero no descorazonarse;
por lo demás, lo que nosotros mismos hemos encontrado, ¿por qué otros no lo
encontrarían también? Esperamos, por otra parte, ayudarles en la medida de
nuestros medios, exponiendo las doctrinas orientales tal como nos ha sido dado
comprenderlas, o al menos ciertos aspectos de esas doctrinas, aquellos que
pensemos poder hacer accesibles a espíritus occidentales. Lo que hemos hecho en
las diversas obras que hemos publicado hasta aquí, no es más que un trabajo
preliminar, sobre todo negativo, y destinado a disipar los errores y los
malentendidos; era indispensable comenzar por ahí, antes de llegar a
exposiciones propiamente doctrinales. En todos los casos, tenemos conciencia de
no haber escrito ni una sola palabra que no hubiera podido escribir un oriental
de nacimiento; nos situamos, en efecto, en un punto de vista estrictamente
oriental, que ha devenido enteramente el nuestro, y queremos que se sepa bien
que no hemos ido de Occidente a Oriente, sino que, muy felizmente para
nosotros, hemos podido estudiar las doctrinas orientales en una época en la
cual no conocíamos casi nada del pensamiento occidental. Y esto nos lleva a una
última observación: el obstáculo más temible, para muchos, es la filosofía;
queremos decir con ello que aquellos que se esfuerzan por considerar esas
doctrinas desde un punto de vista filosófico, se condenan por eso mismo a no
comprender de ellas nunca nada. No se trata de un vano "juego de
ideas" ni de una diversión de eruditos; se trata de cosas serias, las más
serias que existen y deseamos que el Occidente se de cuenta de ello antes de
que sea demasiado tarde. Lo que son tales cosas, no podemos ni soñar en
indicarlo, ni sumariamente siquiera, en los límites de un corto artículo; hemos
solamente querido hacer presentir su importancia, y despertar así en algunos el
deseo de emprender un estudio del cual, fuera inclusive de cualquier otra
consideración, no podrán sacar sino inapreciables beneficios intelectuales.
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