EL VERDADERO ROSTRO DE LA FRANCMASONERÍA
Constant Chevillon
Tal
es el verdadero rostro de la Masonería universal. Nosotros quisiéramos
describir ese rostro en un esbozo rápido y fiel, no según los hombres alistados
bajo su bandera, sino según la tradición de la cual ella debe sacar partido.
Esta tradición se alteró en el curso de las edades, de forma casi inevitable,
en consecuencia de las relaciones humanas normales.
Los
principios de libertad, igualdad y fraternidad, carta inamovible de los
individuos y de los pueblos a la cual la Masonería está ligada hasta la muerte,
fueron desconocidos, o igual pisoteados, por todos los gobiernos y los
partidos. Los intereses particulares y los de las castas, parásitos venenosos
engendrados por el no desenraizable egoísmo, fueron mucho tiempo favorecidos
por los poderes públicos, en detrimento del interés general. La verdadera Masonería se levantó contra la injusticia y la intolerancia; ella quiso, por
todas partes y siempre, restablecer el equilibrio roto. Porque, siendo humanos
los medios empleados por ella tal vez haya sobrepasado el límite de la
sabiduría. Para luchar contra la angustia material, descendió sobre el plano
estrictamente físico, perdió de vista, así, su papel espiritual y su oficio de
mediadora. En algunos casos, ella también se prestó a las realizaciones partidarias.
Pero su acción era legítima en su esencia, cuando no en sus modalidades. Los
hombres que en su seno dirigían la lucha eran, en la mayoría, plenos de fe y de
buena voluntad y tenían un único objetivo: el bien; es preciso absolverlos.
Igualmente, si su obra es condenable, la Masonería es inocente, pues ella no
proclama el error, sino la verdad.
Contrariamente
a las afirmaciones de sus detractores, ella no es, en efecto, una empresa de
demolición, un organismo gangrenado cuya actividad nefasta propaga la
enfermedad por la cual él está alcanzado. Numerosos masones pueden errar y lo
contrario sería sorprendente, muchos de entre ellos pueden actuar en vista de
intereses personales más o menos confesables. Es inadmisible jugar la
interdicción sobre la orden entera por el hecho de que ovejas negras, sean
ellas la mayoría, se abrigan en sus templos.
Es por eso
que nos esforzamos en hacer revivir, en su pureza ideal, la doctrina verdadera
de la masonería iniciática; en mostrar el ascenso individual y colectivo de la
cual ella es el soporte; en elevar los adeptos hasta la noción del apostolado
y, por ese medio, conducirlos a las realizaciones exteriores de la cual los
errores serán excluidos. Nosotros escribimos sin revelar ninguno de los
“aborrecibles” de la orden, como único objetivo de ser útil a la verdad y de
destruir, en la medida de nuestro entendimiento, los rumores del odio
levantados contra ella. Aquellos que, eventualmente leyeran este estudio de él
obtendrán tal vez: sea una más justa comprensión y un poco de respeto por una
alta doctrina venida de las profundidades de la historia, sea el deseo de poner
sus pensamientos y sus actos en el diapasón de su enseñanza tradicional.
Para
esos últimos, les decimos nuevamente, ellos emprendieron una obra ardua, y, en
algunos momentos, dolorosa. Pero su realización no es imposible. Algunos la
realizan, a pesar de las dificultades materiales y la lucha por la existencia:
debemos imitarlos. Ella es, en estas páginas presentada en su aridez
metafísica, no para amedrentar, sino para dar el valor necesario al
proseguimiento de ese noble ideal. Es siempre bueno de hecho, antes de
emprender una tarea, medir su extensión.
Veamos
en torno de nosotros, el esfuerzo está por todas partes, es una ley vital a la
cual ningún ser puede sustraerse. La vida humana es, sobre todo, el prototipo
de lucha perpetua. Es preciso combatir por el lugar al sol y el pan de cada
día, combatir por la verdad contra el error, por la paz contra la guerra, por
el bien contra el mal. Ningún hombre, digno de ese nombre, puede negar la
oportunidad del esfuerzo cuya tensión, de otra manera, es beatifica a las
grandes almas, puesto que él trae con él la esperanza de la victoria y la
alegría anticipada del triunfo. Las dificultades, desde el comienzo, parecen
intransponibles, pero se revelan luego, y casi siempre, como coadyuvante de la
verdad.
Cuando
un alpinista se encuentra al pie de una muralla rocosa casi vertical, su primer
movimiento es volver sobre si. El no obstante no vacila, él la ataca con la
voluntad de vencerla. A lo largo de la ascensión, él encuentra fisuras,
plataformas, rampas más suaves y descansos invisibles de poca altura. A pesar
de la fatiga y del peligro mortal, él llega al fin sobre la cumbre y respira el
aire de las cimas. Él se siente maestro de las fuerzas naturales, porque él
venció el pavor y abatió la materia. Así hace el verdadero masón, caballero sin
miedo y sin censura él conquista la espiritualidad contra todos los obstáculos.
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